Jorge Ebro: “En Cuba hacía piruetas de periodismo, pero no periodismo real”

Pasó un cuarto de siglo y el hombre se ha convertido en personaje. Hasta lo han elegido para el Salón de la Fama del Boxeo en Florida.
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LA HABANA, Cuba.- Cuando empecé a escuchar los audios de WhatsApp de mi colega Jorge Ebro (Matanzas, 1969), enseguida me vino a la cabeza una frase de Facundo Cabral referida al destino de los hombres.

Aludiendo a su amigo Jorge Luis Borges, el cantautor argentino dijo que aquel “salió para el sur y se encontró con la Biblioteca Nacional, mientras yo salí para el norte y me encontré con las mujeres”.

Porque precisamente de eso va la vida: de caminos y elecciones. En los años noventa, Ebro y yo convivimos en un albergue del Vedado perteneciente a Juventud Rebelde. Recuerdo que —a despecho de un sol extravagante— cubríamos el tramo entre el alojamiento y el periódico conversando de deportes, y que llegábamos sudorosos pero exentos de disgusto.

Unos años después, en el 2000, Ebro emigró. Llegó a Estados Unidos vía México, y allá fue poco a poco labrando su futuro. De vez en vez leí trabajos suyos en El Nuevo Herald, y me sentí regocijado de saber que la apuesta le había salido bien.

Pasó un cuarto de siglo, que es una eternidad, y he aquí que el hombre se ha convertido en personaje. La gente lo respeta, muchos aficionados siguen su canal de YouTube y hasta lo han elegido para el Salón de la Fama del Boxeo en Florida.

Por razones que no vienen al caso (aunque seguramente ajenas a mi voluntad), yo quedé varado en Cuba. Jamás he vuelto a ver a mi exvecino de la depauperada casa de la prensa, pero la vieja relación que sostuvimos me abre ahora la puerta de una entrevista donde Ebro luce tan franco y espontáneo como en aquellos tiempos donde desandábamos la Avenida Paseo sin importar la larga caminata y el calor.

Periodísticamente hablando, ¿cuánto cambiaste desde tu salida de Cuba?

—Yo creo que en Cuba hacía piruetas de periodismo pero no periodismo real. Y te lo digo con la experiencia de haber pasado por varios medios como el periódico Girón, la AIN, el semanario Opciones y la revista Cartelera. En esa época el periodismo deportivo era muy limitado, con cero cuestionamientos de las autoridades. No sé si eso haya cambiado después. En mi caso personal he crecido enormemente porque aquí tuve que hacer periodismo de verdad, buscar fuentes, contrastar datos, investigar mucho. Al llegar tuve que ponerme las pilas y aprender cantidad. Tenía un gran vacío en cosas de Grandes Ligas, de la NBA… y de pronto aquí el nivel de información al principio me abrumó. Me tuve que enfrentar a tener un jefe arriba de mí que me exigía mucho, al rigor de hacerlo todo en tiempo, a producir bajo presión…  

En una escala del 1 al 10, ¿cuánto creciste en las redacciones de Estados Unidos?

—Un 9.

La censura, ¿te golpeó fuerte en Cuba?

—Sí, sobre todo en el periódico provincial Girón. Eran tiempos complicados, tiempos de Período Especial, y recuerdo que a veces hacía críticas mínimas y me las suprimían con justificaciones como “no es el momento” o “el enemigo esto y aquello”. Los periodistas del Girón estaban bastante desanimados y yo era prácticamente el único joven, así que uno se iba quedando sin fuerzas porque veía que los más viejos habían perdido la fe y estaban como levitando, buscando un salario que no alcanzaba para nada. Hubo un momento que yo también dije para qué voy a meterme en problemas, para qué voy a buscar temas duros si voy a trabajar por gusto. Es algo que desgraciadamente marcó mucho mi estancia en Cuba. Te dabas cuenta de que no valía la pena porque las mismas gentes que te pedían periodismo crítico y profundo eran las que luego te decían “esto no puedes publicarlo”.

Te has destacado particularmente en el reporte de los programas boxísticos. ¿Por qué el boxeo? ¿Llegó a ti de manera circunstancial o fue siempre una ambición personal?

—Realmente yo empecé cubriendo béisbol y nunca he dejado de hacerlo. El béisbol ha sido mi trabajo principal, cubriendo a los Miami Marlins. Llevo años como parte de la familia de la Asociación de Escritores de Béisbol de América, tengo voto para el Salón de la Fama de Cooperstown y estoy día a día atendiendo a los Marlins. Digamos que el boxeo y las MMA son la segunda opción. Me he ocupado de elevar los deportes de combate al nivel de los Marlins porque he visto el interés que despiertan. Como mismo pasó con la pelota, en estos años llegaron muchos boxeadores cubanos y entre ellos había campeones olímpicos y mundiales. Eso le fue dando relevancia al boxeo en el periódico, y el tema fue aumentando de tamaño como una bola de nieve. Desde Cuba me gustaba el boxeo, pero no fue que yo llegué con la idea de que iba a escribir de ese deporte. Al arribar aquí yo estaba dispuesto a picar piedras, pero afortunadamente se abrió una plaza y entré en la prensa.

¿Qué te impresiona más del boxeo, el alarde de virilidad o la capacidad para pensar en medio de la refriega?

—El boxeo es un deporte muy cruel y a veces es como una crónica de la vida que no siempre termina en final feliz. Yo veo a tantos peleadores cubanos y de todas partes que vienen con unas ilusiones muy grandes, todos quieren ser campeones del mundo… pero después pueden pasar muchas cosas, desde lesiones hasta un mal manager o un mal timing, con peleas que no debieron ocurrir y peleas que sí debieron. El boxeo es un deporte que tiene que ver con el elemento humano, con lo bueno y con lo malo, y que de cuando en cuando te da cosas increíbles, inolvidables, magníficas. Dentro de lo que puede ser malo hay momentos luminosos en el boxeo: yo siempre digo que para mí no hay nada más emocionante que ver a un hombre cayendo por el efecto de un golpe. Un gol es tremendo, un cuadrangular es tremendo, una canasta de tres puntos también, pero esos son juegos y en el boxeo no se juega. Ahora mismo, mientras hago estos audios hay un boxeador que está debatiéndose entre la vida y la muerte en un hospital de Miami por un golpe que le dieron. El boxeo es una danza brutal pero bella a fin de cuentas.

Hace poco fuiste exaltado al Salón de la Fama del Boxeo en Florida. ¿Hasta dónde te conmueve saber que estás en un Salón junto a personajes como Muhammad Ali y “Mano de Piedra” Durán?

—Eso fue algo que jamás esperé. Me conmueve que en algún lugarcito de la Florida va a haber una foto mía, la muestra de mi mano, una especie de biografía, y que algún día por ahí pasará alguien y dirá “caramba, el tipo este escribió de boxeo”. Siempre digo que los grandes protagonistas son los boxeadores que me han dejado cubrir las historias de ellos, las buenas y las malas, pero sí me conmueve estar ahí porque, repito, no me lo esperaba. Siempre he trabajado muy solitario, no me interesa ni ser el mejor ni el número uno. No me interesa nada de eso y menos ahora con todo esto que está pasando con las redes sociales que todo el mundo quiere ser estrella y todo el mundo quiere ser el que tiene clic. De eso podemos hablar mucho, de cómo se ha deformado el periodismo con las redes sociales… La verdad, me estremece saber que cuando yo muera mi hijo podrá pasar por el Salón y verme.

De todos los boxeadores cubanos que has visto en Estados Unidos, ¿con cuál te quedas?

—Con Joel Casamayor. Quizás algún día Robeisy Ramírez o David Morrell lo superen, pero lo que ha hecho Casamayor es enorme. Tanto que ahora mismo es fuerte candidato al Salón de la Fama de Canastota. Tantas veces lo llevaron a perder y terminó ganando… Él mismo reconoce que si hubiera entrenado un diez por ciento más, habría llegado más lejos. Recuerdo que una vez entrevisté a Óscar de la Hoya y me dijo que uno de sus boxeadores favoritos era Casamayor, y que al terminar su pelea en los Juegos Olímpicos de Barcelona se fue a ver al cubano. Al final, los dos fueron campeones en aquella Olimpiada de 1992. Casamayor tuvo una carrera muy buena, y a mí me fascina el hecho de que no dando el ciento por ciento en términos de entrenamiento, logró lo que logró. Incluso hay una anécdota de que tuvo un accidente, salió del hospital para pelear y ganó la pelea.

¿Cuánto crees que ha retrocedido la escuadra cubana de boxeo con respecto a sus antecesoras de décadas pasadas?

—Mucho. Me acuerdo que fui a cubrir los Juegos Olímpicos de Beijing y Cuba tuvo una actuación bastante pálida, pero todos decían que cuando llegara el boxeo eso iba a cambiar. Y resultó que el boxeo se fue sin ninguna medalla de oro. Después de eso he seguido el boxeo cubano ocasionalmente, he seguido el intento de poner a sus boxeadores en circuitos profesionales y he visto que eso ha sido un fracaso. El boxeo amateur está en crisis, no solo el de Cuba. Hay cosas del boxeo profesional que me parecen muy malas, pero en el boxeo amateur veo una sarta de bandidos.

Respóndeme una serie de preguntas inconexas: la primera, ¿quién habría ganado el combate que nunca se efectuó, Stevenson o Ali?

—Esa pregunta es muy complicada. La pelea se iba a dar por el año 80 y para entonces Ali ya no estaba en su prime, ya no era aquel Ali espectacular. En cambio, Stevenson sí lo estaba. Pero pienso que la defensa de Ali hubiese marcado la diferencia. Stevenson tenía un poder tremendo, pero peleaba de forma muy ortodoxa. Y los trucos de Ali eran grandiosos. Creo que él hubiese ganado esa pelea.

¿Por qué no pudo ser más grande Guillermo Rigondeaux?

—Ese es un caso interesante. Es un doble campeón olímpico que ganó títulos en dos divisiones y tuvo una carrera sólida, pero siento que formó parte de una generación que vino con demasiadas taras amateurs y después no pudo sacudírselas todas. Tuvo peleas excelentes como con Nonito Donaire, pero nunca entendió que la gente paga una buena suma de dinero para ver un espectáculo, y ese espectáculo puede que incluya alguna habilidad boxística, pero sobre todo tiene que tener acción. El público quiere más contenido que continente, y por eso la afición americana nunca apreció a Guillermo por la maravilla boxística que representa. En los años 40, 50 o 60, seguramente lo habrían apreciado más. Pero hoy no hay round de estudio y lo que se va a ver es sangre, golpes y nocaos. Rigondeaux era como un elemento arcaico.

¿Merecía Luis Ortiz las oportunidades que no le han dado Tyson Fury y Anthony Joshua?

—Ortiz tuvo dos grandes oportunidades. El suyo es otro ejemplo de lo que logra la dedicación más que el talento. Vino de Cuba sin ser de los primeros de su país y llegó empeñado en ayudar a su hija que estaba enferma y allá era un caso incurable. Fue creciendo a fuerza de voluntad y se ganó esas dos oportunidades para enfrentar a Deontay Wilder por el título. Y en ambas tuvo chances, sobre todo en la primera cuando tuvo a su adversario ido pero se apresuró y no supo rematarlo; entonces Wilder se recuperó y ganó. En el otro combate Ortiz también estaba haciendo un combate espectacular, hasta el punto de que tenía ventaja en las tarjetas. Iba ganando de calle pero se quedó parado y Wilder era un tipo que con un solo golpe resolvía todo y lo noqueó en el séptimo asalto. Luis Ortiz logró mucho más de lo que pudo esperar y Dios mediante es un hombre que está financieramente bien, es padre de familia y un espléndido ser humano. Tuvo su chance y lo falló, pero otros, con más, hicieron menos.

¿Qué futuro le vaticinas a Andy Cruz?

—Tiene un buen futuro. Hay boxeadores cubanos que llegan y les ponen rivales malos, pero los que le han puesto a él han sido buenos: tres mexicanos con experiencia, complicados, y él ha sabido sortearlos muy bien. Su talento es impresionante y yo solo espero que siga dedicado, que no se pierda, que le haga caso a su equipo de trabajo. Calidad tiene para llegar aunque está en una división muy compleja como el peso ligero. No obstante, considero que si sigue por buen camino tiene chances de ser campeón del mundo.

¿Funciona en el boxeo el viejo verso de que cualquier tiempo pasado fue mejor?

—El boxeo de estos tiempos vive entre dos aguas. Es un boxeo que ha sufrido el hecho de que no siempre los mejores enfrentan a los mejores, pero ahora hay un movimiento bastante sólido y estamos viendo peleas donde ya los mejores poco a poco enfrentan a los mejores. De todos modos queda mucho por hacer. Hay cuatro organismos y mucho interés personal en lo del boxeo profesional; a veces es complicado que las empresas colaboren, que las televisoras colaboren, y es como una parcela de cada cual en tierra de nadie. Tú miras la época de los Cuatro Fantásticos (Ray Leonard, Durán, Marvin Hagler y Thomas Hearns) y te das cuenta de que eso es lo que la gente quiere ver. El boxeo no ha vivido sus mejores tiempos en los últimos años pero hay un momento interesante con esto que está pasando en Arabia. Allá están poniendo mucha plata para que se den estas peleas.

¿Has venido a Cuba desde tu partida? ¿Hay algo que extrañas particularmente, o lograste resetear el disco duro de las nostalgias?

—No he vuelto desde entonces. La única vez que eso iba a suceder fue por razones de trabajo, pues iba a cubrir el juego de Tampa contra la selección nacional de béisbol. Fue el tiempo del deshielo, con Obama en La Habana, y el periódico me indicó que fuera para allá. Pero me cobraron el pasaporte y no me lo habilitaron. Yo adoro a Cuba porque allí nací y tengo recuerdos imborrables, pero tomé la decisión de mirar hacia adelante y acepté que mi familia era mi patria. Me siento feliz en este país, trabajando en lo que me gusta y con mi hijo y mi esposa. Yo voy por la vida con dos mantras, no hacerle mal a nadie y no hacer nada de lo que mi hijo tenga que arrepentirse por mi causa. Entonces ahora mismo Cuba no es una prioridad. Tal vez un día lo sea, pero no he vuelto más y la única vez que quise entrar no me dejaron. Y bueno, si no me quieren para qué voy a seguir insistiendo. Sí, creo que le di “reset” al tema de la nostalgia. Desde que llegué a este país he luchado y luchado para mejorar la vida de mi familia, y lo demás es algún recuerdillo que me pasa por la mente como una nube pasajera. Nada más que eso.

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