DESDE CUBA

CUBA: LA GANADERIA QUE SI EXISTIO

por Manuel David Orrio, especial para CubaNet

LA HABANA, 18 de marzo.- Una reciente entrevista, concedida al semanario Trabajadores por el ministro de agricultura cubano Alfredo Jordán, sirvió para observar el modelo de propaganda de la agenda de Fidel Castro aplicado a la ganadería vacuna, y con el objetivo principal de difundir una especie de "síndrome de la recuperación económica".

Va llamando la atención cómo este modelo toma como punto referencial a 1995. La historia económica de Cuba se estaría reescribiendo a partir de ahí. Al aplicársele a la ganadería vacuna, se dijo que su masa creció 4,9 por ciento entre 1996 y el año de referencia, con disminución de la mortalidad y cumplimiento de lo planeado en entregas de carne y leche. Como es usual, la culpa de no avanzar más la tienen el crack socialista y el embargo y sus derivados, según las autoridades y propagandistas. Debido a los citados males, las importaciones de piensos disminuyeron de 1,8 millones de toneladas en 1989 a 600 mil en 1996, lo que explicaría la reducción en las entregas de carne, de 300 mil toneladas en 1989 a 127 mil en 1996. Por cierto, aún está por saberse a cuánto asciende el rebaño vacuno del país después de disminuir de 7 millones en 1967 a 4,9 millones en 1989, y casi inscribirse a las vaquitas nacionales en el Libro Rojo de las especies en extinción tras el advenimiento de la era del picadillo de soya y el asalto pirateril del aroma o marabú a los pastizales. Cálculos no oficiales estimaron en 2,5 millones los ejemplares sobrevivientes a 1993, cifra similar a los que pastaban en !1895!, de acuerdo con historiadores.

CubaNet y otros medios han difundido en otras ocasiones mis pareceres sobre el particular, así que en esta oportunidad contaré de la ganadería cubana de 1958, año anterior al del triunfo fidelista, un poco para acernarnos a la memoria histórica de la duda del futuro.

Con una población de unos 6 millones 500 mil, Cuba importó en ese año 31,657 toneladas de piensos, 200 de carne de ave y 352 de carnes en conservas, 825 de leche condenasada y 211 de polvo, 266 de mantequilla y 1,026 de queso, así como diversas carnes y preparados de las mismas, por la suma de 700 mil dólares, sin incluir a los productos del mar. En total, unos 7 millones de dólares, menos del 1 por ciento del valor de todas las importaciones en 1958. Como se aprecia, Cuba no era un país dependiente de tales recursos externos. Cierto es que el panorama social de aquellos tiempos dependía del consumo, lo cual podría influir en el volumen de las importaciones de alimentos y piensos. Veremos cómo.

En 1958, había en Cuba 5 millones y medio de cabezas de reses, 600 mil más que en 1989, y ni hacer comparaciones respecto al número por habitante. Pastaban en unas 300 mil caballerías, agrupadas en alrededor de 9 mil fincas, que representaban el 43 por ciento del área total de éstas, las cuales se encontraban en manos de unos 147,772 ganaderos, más o menos la mitad criadores, y un cuarto respectivo mejoradores y cebadores.

La columna vertebral de la ganadería cubana era el de la raza cebú, maravillosamente adaptado a la rusticidad y el clima, y presente en cuatro tipos preponderantes: la Melore, Ghir, Misouri y Guzerat, rey de los pastizales por su mayor corpulencia, más temprana plenitud de engorde, nobleza y mayor rendimiento de leche en lo que cabe, en ordeño sin estabular. El ganado cebú se impuso tras más de medio siglo de experiencias. Por sus características, predeterminó la especialización en carne de la rama vacuna cubana, en términos de desarrollo ajustado al ecosistema. No obstante, por aquellos tiempos se vislumbraba una gran raza para Cuba, resultante del cruce de cebú con Brown Swiss, que estaba produciendo un ganado hosco, lavado, de magnífica estampa y excelentes características, especialmente en la adultez. De lo que se entera uno leyendo un viejo ejemplar de la revista Dom editada en agosto de 1958.

Campeón en carnes, el cebú era capaz de garantizar el 85 por ciento del consumo de las mismas en el país por aquellos días, sin contar la exportación de 800 a 1,000 sementales, dos tercios de ellos machos. Y no sólo de esa raza, por cierto. La historia ganadera nacional recoge el nombre de Monitor Zero, un gigante cubano de la Brown Swiss, vientitrés veces campeón invicto, y reservado Gran Campeón en Estados Unidos, vendido a República Dominicana por 17 mil dólares de la época.

Pero la especialización en carne, por ley de la vida, de la ganadería cubana no impidió un desarrollo lechero. Estudios de las Juntas de Salubridad locales determinaron en 1956 que el per cápita diario de consumo de leche era de un tercio de litro en el interior del país y medio litro en la capital de la república. En 1957, Cuba produjo más de 250 mil cajas de leche evaporada y equiparó a las importaciones en ese renglón. La leche en polvo consumida procedía casi en su totalidad de la producción nacional, así como otros derivados, queso y mantequilla principalmente. Dato revelador y proveniente de la memoria histórica: la frase típica de los mendigos era "por amor de Dios, una limosnita para un café con leche". Y si ése era el mínimo vital según los pordioseros...

Si a lo anterior se suman los bajos niveles de importación aquí citados, y se toma en consideración que los per cápitas de consumo no estaban lejos de lo óptimo, tres cuartos de litro al día, resulta evidente: las producciones nacionales de leche no eran de juego a la altura de 1958, principalmente en la cuenca de La Habana, donde sólo en el municipio de San José de las Lajas se lograban 100 mil litros diarios. Según parece, los lecheros del patio no eran dados a mestizajes y amulatamientos extranjerizantes, como pudo verse en Cuba después de 1967. Ellos apostaban por la pureza de la sangre, de idéntico modo que sus colegas especializados en carne, cada quien en lo suyo y considerado como su producto lo del otro. Los habaneros ordeñaban enfebrecidamente a las Holstein, las Hersey y las Guernesey, mientras sus rivales de Bayamo y Sancti Spíritus apretaban las ubres de la Brown Swiss, no menos apasionadamente. En materia de propiedad, ya había partidarios de cooperativas de lecheros desde 1945, año de nacimiento de la primera empresa animada por esos principios, la cual radicó en Santiago de las Vegas y llegó a disponer de planta pasteurizadora propia.

Importaciones mínimas, razas integradas al ecosistema; patrones genéticos de raigambre nacional, calidad exportable y pedigree cada vez más aristocrático; tendencia a la autosuficiencia en carnes y leche por vía de la especialización productiva y de la complementación inter-ramal --en muchos centrales azucareros el cultivo de la caña se combinaba con la ganadería vacuna--, así como el desarrollo progresivo de la industria de derivados y primeros brotes de cooperativización agro-industrial. Así era la ganadería vacuna cubana de 1958, ciertamente frenado su avance por el latifundismo, la explotación intensiva y un relativamente bajo nivel científico-técnico. No por gusto el rebaño creció en casi dos millones de cabezas entre 1958 y 1967, después de dos muy cuestionables leyes de reforma agraria, reformas al fin, y donde una voluntad totalitaria pareció operar como un Midas al revés, a juzgar por el resultado histórico.

Quien ignora sus orígenes será arrastrado por el viento. Así parece ocurrir con muchos aspectos de la actual ganadería vacuna de Cuba, extraño mestizaje entre prácticas antinacionales e imposición, por fuerza de la vida, de la realidad ecosistémica cubana, más tendiente al 1958 que a 1996. Por eso, veo aquella ganadería de los 50 como la más cercana al futuro del país, previo ajuste por solución de demandas planteadas desde hace más de medio siglo: la tierra para el que la trabaja, el mercado libre; la justicia y la solidaridad impidiendo el desafuero del propietario y los atentados demagógicos contra la propiedad. De aquella ganadería, que sí existió surgirá otra. Orgullo nacional. No vergüenza, como la de ahora.