CUBANET .INDEPENDIENTE

11 de octubre, 2001


El profesor cuadrado

Manuel Vázquez Portal, Grupo Decoro / CubaNet

LA HABANA, octubre - Las lecciones televisadas como alternativa para solucionar la escasez de docentes en las escuelas ya fracasó una vez en Cuba.

Allá por los años finales de la década del sesenta se intentó suplir la ausencia de maestros y profesores en los centros docentes implantando el sistema de lecciones televisadas, que se suponía sería la solución para la crisis que atravesaba la enseñanza por falta de personal calificado para tal desempeño.

Las causas fundamentales de aquel fracaso no fueron solamente de carácter pedagógico, sino que al crearse semejante artificio no se tuvo en cuenta la logística necesaria para llevar a buen término el plan trazado.

Los intentos chocaron con cientos de escuelas en regiones no electrificadas entonces, que hacían imposible la recepción de las lecciones, las zonas de silencio televisivo en algunas partes del país, así como la insuficiente cantidad de tele receptores para todas las aulas.

El aparente paliativo resultó ser otro problema dentro del sistema general de educación del país. Los programas se vieron entorpecidos y hasta fragmentados. Mientras en unos centros se podían recibir las materias impartidas, en otros no, lo que acarreó serias diferencias en la asimilación y aprovechamiento escolares.

Desde el punto de vista didáctico, el educando perdía la necesaria relación alumno-profesor, lo que redundaba en una pérdida de la indispensable interacción educando-educador para la buena asimilación y fijación de contenidos. La disciplina del grupo se resquebrajó frente a la falta de autoridad docente dentro del aula. La impersonalidad del teleprofesor hizo que el discípulo perdiera los lazos afectivos y la posibilidad de la atención casuística a su duda, incomprensión o error individual. El nivel de concentración del grupo, así como su participación activa durante el desarrollo de las lecciones, se vio altamente limitado, ello sin tener en cuenta las dificultades que suponía para treinta o más televidentes, a tres o más metros de distancia, y sin ángulo apropiado, fijar la atención.

Sin embargo, y a más de treinta años del anterior descalabro, el gobierno cubano, en su enfebrecido afán de demostrar que el sistema educacional del país es incomparable, ha retomado el plan de telelecciones, haciendo caso omiso de las leyes pedagógicas que rigen todo buen programa de educación.

No basta con instalar paneles solares en las zonas no electrificadas del país y un televisor en cada escuela o aula para corregir los errores logísticos del intento anterior. El problema no es de índole técnico-material. El problema es humano. Ningún teleprofesor, por más eminente que sea, podrá sustituir al humilde maestro que cada día pone un poco de sabiduría y de cariño en sus alumnos. Las telelecciones, tal vez como un apoyo audiovisual más, como puede serlo el tubo de ensayos o el mapamundi, pueden resultar beneficiosas, pero nunca en sustitución del maestro.

La escasez de maestros no se resuelve despojando a la red nacional de comercio de la venta de televisores, que dicho sea de paso se vendían en dólares, y caros, e implantando el programa nacional de telelecciones. Se resuelve, más bien, devolviéndole al maestro sus libertades pedagógicas, su reconocimiento social y su solvencia económica.

Nadie querrá ser maestro, o se arrepentirá muy pronto de serlo, si se mantiene el carácter doctrinal de la enseñanza, si no se detiene la carrera promocionista del ciento por ciento de los educandos, si la autoridad política se sobrepone a la autoridad docente, si la calificación política sigue siendo más importante que la calificación académica, si los salarios que devengan no les sirven para solventar sus vidas y, sobre todo, si la educación sigue siendo más una pancarta política que el hecho cultural relacionado con el desarrollo integral del país.

Se podrán inventar cientos de planes televisivos y se podrán graduar miles de maestros emergentes, pero si no se resuelven los problemas reales que impiden la permanencia de los maestros en las aulas el déficit será recurrente y eterno.

Nota: Siempre que me he referido a lo que, pública y erróneamente, llaman teleclases, he usado el término telelecciones porque desde el punto de vista pedagógico lección es el contenido que se imparte en un tiempo determinado, y clase el conjunto formado por alumnos, profesor, aula y medios auxiliares necesarios para impartir lecciones. A menos que hayan cambiado las categorías pedagógicas con este rebumbio de utilizar el televisor como maestro.


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