Malévolas
aspiraciones
Oscar Espinosa Chepe
LA HABANA, marzo - Los medios de difusión cubanos, todos bajo
estricto control estatal, realizan una intensa campaña sobre el proceso
de desaceleración de la economía norteamericana. Como aves de mal
agüero celebran la caída de la bolsa y jubilosamente auguran el
advenimiento de una crisis, otro "viernes negro", que conducirá
a la bancarrota de Estados Unidos.
Anteriormente, jamás informaron a la opinión pública
cubana que durante casi una década el vecino del norte mantuvo un
ininterrumpido crecimiento económico, el período de prosperidad más
prolongado de su historia. Esta coyuntura estuvo acompañada por un alto
control de las presiones inflacionarias y tasas de desempleo muy reducidas.
El aquelarre presagiador del desastre no resulta nuevo. Cada vez que en el
mundo surge una dificultad, la prensa oficialista y los voceros del régimen
vaticinan la crisis mundial. Así sucedió con los problemas que
afrontó México a fines de 1994 y cuando las turbulencias
financieras azotaron el sudeste asiático en 1997, para quedar en ridículo
al ser resueltas ambas crisis, y sus perniciosos efectos neutralizados.
Los que hoy invocan un nuevo "viernes negro" en Wall Street deberían
tener presente que si sus malévolas aspiraciones se hicieran realidad,
entre las primeras perjudicadas estaría Cuba. Actualmente, el mayor
ingreso neto en divisas recibido son las remesas que provienen fundamentalmente
de Estados Unidos, calculándose en un monto anual entre 800 y 1,000
millones de dólares. Este dinero es captado por el Estado mediante su
monopolio sobre las tiendas de divisas, donde oferta mercancías y
servicios a precios elevadísimos, con lo cual obtiene enormes ganancias.
Por otro lado, no resulta un secreto que desde hace tiempo Estados Unidos ha
sido una suerte de locomotora para la economía mundial. Si surgieran
serios problemas allí, las repercusiones se sentirían a escala
planetaria. En primer lugar se afectaría el turismo internacional, la
principal actividad económica de Cuba en estos momentos. Por supuesto,
las inversiones extranjeras se paralizarían en un clima signado por la
crisis, máxime con respecto a aquellas naciones con tantos riesgos como
Cuba.
Según puede apreciarse, los tres principales pilares sobre los que
descansa la economía: las remesas, el turismo y las inversiones
extranjeras sufrirían el impacto inmediato y directo de una crisis
mundial, agravándose la ya difícil situación por la que
atraviesa la Isla desde hace años.
Los aviesos deseos mostrados profusamente por la prensa cubana, fiel
reproductora de los estados anímicos de la cúpula gobernante de
que se produzca una debacle en la economía norteamericana, en su banal análisis
no tienen en cuenta los serios daños que, de suceder, le ocasionaría
al pueblo cubano. Esta actitud muestra hasta qué punto puede conducir el
dogmatismo y la ceguera política.
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