¡Cómo cambian los tiempos, compay!
Tania Díaz Castro
LA HABANA, julio - Cuando permuté mi casa, vieja y deteriorada, por un apartamento pequeño de la calle 27 entre N y O, en el Vedado habanero, supe que en mi cuadra no tenía presidente el Comité de Defensa de la Revolución (CDR), organización
gubernamental que desde su fundación en 1961 se dedica a controlar a los vecinos, con fines políticos, o vigilar al disidente y al activista de los derechos humanos.
Que no hubiera presidente no me sorprendía. Los CDR han pasado a ser fósiles o fantasmas polvorientos de un régimen político cuya ideología socialista languidece lentamente ante la indiferencia de casi todos.
Sin embargo, transcurridos tres meses, ya el CDR #8 "Pepito Mendoza", con ciento cincuenta vecinos de miembros, tiene su nuevo presidente, pues el anterior, un vecino diplomático de la cuadra, vive desde hace cinco años en San Petersburgo, Rusia.
Para que esto fuera posible el Partido Comunista de la zona tomó cartas en el asunto. Visitó a Nena, una vecina de sesenta y cinco años de edad, fanática del régimen como quedan muy pocas y aún así tuvieron que convencerla para que aceptara el
cargo cuando llegara el momento.
A la reunión, celebrada hace unos días, sólo acudieron unas veinte almas, casi todas pertenecientes a la tercera edad y dos o tres infantes, a pesar de que los ciento treinta vecinos restantes habían sido citados previamente. Desde la puerta de mi edificio pude verlo
todo.
Un hombre desconocido del grupo propuso a Nena y, de inmediato, los allí presentes levantaron la mano. La hora de la telenovela "El Rey del Ganado" se acercaba, y al minuto la acera estaba desierta como si todo hubiera sido un espejismo y no una reunión relámpago
donde una minoría real, compuesta de viejos y niños, había decidido por una mayoría ausente. Algo que ocurre en los CDR desde hace bastante tiempo.
Al día siguiente nadie comentaba lo de la nueva presidenta y sí que Luana, la mujer del "Rey del Ganado", hubiera desaparecido como por arte de magia al no poder soportar más el odio que existe entre los Berdinadzis y los Metzengas.
¡Cómo cambian los tiempos, compay!
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