Los curiosos
indagan
Manuel Vázquez Portal, Grupo Decoro / CubaNet
LA HABANA, octubre - Algunas personas que me conocen y saben que me dedico a
hacer periodismo independiente tienen la creencia de que yo tengo más
información que ellos. Donde quiera que me ven me someten a
interrogatorios que ya quisiera yo poder responderles. Preguntan con la convicción
de que yo puedo satisfacerles su curiosidad. No conciben que yo no posea
noticias de última hora. Para ellos el periodista debe saber cuanto
acontece en el mundo. No saben, los pobres, que yo vivo tan desinformados como
ellos.
En Cuba la información es arma estatal, secreto de gobierno. Ni
siquiera los periodistas oficiales tienen toda la información, y los que
por casualidad o raros artilugios acceden a ella están privados de
divulgarla hasta tanto se les ordene.
Para enterarse de lo que ocurrió, ocurre u ocurrirá en el
planeta hay que esperar a que el jefe del gobierno, el partido, el Estado y las
fuerzas armadas lo divulguen o autoricen a su divulgación. Mientras tanto
hay que conformarse con festivos y rosados reportajitos sobre el barrio chino o
los hogares de ancianos, repetidos tres o cuatro veces al día por los únicos
dos canales de televisión a que la población tiene acceso. La Mesa
Redonda, arma fundamental de la "batalla de ideas", y que a veces
aporta ciertas informaciones recientes, selecciona, purga, desecha y
reinterpreta los cables, los despachos, con tan esmerado celo que en muchas
ocasiones uno se queda tan en babia como antes.
Tener información en Cuba es privilegio de las altas esferas, de los
audaces internautas clandestinos, de los felices poseedores de equipos de radios
con varios rangos de onda corta. El síndrome del misterio, del secreto,
de la compartimentación es el estado natural de la información. No
es necesario un estado de guerra, de catástrofe, para que se limite la
información.
La información para el pueblo siempre ha estado limitada. El derecho
a saber que todo ciudadano tiene sobre la tierra, en Cuba es una ilusión
que se reduce a saber sólo lo que el gobierno desea sepa el pueblo, y no
en casos excepcionales, sino siempre. Siendo todos los medios de divulgación
propiedad del Estado, solamente publican aquello que les interesa o conviene.
Por eso cuando los curiosos, sedientos de información, indagan sobre
la marcha de los preparativos para la posible guerra en Afganistán o
sobre las conversaciones de paz entre Arafat y Shimon Peres, no me queda más
remedio que aceptar mi condición de desinformado.
Soy un periodista sin teléfono, sin fax, sin computadora con libre
acceso a Internet y, para colmos, no tengo ni radioreceptor con onda corta. ¿Qué
puedo saber yo, de qué puedo enterarme? Ahora mismo anda por ahí
el run-run de que una señora de 44 años de edad, de nacionalidad
puertorriqueña y que se llama Ana Belén Montes, desde su alto
cargo en el Pentágono, servía como espía al gobierno
cubano. ¿Quién lo diría? En la Mesa Redonda, en la cual tanto
se habla de los cinco cubanos encarcelados en Miami, sobre esto no han dicho ni
media palabra. ¿Qué pasará que no quieren que el pueblo se
entere de ello? Esas son las desventajas de enterarse solamente de aquello que
desea el gobierno.
Esta información ha sido transmitida por teléfono,
ya que el gobierno de Cuba no permite al ciudadano cubano acceso privado a
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