Sandwich compartido
Tania Quintero, Cuba Press
LA HABANA, 23 de marzo - Cuando el sábado 18 de marzo compré una de esas meriendas que dan a los trabajadores de ETECSA -empresa cubana de telecomunicaciones- y que ellos venden a un dólar o veinte pesos, no podía imaginar quiénes se la iban a comer.
La merienda -un pan grande con queso, jamón y mortadella y una lata de refresco- decidí llevársela a Marta Beatriz Roque Cabello, quien desde la tarde antes me había llamado para anunciarme que de nuevo estaba de pase en su casa. Marta es muy majadera para comer y ese
tipo de "chucherías" lo prefiere a un plato de comida caliente. El refresco -una Tukola- lo sustituía por una malta: tiene contraindicadas las colas.
Le llevé también un yogurt natural y spaguettis con queso rallado. Sobre la una de la tarde llegué a su apartamento en Santos Suárez, distante a unas veinte cuadras (dos kilómetros) de mi domicilio. "Gracias, mi amiga, porque estoy muerta de hambre",
me dijo. Allí mismo donde estaba, conversando en el pequeño sofá que una vecina le prestó, al lado de Arnaldo Ramos, lo partió con las manos y comenzó a comérselo, luego que Arnaldo declinara comerse la otra mitad.
No había hecho más que dar una mordida cuando llegaron René Gómez Manzano y Félix Bonne Carcassés, igualmente de pase.
"Seguro que no han almorzado", les dijo Marta. Fue para la cocina, dividió en tres el sandwich, le añadió unas rueditas de tomate que alguien le había llevado y en dos de los tres únicos vasos de cristal que tiene, compartió la malta entre sus
dos colegas del Grupo de Trabajo de la Disidencia Interna. En el tercer vaso se sirvió un poco de agua mineral, de la que le quedaba en una botella grande de Ciego Montero.
Se sentaron los tres a "almorzar" en la sala. A Arnaldo le serví la mitad de la ración de spaguettis -la otra mitad se la guardé a Billy (Guillermo Torres)- y me puse a hacer café, con la cafetera nueva, pero en una hornilla, en el suelo, en un enchufle del
cuarto, pues todavía Marta no ha podido resolver que le reinstalen el gas. El café quedó de regular a malo, pero fue servido por turnos: éramos cinco y sólo había tres vasijas -aunque Bonne no toma café. En su lugar comió palitroques, que
también había comprado para Marta y olvidado en mi bolso.
Yo no había almorzado, el espacio del apetito lo ocupó el privilegio del reencuentro con tres ilustres amigos.
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