El peculiar sistema económico cubano, cuyas carencias se
agravaron con la pérdida de la ayuda soviética, ha generado una
nueva clase social nacida al amparo del mercado negro
Joaquim Ibarz. La
Vanguardia Digital - - 03.45 horas - 16/07/2001.
Todos los domingos, Chicho Méndez se levanta temprano e inicia un
ritual: se viste con un pantalón blanco, una camisa de lunares amarillos
y negros, se cuelga tres "trallas" (cadenas gruesas de oro), su collar
de santería y se mete en el bolsillo un buen fajo de billetes de uno y
cinco dólares. Gladys, su mujer del momento, una mulata 20 años
menor que él, le sirve el desayuno enfundada en unos "pitusa"
(tejanos) apretados que resaltan su cuerpo de bailarina. Después del café
se montan en su Lada de vidrios tintados y, con el último éxito
salsero a todo volumen, van en busca de unos amigos. Una vez el grupo está
completo, se detienen en una gasolinera y compran dos cajas de cerveza enlatada
para proseguir rumbo a la playa, donde pasarán el día. Este ritual
dominguero no llamaría la atención en ninguna ciudad española
pero en Cuba resulta excepcional y señala a Chicho como perteneciente a
una nueva clase social: los macetas.
Aunque el Gobierno intenta consolidar mediante el turismo, la minería
del níquel y el tabaco una economía saneada que impida el
crecimiento de un fenómeno contrario a los principios revolucionarios,
este mundo subterráneo montado en la ilegalidad ha crecido tanto que
resulta muy difícil frenarlo. Definir al maceta es difícil, máxime
si se tiene en cuenta que existen dos versiones: la del Estado y la de la calle.
Para el Gobierno, los macetas son criminales, antisociales, parásitos que
se dedican a negocios ilícitos para obtener un lucro rápido a
costa de la gente necesitada. La percepción es muy distinta para el
ciudadano común. El cubano del montón ve al maceta como un
negociante, un hombre que hace dinero gracias a su esfuerzo. En el ámbito
popular la expresión no tiene connotación peyorativa; al
contrario, se usa con admiración y es recibida con orgullo.
Desde el inicio del Gobierno revolucionario el 1 de enero de 1959, los
cubanos han sufrido escasez en diferente grado, ya que la libreta de
racionamiento dista mucho de abastecer de los productos indispensables. Aunque
el término "resolver" (buscar el condumio diario de manera no
legal) ya era empleado en los años sesenta, es en los noventa cuando se
convierte en una obsesión al incrementarse las penurias alimentarias con
el rápido derrumbe de los regímenes comunistas, que hasta entonces
subsidiaron con generosidad al Gobierno cubano. El fenómeno del maceta
surge con timidez hacia 1991, en el inicio del llamado "periodo especial",
que se implanta en la isla al acentuarse la crisis tras la desintegración
de la URSS. Ante la falta de lo más indispensable, muchas personas se
lanzaron a los trapicheos de la "bolsa negra" (mercado negro), donde a
precios muy altos para los bajos salarios de la gente se consiguen buena parte
de los productos que no suministra la libreta de racionamiento.
El control total de la economía por parte del Estado -las empresas
mixtas gestionadas por extranjeros se circunscriben al turismo y a otras pocas
actividades- condujo no sólo a la ineficiencia, sino a un floreciente
mercado negro que se calcula que involucra de alguna manera al 90% de la población.
La "bolsa negra" tal vez pueda compararse con el sector informal en
muchas economías tercermundistas; es tan penetrante que el Gobierno lo
semitolera como válvula de escape que facilita la supervivencia de mucha
gente. Sin embargo, crea una especie de disidencia de origen no directamente político,
que algunos perciben como una amenaza a la revolución, incluso mayor de
lo que plantearía el abierto reconocimiento a la iniciativa privada. "Todos
los días, casi todos los cubanos que conozco hacen algo ilegal para poder
seguir adelante", comentó una amiga europea que lleva años
viviendo en Cuba. "Tal vez compran café o zapatos para sus hijos en
el mercado negro, dicen que están enfermos en su trabajo con el fin de
disponer de tiempo para conseguir la comida, se llevan material de la oficina
para usarlo en la casa o para venderlo, o le piden a un plomero ilegal que les
arregle el excusado. Pueden ser miembros del Partido Comunista o firmes
defensores de la revolución, pero violan la ley con toda naturalidad, sin
darle importancia. Y dado que todo el mundo ve que todo el mundo lo hace,
resulta ser parte del juego. Para la revolución es un peligro porque crea
una especie de doble moral", señala la residente europea.
Marcha atrás
Este peligro ya lo percibió el Gobierno en 1995, cuando se dio un
viraje hacia atrás a la muy limitada apertura económica iniciada
pocos años antes. Firmado por Raúl Castro, el Partido Comunista
difundió un documento en el que se decía que, por su mentalidad
individualista, el trabajador por cuenta propia se puede convertir en caldo de
cultivo de la contrarrevolución. Durante un cierto tiempo, pareció
que el Estado quería eliminar toda fuente de supervivencia independiente.
Pero los que ya vivían al margen de la economía formal eran tantos
que sólo pudo limitar su extensión. Desestimuló el trabajo
por cuenta propia, eliminó licencias, obligó a los paladares
(restaurantes privados) a comprar alimentos en tiendas oficiales, subió
los impuestos... Del discurso oficial se podía entender que era un delito
enriquecerse. Ante tantas limitaciones, la iniciativa privada se redujo; unos
pudieron subsistir a trancas y barrancas, pero muchos no pudieron mantener su
pequeño negocio. Quienes no podían pagar los altos impuestos,
devolvieron las licencias oficiales para regresar a la ilegalidad. A diario se
da el caso de que mientras un policía tiene la misión de evitar
que se vendan de forma ilegal determinados productos, su mujer compra huevos o
cualquier cosa a quien se los ofrece de manera semiclandestina.
Los macetas acentúan la desigualdad social que ya existe en Cuba
entre los que tienen acceso al dólar (gracias a su trabajo en compañías
extranjeras, a propinas, a la prostitución o a los envíos de
familiares que residen en el exterior) y los que se deben conformar con sus
magros sueldos en pesos cubanos. El maceta no crea riqueza, no lleva a cabo ningún
negocio en sentido específico, se dedica a comprar y vender algo, todo
fuera de la ley. Hay algunos que reparan electrodomésticos o compran
televisores estropeados para arreglarlos y revenderlos, otros sirven de
intermediarios con los campesinos y compran y venden alimentos. Otro puede que
trabaje en una gasolinera -uno de los oficios más buscados- y tenga
trucadas las medidas, de manera que de cada 10 litros uno quede para él.
O quizás trabaja en la "carpeta" (recepción) de un
hotel, y tenga manipulado el equipo informático para que el alquiler de
una habitación no quede registrado y el importe vaya a su bolsillo; también
hay quien trabaja en un agencia de alquiler de coches del Estado y, a espaldas o
sobornando a los inspectores, omite de la contabilidad el alquiler de algún
vehículo. O puede ocurrir, como le pasó a este cronista, que
alguien alquile el coche con el depósito supuestamente lleno y a los
pocos kilómetros se quede tirado sin combustible.
Una nueva modalidad de enriquecimiento ilegal se efectúa mediante el
acceso a Internet. Como el acceso además de caro (el periodista
extranjero paga 60 dólares mensuales por 100 horas de conexión y
tres dólares por hora extra) está prohibido al ciudadano común,
el empleado de alguna dependencia estatal con acceso a la red facilita, por 30 dólares
al mes (o menos), la identificación y clave de acceso a un usuario
particular para utilizarlo fuera del horario de oficina.
Capacidad de inventiva
Las modalidades de enriquecimiento ilegal son prácticamente infinitas
dada la capacidad de inventiva del cubano, la aparente permisividad de la
Administración y la gran necesidad de dólares que tiene todo el
mundo para "resolver". Muchas dependientas de pequeñas tiendas
estatales en dólares recurren al medio más sencillo: suben los
precios por su cuenta y la diferencia con el precio oficial va a parar a su
bolsa. En los restaurantes estatales, es muy frecuente la "multa": los
camareros entregan al cliente una factura no oficial con los precios más
caros en relación con lo que figura en la carta. Si el turista no coteja
y revisa bien la factura, paga de más. Y la sobretasa va para el
empleado. Cerca del hotel Meliá Cohiba conocimos a un economista que,
tras más de 20 años como gerente de una empresa estatal, renunció
a su empleo (ganaba poco más de 5.000 pesetas al mes, más que la
mayoría, que gana un salario medio de 249 pesos mensuales, menos de 3.000
pesetas) para trabajar ilegalmente como taxista. "Me considero un
privilegiado porque soy uno de los pocos cubanos que dispone de coche particular
en buen estado", comentó.
Aunque los comités de Defensa de la Revolución ejercen control
sobre los vecinos de cada manzana, también hay quien se las ingenia para
mantener clandestinamente la Bolita, una especie de lotería de barrio en
la que la gente apuesta pequeñas cantidades en pesos. En fin, cualquier "actividad"
es válida para convertirse en maceta.
También hay macetas -los menos- que ganan el dinero legalmente. El núcleo
principal lo constituyen los dueños de los paladares, a los que el Estado
les impone muchas limitaciones para que sus dueños no prosperen. Sin
embargo, siempre hay medios para superar prohibiciones como la de que el local
no tenga más de 12 sillas y tres mesas. Y cada día aumenta el número
de macetas ligados a firmas paraestatales o a empresas mixtas con capital
extranjero. A su jubilación, altos oficiales del Ministerio del Interior
pasan a dirigir firmas comerciales que negocian con dólares. Estos
empleados de confianza tienen autorización para viajar al exterior y
disfrutan de buenos coches, teléfono móvil y demás ventajas
ligadas al mundo del dólar. Otros cubanos ganan su buen dinero haciendo
de intermediarios para empresas extranjeras y también existe un soterrado
mercado inmobiliario, que da buenos dividendos a quienes, a través de
testaferros, cambian, compran y venden casas.
Un sociólogo de la Universidad de La Habana, que pidió que no
citáramos su nombre, nos dijo: "El fenómeno del maceta se ha
extendido y arraigado en la sociedad cubana. Es la primera clase social palpable
que aparece en la isla desde el triunfo de la revolución. Constituye el
modelo popular del capitalista que, a pesar del rechazo oficial, se mantiene y
gana relieve a escala civil".
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