Otro paso
contra la censura
Jesús García Leiva / CubaNet
LA HABANA, septiembre - En los últimos filmes se percibe la tendencia
de algunos de nuestros cineastas a romper la censura. Aunque sólo
llegaban a ponerse tibios los temas tratados en sus películas, no es
menos cierto que el miedo parece encontrar su adversario en la honestidad, y ya
hemos podido disfrutar de cintas atrevidas como "Reina y Rey", "Fresa
y Chocolate", y otras, que si bien no llamaron por su nombre a todo lo que
trataron, tienen el mérito de estar entre la vanguardia de los osados.
Hace unos días vi el filme "Miel de Oshún". Me sentí
regocijado al ver que por primera vez (al menos para mí) fueron tratados
con toda crudeza problemas escabrosos ampliamente debatidos por nuestro pueblo,
como los de los bajos salarios, la crisis del servicio de transporte
interprovincial, la prohibición al pueblo de hospedarse en hoteles de
turismo internacional... y de los cuales no hay señales de cambio.
En particular, uno de los que más molesta es el hecho de que un
ciudadano cualquiera no pueda gozar de su derecho constitucional a hospedarse en
cualquier hotel que escoja dentro del territorio nacional, sin importar, además,
a qué cadena hotelera pertenezca, sea Isla Azul, Horizontes, Gran Caribe,
Cubanacán o Gaviota.
Como bien es conocido por los cubanos, la única cadena hotelera que
brinda servicio a los nacionales es Isla Azul. Pero, ¿a qué
nacionales?
Hospedarse en un hotel en Cuba no constituye acto común sin
trascendencia como en cualquier otra parte del mundo, en la que se ofrece el
servicio a quien lo desee, siempre y cuando pueda pagarlo. En nuestro país
el derecho a hospedarse en un hotel se ha convertido en "estímulo",
y los acreedores del mismo son:
Los recién casados, que tras el trámite burocrático de
rigor obtienen el permiso de hospedaje en el hotel que se les asigne, sin
importar el consentimiento de la pareja. En otras palabras: "o lo toman, o
lo dejan".
Los vanguardias nacionales, es decir, personas que trabajaron cientos de
horas extralaborales sin cobrarlas y/o han aportado resultados que le reportan
grandes dividendos al Estado cubano. En estos casos se hacen excepciones y
pueden hospedarse en hoteles de turismo internacional.
Los funcionarios de las entidades del Estado durante el cumplimiento de sus
funciones, si no se encuentran en su provincia de residencia.
Y también "algunos" empleados de "algunas"
instituciones del Estado, para el disfrute de parte de sus vacaciones.
En los años 80 del siglo pasado, cuando la tenencia de dólares
estaba penalizada para los cubanos residentes en el país, era más
fácil soportar el discurso de la necesidad de ofertar servicios al
turismo extranjero (incluidos los cubanos emigrados) con miras a recaudar dólares
para comprar leche para los niños que, dicho sea de paso, nunca se específicó
que se les vendería hasta los siete años de edad.
Con la despenalización del dólar la medida se mantuvo, y para
justificar su mantenimiento se hizo imprescindible un cambio de discurso: "Eliminarla
aumentaría las diferencias sociales producidas por el período
especial".
Esta explicación parecería convincente si se valora de forma
aislada, pero contrasta con la creciente red de tiendas del CIMEX, TRD, Caracol,
Panamericanas, CUBAM, donde existe una marcada diferencia de clientes. Por un
lado, los obreros que sólo asisten a ellas para soñar con aquello
que ven y que necesitan o desean tener, pero que bien saben que no podrán
comprar. Estos son los que mensualmente, después del día del
cobro, pueden comprar un litro de aceite, algún producto de aseo o alguna
ropa o calzado barato. Por otra parte, los respetados clientes. Aquellos que
pueden dejar propinas y que todos vemos salir frecuentemente de estas tiendas
con facturas cuyo importe permitiría comer por muchos meses a cualquier
obrero.
Estas diferencias las vemos cada día, y cabe preguntar: ¿Por qué
en este caso no se aplica la medida? ¿Por qué permitir que se sigan
marcando las diferencias sociales? ¿Por qué no garantizar todo en la
canasta familiar, en moneda nacional y a precio razonable?
Entre estas contradicciones vivimos y pienso que no hay razón moral
para mantener esa medida, que por demás no está soportada
legalmente, pues no existe fuerza jurídica mayor que nuestra ley primera,
la Constitución, y ésta nos da el derecho al disfrute de los
hoteles.
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