Enrique Patterson. El Nuevo Herald. Publicado el miércoles, 16 de agosto de 2000 en El Nuevo Herald
La revolución cubana trastoca hoy día sus objetivos iniciales por otros a realizarse fuera de sus fronteras nacionales. En el discurso revolucionario de los primeros años la lucha era contra la pobreza. El llamado carácter antiimperialista de la revolución era,
según el discurso, una necesidad objetiva, ya que los Estados Unidos impedían el desarrollo del país. Además, se decía, estaba el efecto secundario de la corrupción endémica de los gobernantes locales. En tal lógica, el reemplazo de los políticos
corruptos por santificados revolucionarios bajo un liderazgo indiscutido, y la eliminación de la dependencia respecto a Norteamérica, harían que el país alcanzara, en un plazo breve, elevados cotos de riqueza. La determinación revolucionaria en primer lugar, y la
ayuda soviética por otro, harían que el país sobrepasara su ya destacado status económico prerrevolucionario. El embargo norteamericano podía ser eterno.
Estas promesas fueron incumplidas, pues cada uno de los planes económicos tuvo el apoyo masivo de una ciudadanía dispuesta al sacrificio. El cordón de la Habana, la zafra de diez millones de toneladas de azúcar y la potencia alimentaria a golpe de magia microjet
trazan una línea que va desde la irresponsabilidad hasta el delirio.
Eso ha terminado. El castrismo ya no sólo se declara incapaz de relanzar sus megaproyectos económicos, sino tampoco de movilizar a la población alrededor de objetivos de tal corte. La utopía no se corresponde con algún proyecto práctico a la vuelta de la
esquina. Sin embargo, al ser necesaria la movilización permanente de toda la sociedad para la supervivencia del régimen, ésta se orienta hacia objetivos extraeconómicos que agotan los precarios recursos.
Castro, con la ayuda del exilio, le dio vida al ``affaire'' Elián para movilizar a toda la sociedad alrededor de su liderazgo
Castro, con la ayuda del exilio, le dio vida al affaire Elián para movilizar a toda la sociedad alrededor de su liderazgo. No se trataba de la ``crisis de los misiles'' ni de crear una nueva raza ganadera. Era la política descendida al nivel del melodrama. Hay en esto un sabor
decadente y risible cuando el ``gran líder'' se vale de trampas para robarle la audiencia nocturna a El rey del ganado.
El argumento que ahora justifica la movilización total es la exigencia de que Estados Unidos elimine la Ley de Ajuste Cubano. Se está movilizando a los cubanos, que ni siquiera pueden decidir libremente quiénes serán los miembros de la Asamblea Nacional del Poder
Popular, para lograr que un congreso extranjero derogue una legislación, algo semejante a movilizar a los musulmanes en Teherán y Riad para que el Vaticano establezca la prohibición de consumir carne de cerdo.
La campaña castrista tiene sus ventajas: puede mantenerse mientras el líder esté en el poder o en pleno uso de sus facultades. La derogación de la ley, al no depender del éxito de un proyecto interno, lo exime de confrontarse a otro desastre. Ya no se trata de
desarrollar el país y sobrepasar a Estados Unidos; el objetivo es más sencillo: lograr que Norteamérica derogue una ley. Se reconoce así que es más fácil que Norteamérica decida algo respecto a Cuba, que el régimen sea capaz de producir, sin
restricciones, yucas y boniatos. Castro, con los años, se va haciendo modesto.
Castro no se aviene a ensayar modos más efectivos para hacer desaparecer la Ley de Ajuste Cubano. Ya que según el régimen cubano las razones de la partida son estrictamente económicas, lo primero que debería hacerse es implantar un modelo económico cuyo
relativo éxito disuadiera a los cubanos de tirarse al mar para establecerse en las tierras del norte o en las entrañas de los tiburones. También el régimen pudiera comenzar a pagarles a los maestros y a los médicos los novecientos pesos mensuales que, en este
momento, es el salario de los policías. ¿Cómo es posible, en el país ``más libre de América'', que se precia de ser una potencia educativa y médica, una policía brutal y ``eternamente torpe'' sea mejor pagada que los educadores y los médicos?
Puede hacerse más. No hostigar a la ciudadanía, de modo que el deseo de huir no se identifique como la última posibilidad de la esperanza. No se expropien los tugurios o las casas de los que abandonen el país. No les confisquen sus maltrechos refrigeradores, sus radios y
televisores de dos canales. No se apropien de sus latones de basura y de las cazuelas tiznadas. Permítanles regresar, como ocurre en México u Honduras, cuando lo deseen, sin pedir permiso.
Esos actos de odio y estúpida rapiña no harán más rico el Estado ni a nadie. El resentimiento absoluto es el único resultado de tales felonías. Pedir respeto al vecino sin instaurarlo en la propia casa es contraproducente. A no ser que las movilizaciones
para que se elimine la Ley de Ajuste Cubano sean un pretexto que permita una campaña interminable. Claro está, si alcanzan los recursos...
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