Mauricio Vicent | La Habana. Jueves, 28 de junio de 2001.
El País
Hace justo un año regresó a Cuba el niño balsero Elián
González, pero la gigantesca campaña nacionalista que desató
el Gobierno de La Habana a raíz de su caso sigue vivita y coleando. La
vuelta de Elián a la isla tras siete meses de odisea en Estados Unidos no
supuso el fin de las movilizaciones masivas y de la propaganda para denunciar la
maldad del imperialismo. Por el contrario, un año después, la
ofensiva político-ideológica ha ido a más en Cuba y se ha
convertido en política de Estado: es la llamada 'batalla de ideas' y hoy
está en su apogeo.
Si uno es periodista y se acerca estos días al pueblo de Cárdenas
con el propósito de ver a Elián o a su familia, lo lleva crudo. El
crío, que tiene ahora siete años, es protegido de la mirada de los
fisgones en la escuela y en su casa por varios agentes de civil y de uniforme.
Según los partes oficiales, el niño está bien. Prácticamente
se ha recuperado del trauma que sufrió al ver cómo se ahogaba su
madre en el estrecho de la Florida y de los meses que pasó en Estados
Unidos retenido contra la voluntad de Juan Miguel González, su padre, un
joven militante del Partido Comunista Cubano, hasta que agentes federales
irrumpieron en casa de su tío en Miami para devolver al niño a
Cuba.
Jóvenes movilizados
La batalla nacional que encabezó Fidel Castro por el regreso del
pequeño balsero terminó el 28 de junio del año pasado. Pero
el efecto Elián no acabó ahí. Las autoridades percibieron
que las protestas multitudinarias y los programas de propaganda política
en televisión -que empezaron para defender la causa del niño- podían
marcar un nuevo estilo de trabajo partidista para reactivar el espíritu
patriótico y movilizar a los más jóvenes en torno a la
causa revolucionaria.
Desde hace un año, cada sábado se celebra una gran manifestación
al aire libre en un municipio del país. En estas llamadas 'tribunas
abiertas', los jóvenes son los protagonistas y combinan actividades
culturales con discursos patrióticos y antiimperialistas. Los líderes
históricos asisten, pero como espectadores, e intervienen sólo
cuando un acontecimiento político importante lo amerita.
A las tribunas abiertas hay que añadir las 'mesas redondas' en
televisión (las hay de tres tipos: instructivas, informativas y
educativas); una diaria de lunes a viernes de seis a ocho de la tarde. Y eso sin
contar las marchas del pueblo combatiente que se convocan circunstancialmente o
en fechas señaladas, o las protestas frente al edificio de la Sección
de Intereses de EE UU, en pleno Malecón de La Habana, donde se ha
construido hasta una plaza bautizada como Tribuna Antiimperialista José
Martí.
Sobre este chasis patriótico descansa, básicamente, la
denominada batalla de ideas. Hay que añadir, además, los cientos
de miles de banderas cubanas y camisetas con consignas revolucionarias
repartidas gratuitamente entre las masas.
Pero llenar de contenido tal estructura ya es otra historia. Concebida como
una especie de Sierra Maestra ideológica, para las autoridades la batalla
de ideas es a la vez una forja revolucionaria donde hasta los más jóvenes
pueden sentirse protagonistas y héroes de la causa de Cuba. En más
de una ocasión, Fidel Castro ha exaltado las virtudes de este movimiento
como escuela para formar a las nuevas generaciones y espacio donde los jóvenes
dirigentes han de foguearse en la perenne lucha de la isla contra los abusos de
su enemigo del Norte.
Fue justo al pronunciar un discurso en una de estas tribunas abiertas, que
han de servir de fragua al relevo de la revolución -o al menos eso es lo
que se pretende- cuando a Castro le dio un desmayo, el sábado pasado, por
primera vez en 42 años de ejercicio del poder. Aunque breve, el
desvanecimiento del líder máximo supuso un susto nacional en medio
de la batalla de ideas que se libra en Cuba desde que regresó Elián.
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