Pablo Miguel Abreu: “Los scouts se me acercaban pero uno estaba ciego”

Pablo Miguel Abreu llegaría sin cumplir veinte abriles a liderar la rotación del team Cuba cuando la selva estaba llena de leones.
Pablo Miguel Abreu , Cuba, Series Nacionales, béisbol, Industriales
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LA HABANA, Cuba.- Cuenta la leyenda que Pablo Miguel Abreu Casañas (La Habana, 1967) empezó en el deporte como portero de fútbol, y que un día estaba en pleno juego cuando una pelota de béisbol cayó junto a él, proveniente del terreno contiguo. Entonces el muchacho la devolvió con un alarde de brazo que acabó siendo el detonante de su cambio de deporte.

Así, porque el destino no perdona, empezó la trayectoria de uno de los mayores portentos monticulares que me ha tocado ver. Zurdo, altísimo, con rectas de 95 mph y, sobre todo, la curva más hermosa de este mundo. Una curva gigante, embriagadora, cabría decir que cruel. Era un automatismo: Abreu soltaba su arco de barril y ya el anotador marcaba en la casilla de los ponches.

Se hablan maravillas de la curva de “Changa” Mederos, a quien no pude disfrutar. Admiré las de Faustino Corrales y el sicólogo del box, Euclides Rojas, pero confieso que la de Abreu tenía un “nosequé” demoledor. Echaba mano de ella una y otra vez, y en el estadio parecía levantarse una arcada infinita. Con un poco de imaginación, uno estaba sentado en las gradas del Coliseo Romano.

Como admití en un texto de 2019, “fui su fan desde que, adolescente, lo vi repartir ponches cuando se puso el uniforme de Industriales a mediados de los años ochenta. Soltaba la pelota tan arriba que amenazaba con arañar el cielo, y la ‘soplaba’ descansadamente por encima de las noventa millas. Pero eso era tan solo el aperitivo de la carta, porque de plato principal el zurdo sugería de modo permanente a Su Majestad La Curva. Valía la pena ir al estadio para degustar in situ aquel prodigio de la culinaria beisbolera”.

En el centro, sentado, Pablo Miguel Abreu, con Industriales. (Foto: Cortesía)

Quebrando huesos de la pelvis y autoestimas, aquel moreno de dos metros llegaría sin cumplir veinte abriles a liderar la rotación del team Cuba cuando la selva estaba llena de leones. Antes se había dado el lujo de integrar la mejor selección juvenil que hubo y habrá (Linares, Pacheco, Kindelán, Vargas, Javier, Arocha…), y después, con el tiempo y las hazañas, se quedó en los altares deportivos del país.

Por desgracia, un mal día jugaba cuatroesquinas cuando tuvo una fractura que le quitó 300 páginas a la novela de su vida. Probó a seguir, no le fue bien, incursionó brevemente como bateador y colgó el guante para iniciar una carrera como entrenador que lo llevó hasta Italia. Hoy vive en Reggio Emilia, trabaja con los equipos de la ciudad, tiene un hijo (Pablo Giovanni) que apunta a crack del baloncesto, y es un hombre feliz. “Ya voy para 25 años comiendo pizza y espaguetis”, me dice entre risas.

Pablo Miguel Abreu y su hijo. (Foto: Cortesía)

—Modestia aparte: ¿tu curva fue la mejor que ha pasado por las Series Nacionales?

—No creo que haya sido la mejor pero sí está entre ellas. He visto a varios pitchers con buena curva y creo que la mía fue de las mejores.

—Si tuvieras que ordenar a estos cinco zurdos, ¿cómo los ubicarías del 1 al 5?: Jorge Luis Valdés, Faustino Corrales, Omar Ajete, José Modesto Darcourt y Pablo Miguel Abreu.

—Valdés, Ajete, Darcourt, Faustino y luego yo.

—¿Por qué te costó tanto vencer el descontrol?

—Ciertamente al principio era bastante descontrolado. Pero tuve muy buenos entrenadores como Miguel Ángel Reyes, Waldo Velo y, en el equipo Cuba, Pedrito Pérez. Con ellos mejoré muchísimo en ese sentido.

—¿Cómo es que un lanzador de la élite arriesga el brazo jugando al cuatroesquinas?

—Todos los cubanos jugamos al cuatroesquinas. Ahora le pusieron un nombre nuevo, Baseball Five, y hasta puede que sea deporte olímpico: de haberlo sabido, yo me habría quedado jugando cuatroesquinas. Lo que pasó fue que estábamos en Varadero, no teníamos nada que hacer y nos pusimos a jugar entre la gente del equipo. Entonces me tiré a coger una línea de Vargas, caí encima de la muñeca y me la fracturé. Pero lo peor no fue eso, sino que me pusieron mal el yeso y aquello provocó una seudoartrosis que me impidió seguir tirando la curva que había tenido.

—¿Hasta qué punto mermaste a partir de la lesión?

—Cantidad. La curva yo la tiraba con mucha velocidad y después de la fractura mantuve más o menos la misma amplitud, pero ya no le podía poner la misma velocidad.  Me daba como un pinchazo en la muñeca cada vez que la tiraba. Y algo más: encima de que el yeso estaba mal puesto, me hicieron quitármelo a destiempo para lanzar en un playoff. Te aseguro que todavía me duele: parece que tengo como cinco perros en el hombro.

—¿Te lamentas de no haber dado nunca el salto a Grandes Ligas o estás satisfecho con la carrera que lograste?

—Sinceramente, estoy satisfecho con lo que hice. Me hubiera gustado hacer más hasta llegar a Grandes Ligas, claro está, pero en esa época casi nadie pensaba que existiese esa posibilidad. Por lo menos hasta que se fue René Arocha funcionó de ese modo. El primer juego de Grandes Ligas que yo vi fue en 1986, con Dwight Gooden en el box. Hasta ese momento ni sabía que se jugaba esa pelota; de no ser por eso, hubiera dado el salto desde que viajé a Venezuela en 1982.

—¿Cuántas ofertas recibiste?

—En ese período se recibían bastantes ofertas. Los scouts se me acercaban pero uno estaba ciego.

—¿A qué se debió que los medios de comunicación y el sistema beisbolero cubanos te dieran la espalda?

—Eso fue a partir de 1996. Vinimos a Italia y el hoy difunto Higinio Vélez dijo que yo quería quedarme aquí, y de ahí en adelante se puso la cosa mala. Ponerte el cartelito de desertor era un problema grave en esa época. Ellos pensaron que yo me había quedado por una semana extra que estuve acá debido a que se me había perdido el pasaporte.

—Hazme un Todos Estrellas del Industriales de tu tiempo.

—Receptor, Pedro Medina. Primera base, Agustín Marquetti. Segunda, Juan Padilla. Tercera, Lázaro Vargas. Torpedero, Rolando Verde. Jardinero izquierdo, Antonio Scull. Jardinero central, Javier Méndez. Jardinero derecho, Orbe Luis Rodríguez, que en paz descanse. Designado derecho, Luis Daniel Pérez, y zurdo, Roberto Colina. Pitcher derecho, Arocha, y zurdo, Darcourt. Manager, Pedro Chávez.

Cuba, Pablo Miguel Abreu
Pablo Abreu y Javier Méndez. (Foto: cortesía)

—Te convertiste en primer pitcher del equipo Cuba a los 19 años. ¿Levantó eso ronchas entre los veteranos establecidos?

—Ni idea. Yo me llevaba bien con todo el mundo. Lo mío era ir y lanzar. Si hubo ronchas, se las levantaron ellos mismos.  

—Hay dos momentos adversos que todo el mundo saca a colación cuando se te menciona. Uno, el día que le diste 17 ponches a Santiago de Cuba y perdiste el partido, y el otro, cuando Ty Griffin te dio jonrón en los Panamericanos de 1987…

—El día de los 17 ponches fue duro, pero me recuperé pronto. Lo pasé mal unos días y logré salir de eso. Tanto, que a la siguiente salida (creo que fue contra Cienfuegos) di 19 ponches más. Y con el jonrón de Griffin pasó algo similar. Me dolió mucho, pero tenía que levantarme. Como a los dos días le metí 17 ponchados a Nicaragua.

—¿Viste en Cuba a un pelotero superior a Linares?

—Ninguno. Ese estaba por encima de todo el mundo. Nosotros andábamos juntos desde chamacos y cuando nos poníamos a tirar, recuerdo que tiraba durísimo. Los grandes peloteros tienen cinco herramientas, pero él tenía como siete.

—¿Piensas que los Industriales de tu época podían haber ganado más títulos?

—Creo que ganamos lo que nos tocó ganar. Ganamos en el 86, se volvió a hacer en el 92 (ahí yo no estaba) y luego en el 96. Cuando perdimos fue porque en el deporte existe eso, se gana y se pierde.

—Si mañana volvieras a nacer y fueras un pitcher en formación, ¿qué cualidades elegirías para ti?

—Quisiera ser el mismo pero con la experiencia que tengo ahora.

—Siempre se habló de tu capacidad para el bateo. ¿Te gustaba más que lanzar?

—Batear no es que me gustara, sino que todavía me gusta.

—Para un pitcher, ¿existe algo más satisfactorio que ponchar?

—A mi juicio, lo más satisfactorio es ganar. Al menos en el caso de los abridores. Para los relevistas, lo más grande es salvar.

—¿Qué opinión tienes de la pelota que se juega hoy en Cuba?

—No la veo, pero sé que se han ido muchos talentos y la calidad ha mermado. Aquí lo que veo es Grandes Ligas, que es lo que no podía ver antes. Pero tampoco demasiado, porque trabajo en el béisbol y cuando salgo del terreno me dedico a hacer otras cosas.

—Cuéntame la mejor anécdota que viviste en la pelota.

—El sueño de mi vida siempre fue jugar junto a Medina y Marquetti, y se me dio. Y que Marquetti decidiera el campeonato de 1986 es uno de los momentos más grandes que viví en mi carrera.

—¿Eres partidario de que la Federación Cubana arme su equipo mezclando figuras de Serie Nacional y la MLB?

—Pienso que los jugadores que emigraron de Cuba y por ende fueron rechazados en su momento por la federación, debieran hacer un equipo independiente y jugar en los campeonatos que se les permita hacerlo. Por una cuestión de principios y moral, no tienen por qué aceptar el llamado de una federación que los convoca por pura conveniencia.

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