A paso de
bastón: ortografía policial
Manuel David Orrio, CPI
LA HABANA, agosto - Uno de los temas preferidos entre los degenerados
humoristas del país es el de la casi proverbial incultura que distingue a
los policías cubanos, particularmente aquellos que no se relacionan con
las labores propias de la Seguridad del Estado, donde el criterio general
observa una mejor preparación profesional y cultural. Para sólo
citar un ejemplo, el conocido humorista Mariconchi -quien interpreta en su
personaje travesti a una clásica madre de pueblo- se lamenta de que su
hijo, con tantas oportunidades para estudiar existentes en Cuba, haya elegido
ser policía. "¿Ustedes saben lo que es hacerle eso a una madre?",
se lamenta entre carcajadas de su muy numeroso público.
Parece elemental, pero es verdad como templo: uno de los primeros índices
de éxito en el haber transitado por la pirámide de la instrucción
pública cubana es ser capaz de escribir en castellano y con buena
ortografía, algo que en la cultura nacional adquiere visos de sancta
santorum. Un intelectual comunista como Carlos Rafael Rodríguez, de
incuestionable calidad mental, contó en una entrevista de un sacerdote
jesuita que fue su profesor de primaria y definió su excelente magisterio
con lacónica frase: "Me soltó a los diez años sin una
falta de ortografía".
Si a los efectos cubanos escribir sin faltas ortográficas es prueba
de instrucción aprovechada, independientemente del nivel alcanzado, todo
parece indicar que en el oficio de policía, al estilo isleño, se
concentran los menos capaces de entre quienes transitaron por el publicitado
sistema educacional de Cuba, aunque desde otros sectores laborales llegan señales
parecidas, lo cual invita a pensar en si tan proclamada calidad pedagógica
lo es de verdad. En uno de mis romances tempestuosos, una estudiante de
bibliotecología me escribió una explosiva misiva de amor, en la
que apuntó: "Tus vellos hojos me humedesen los muslos". No la
culpemos, quizás perdió la cabeza de tanta pasión. Pero en
siete palabras se cuentan tres faltas de ortografía.
Sin embargo, la opinión general destaca a los policías como
reyes del crimen ortográfico. Llegados al azar, dos ejemplos parecen bien
ilustrativos. Ambos son testimonio de la esposa de un hombre que está en
prisión preventiva, acusado de homicidio en ocasión de accidente
de tránsito. El primero procede de la unidad de policía de
Caimito. El segundo, de la cárcel de Quivicán, ambas ubicadas en
la provincia Habana.
La oración "Detuvimos a un ciudadano con un caballo y un saco de
aguacates", devino como informe policial en este engendro: "Detuvimos
un ciudadano con un cabayo y un saco de ajuacate". Y firma Gulio, en lugar
de Julio.
Conocido es que en las cárceles cubanas los presos tienen derecho al
llamado "pabellón", oportunidad de gozar cada cierto tiempo de
relaciones sexuales con la esposa. Para ello, ésta debe presentar
previamente un examen de salud, compuesto por una serología, un exudado
vaginal y una prueba de VIH o SIDA. Pues bien, la nota donde se instruye a la cónyuge
que debe presentar esos análisis, afirma: "Traer ecerología,
exudado y prueva del SIDA cón dos fotos". Cuatro faltas de ortografía
en diez palabras.
No se sabe si reír o llorar. Si el orden interior de este país
se halla en manos de personas que escriben así, ¿qué pensar
de su disciplina mental, de sus capacidades para el análisis
inductivo-deductivo, la quinta esencia del trabajo policial?
Meses atrás el periodista oficioso Reynaldo Taladrid se dedicó,
en una de las llamadas mesas redondas televisadas del gobierno de Fidel Castro,
a denostar contra la calidad literaria del trabajo de los periodistas
independientes cubanos. Parte de razón reconozco que tiene. Pero me
gustaría verle engolfado en el análisis de qué es peor para
el país: si periodistas malos, o policías que parecen analfabetos
funcionales, al punto de haber devenido carne de humoristas. No de presidio.
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