Memorias de
la Plaza (XXI)
Manuel Vázquez Portal, Grupo Decoro
LA HABANA, febrero (www.cubanet.org) - Quien piense que la Plaza de Armas
estuvo exenta de la fiebre de la emigración que ha padecido todo el país
desde que la epidemia del chícharo y los uniformes invadieron la nación,
está totalmente equivocado. Allí también "tumbar la
mula" era un sueño dorado. Muchas veces me calificaron de idealista,
cuando no de verraco, por afirmar que yo sería quien apagaría la
farola del Morro cuando todos hubieran partido. Marcharme de Cuba ha sido para mí
algo así como dejar quitarme lo mío.
Chago ganó la puntera en el bloque de arrancada. Era el librero más
gárrulo de la Plaza. Donde él estaba se sabía por el
barullo. Poeta melenudo, fornido, aunque bajo de estatura, buen negociante y con
una sed enorme de celebridad, me castigaba con sus versos en cualquier
oportunidad. Lo había conocido en aquellos encuentros de Talleres
Literarios que organizaba el Ministerio de Cultura y a los cuales yo asistía
como jurado. El había nacido en uno de los pueblos más viejos de
Cuba: Remedios, tierra de demonios y parrandas. Una mañana, cuando le eché
de menos a su algarabía y a sus versos, pregunté por él, y
sus amigos me dijeron como con orgullo fraternal: "Chago... Chago está
en Madrid".
Le siguió Javier, un muchacho bonitillo y noble que gustaba
desaguacatar a las "tembas" de la Plaza. Su madre vivía en
Estados Unidos y no sé por qué vía él se ganó
una visa para "Miami, donde el tiempo se detuvo" pero con una lonja de
jamón en una mano y una Coca-Cola en la otra.
Del tercero de que tuve noticias fue de Armando Valdés. Este era un
flaco desgarbado, importado directamente desde Santa Clara, filólogo él
y con una frente tan amplia que se le extendía hasta los occipitales.
Muchacho culto y de buenos modales, un día amaneció en París
y comenzó a escribir todo lo que había callado. De su novela Las
vacaciones de Hegel -si mal no recuerdo un cuadro de Magritte- tuve noticias por
medio de la inquieta pluma de aquel floridano (me refiero al pueblito camagüeyano)
que recuerdo con cariño -sobre todo por el endecasílabo un tanto
injusto con que nos emparentara e inmortalizara el gran conceptista del barroco
español, y el cual dice "El mirar zurdo y zambo es delincuente"-
que es Emilio Surí Quesada y quien me regaló, no sé en qué
revista, una nota elogiosa sobre la historia que cuenta Armando.
Algún tiempo después me enteré que uno al que apodábamos
"El Colorao" -vaya antítesis jodedora- había "volado
el caballo" después de casarse con una gordita -fecha retroactiva
por medio- que no tenía dinero para pagar los precios, en dólares,
que impone el gobierno por los trámites de partida a quienes se sacan el
bombo (sorteo de visas estadounidenses). El Colorao gastó todos sus
ahorros de la Plaza, pero se dio el gustazo de gritar: "La peste el último".
Le siguió Armando Añel, de quien ya les conté la
historia de cómo le "vendió el cajetín" a esta
casa "lúgubre y oscura donde no se come ni se bebe". Después,
Ariel León, que se desposara con una parisina, no de muy mal ver. Por último
José Manuel, mi mejor compinche en discusiones literarias y políticas,
se las ingenió, por medio de la invitación de un amigo, para
aterrizar una mañana en Roma.
Sin embargo, mi amigo X -no digo su nombre por razones obvias- le ha "fajado"
(enamorado) a cuanta argentina, francesa, italiana, senegalesa, haitiana, se ha
parado en su ventorrillo; le ha escrito a cuanto familiar y amigo suyo anda por
esos mundos de Dios, y se ha nominado en cuanto sorteo de visas le ha caído
a mano; pero nada, no hay modo de que logre "cruzar el charco", es
como si la presidenta de su CDR (Comité de Defensa de la Revolución)
le hubiera echado un brujazo. Hay quien no tiene suerte para los aviones. Y de
balsas, ni hablar, con esa mala pata, se lo comería la primera sardina
con que se cruzara en la Corriente del Golfo. Es verdad lo que dice el refrán:
el que nace para X, no llega a Y.
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