El profesor
cuadrado
Manuel Vázquez Portal, Grupo Decoro / CubaNet
LA HABANA, octubre - Las lecciones televisadas como alternativa para
solucionar la escasez de docentes en las escuelas ya fracasó una vez en
Cuba.
Allá por los años finales de la década del sesenta se
intentó suplir la ausencia de maestros y profesores en los centros
docentes implantando el sistema de lecciones televisadas, que se suponía
sería la solución para la crisis que atravesaba la enseñanza
por falta de personal calificado para tal desempeño.
Las causas fundamentales de aquel fracaso no fueron solamente de carácter
pedagógico, sino que al crearse semejante artificio no se tuvo en cuenta
la logística necesaria para llevar a buen término el plan trazado.
Los intentos chocaron con cientos de escuelas en regiones no electrificadas
entonces, que hacían imposible la recepción de las lecciones, las
zonas de silencio televisivo en algunas partes del país, así como
la insuficiente cantidad de tele receptores para todas las aulas.
El aparente paliativo resultó ser otro problema dentro del sistema
general de educación del país. Los programas se vieron
entorpecidos y hasta fragmentados. Mientras en unos centros se podían
recibir las materias impartidas, en otros no, lo que acarreó serias
diferencias en la asimilación y aprovechamiento escolares.
Desde el punto de vista didáctico, el educando perdía la
necesaria relación alumno-profesor, lo que redundaba en una pérdida
de la indispensable interacción educando-educador para la buena asimilación
y fijación de contenidos. La disciplina del grupo se resquebrajó
frente a la falta de autoridad docente dentro del aula. La impersonalidad del
teleprofesor hizo que el discípulo perdiera los lazos afectivos y la
posibilidad de la atención casuística a su duda, incomprensión
o error individual. El nivel de concentración del grupo, así como
su participación activa durante el desarrollo de las lecciones, se vio
altamente limitado, ello sin tener en cuenta las dificultades que suponía
para treinta o más televidentes, a tres o más metros de distancia,
y sin ángulo apropiado, fijar la atención.
Sin embargo, y a más de treinta años del anterior descalabro,
el gobierno cubano, en su enfebrecido afán de demostrar que el sistema
educacional del país es incomparable, ha retomado el plan de
telelecciones, haciendo caso omiso de las leyes pedagógicas que rigen
todo buen programa de educación.
No basta con instalar paneles solares en las zonas no electrificadas del país
y un televisor en cada escuela o aula para corregir los errores logísticos
del intento anterior. El problema no es de índole técnico-material.
El problema es humano. Ningún teleprofesor, por más eminente que
sea, podrá sustituir al humilde maestro que cada día pone un poco
de sabiduría y de cariño en sus alumnos. Las telelecciones, tal
vez como un apoyo audiovisual más, como puede serlo el tubo de ensayos o
el mapamundi, pueden resultar beneficiosas, pero nunca en sustitución del
maestro.
La escasez de maestros no se resuelve despojando a la red nacional de
comercio de la venta de televisores, que dicho sea de paso se vendían en
dólares, y caros, e implantando el programa nacional de telelecciones. Se
resuelve, más bien, devolviéndole al maestro sus libertades pedagógicas,
su reconocimiento social y su solvencia económica.
Nadie querrá ser maestro, o se arrepentirá muy pronto de
serlo, si se mantiene el carácter doctrinal de la enseñanza, si no
se detiene la carrera promocionista del ciento por ciento de los educandos, si
la autoridad política se sobrepone a la autoridad docente, si la
calificación política sigue siendo más importante que la
calificación académica, si los salarios que devengan no les sirven
para solventar sus vidas y, sobre todo, si la educación sigue siendo más
una pancarta política que el hecho cultural relacionado con el desarrollo
integral del país.
Se podrán inventar cientos de planes televisivos y se podrán
graduar miles de maestros emergentes, pero si no se resuelven los problemas
reales que impiden la permanencia de los maestros en las aulas el déficit
será recurrente y eterno.
Nota: Siempre que me he referido a lo que, pública y erróneamente,
llaman teleclases, he usado el término telelecciones porque desde el
punto de vista pedagógico lección es el contenido que se imparte
en un tiempo determinado, y clase el conjunto formado por alumnos, profesor,
aula y medios auxiliares necesarios para impartir lecciones. A menos que hayan
cambiado las categorías pedagógicas con este rebumbio de utilizar
el televisor como maestro.
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