Sirena misteriosa
Manuel David Orrio, CPI
LA HABANA, marzo - Una, entre tantas, la anécdota que contaré contribuye a la percepción según la cual buena parte de las censuras del Gobierno de Fidel Castro al derecho ciudadano a la información no obedecen al propósito de proteger al país de
sus llamados enemigos externos; en realidad, lo perseguido es coartar ese elemental derecho por RAZONES INTERNAS, lo cual resulta en coyunda a las mismas esencias del proclamado principio constitucional de rendición de cuentas de elegidos a electores. Obvio es: si los primeros censuran a los
segundos, éstos son manipulados, lo demás se infiere.
El martes 14, nada menos que Día de la Prensa Cubana por conmemorarse el aniversario de la fundación del órgano del Partido Revolucionario Cubano, que el Apóstol organizó para lograr la independencia de Cuba, participaba en la grabación de dos programas
de Radio Martí llamados Mesa Redonda, en esta ocasión dedicados al análisis de la marcha de la zafra azucarera y la economía isleñas.
Moderados todos por el veterano profesor y periodista Luis Aguilar León, actuaban además los economistas Jesús Marzo Fernández y Antonio Gayoso, así como el columnista de El Nuevo Herald Pablo Alfonso, al tiempo que Ofelia Oviedo hacía restallar con
vocación esclavista el látigo de la producción.
Marchaba el trabajo sin inconvenientes, cada quien dando lo mejor de sí. Aguilar León, a mi juicio un apasionado de la mayéutica socrática, cumplía como siempre su función de "abogado del diablo" ante las intervenciones de los panelistas; uno a
su lado, en el estudio, los demás presentes a través de las líneas telefónicas. Andábamos a la altura del segundo programa, cuando al economista Gayoso se le ocurrió referirse a las "discusiones que los institutos económicos del Gobierno de Fidel
Castro están teniendo en Internet".
Bastó eso: el aullar de una sirena enfurecida penetró a través del auricular de mi teléfono. Por curiosidad, esperé a que acallara, lo cual sucedió ya al momento de las despedidas. Comenté el hecho con los colegas, una vez restablecida una
comunicación civilizada. Aguilar León respondió que "ellos habían escuchado voces". Por lo claro, a mi vez, expresé que los censores misteriosos no desean que me entere si quiera de la existencia de esos debates al ciberespacio entre instituciones económicas
del Gobierno de Fidel Castro. ¿Por qué, si cualquiera en el orbe conectado al Internet tiene acceso a ellas?
Discurrir sobre el carácter violatorio de las leyes cubanas presente en tales prácticas equivale a "llover sobre mojado". Lo curioso es esa voluntad cuasi paranoica de coartar al ciudadano un conocimiento de su propia circunstancia, no ajeno al resto del planeta.
Encontrar los anuarios de la ONU en bibliotecas públicas, por ejemplo, es como ganar el premio de la lotería. Nótese: no me refiero a secretos estatales, sino a información muchas veces suministrada por el propio Gobierno de la Isla. Cualquiera, menos el común
residente de Cuba, puede acceder a un dato de la FAO como el citado por Gayoso: el 19% de los habitantes de esta nación pasa hambre, cifra similar a la de la población de la capital de la República.
¿Síndrome del misterio, excesos burocráticos de las sempiternas escuchas al teléfono? ¿Acto de contracultura, signado por una cosmovisión excluyente? Obsérvese: yo mismo caigo en una trampa, al considerar hecho normal la interferencia telefónica,
al relatar casi como en broma el aullar de una sirena misteriosa.
Mi amigo de mi crónica "Un asunto de fraternales", quien ya cumplió su pena, contó que en el presidio donde se lee de todo para matar el tiempo, pudo examinar un catálogo promotor de un equipo para detectar interferencias telefónicas. Barato,
accesible, para conectar al teléfono privado. Buena idea es invitar a mis lectores de CubaNet para que alguno de ellos, o entre varios, me hagan llegar uno de esos equipos "interceptores de la intercepción". A ver si atrapamos a la sirena de marras... y nos divertimos un
poco.
Sirena misteriosa, contra el ciudadano.
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