La fuerza
de las convicciones (I)
Héctor Maseda, Grupo Decoro
LA HABANA, enero (www.cubanet.org) - Osmundo Alonso Romero no era comunista.
Defender este principio lo llevó a desafiar al régimen castrista
desde el principio. La respuesta gubernamental a sus actos patrióticos lo
obligaron a realizar acciones de alta peligrosidad y a experimentar vivencias
poco comunes para un adolescente de apenas 15 años.
Alonso Romero se integró al proscrito Movimiento de Recuperación
Revolucionaria (MRR) en la ciudad de Matanzas a finales de 1964. Sus primeras
misiones consistieron en suministrar ropas y medicinas a varios de los grupos
armados que operaban en el Escambray, cordillera perteneciente a la antigua
provincia de Las Villas.
"Las reuniones -nos dice Romero-, se efectuaban clandestinamente en
Matanzas. Yo integraba una célula de tres personas. El jefe era Apolonio
Mazio (ahora en el exilio), mi padre (ya fallecido), y yo. Los tres trabajábamos
como enlaces entre el MRR y el movimiento guerrillero que operaba en la
provincia central. Apolonio establecía los contactos en La Habana, recibía
las órdenes y los demás las cumplíamos. Los alijos se
entregaban a miembros del MRR que vivían en las ciudades de Trinidad y
Sancti Spíritus. Estas personas eran las encargadas de hacerlos llegar a
su destino. Ese trabajo lo comenzó a realizar el MRR en 1962 y se mantuvo
hasta 1965, época en que las operaciones antiguerrilleras llevadas a cabo
por el gobierno -gigantescos cercos militares formados por miles de hombres,
destierro forzoso de los campesinos de la región (que en su mayoría
ofrecían apoyo logísticos a los insurgentes)- y la ausencia de
pertrechos de guerra y boca enviados desde el exterior, hicieron imposible la
supervivencia de la guerrilla".
En el año 1965, el ejército anticastrista en Las Villas, como
fuerza, ya era historia. Muchos grupos habían sido aniquilados cuando se
vieron obligados a combatir en condiciones muy adversas. Otros resultaron
capturados por encontrarse heridos o indefensos. Cientos de estos últimos
se vieron sometidos a juicios en tribunales sumarísimos que, por regla
general, los condenaban a muerte por el simple hecho -decían los jueces-
de haberse alzado en el Escambray. Apenas algunas decenas conservaron sus vidas
a cambio de cumplir enormes condenas en las cárceles del régimen
cubano.
"Sólo unos pocos -señala Alonso Romero- lograron evadir
la furia y el odio incontrolados del régimen y escapar de aquel macizo
montañoso que se había convertido en una suerte de ratonera
gigante. Evacuar a los ex guerrilleros que aún estaban vivos y libres,
aunque perseguidos como alimañas y escondidos donde podían,
constituiría una de las tareas principales para el MRR en aquel tiempo.
El movimiento creó ese año un mecanismo de rescate y fuga
integrado por varios equipos operativos, cuya misión consistió en
sacar fuera del país a los insurrectos sobrevivientes. Mi padre Apolonio
y yo integramos el grupo que operó hasta 1966 en la bahía de
Matanzas".
"El sistema -agrega Romero- funcionaba de la forma siguiente: el MRR
avisaba que había un grupo de ex combatientes (siempre inferior a cinco)
listo para abandonar el territorio nacional. Estas personas se encontraban
escondidas en casas de seguridad que poseía el movimiento en cualquier
parte del país, y esperaban nuestro aviso. Los contactos inter
provinciales los hacía Apolonio. Mi padre respondía por la compra
de la lancha, definía el punto de embarque dentro o fuera de la bahía,
recibía a los pasajeros y les brindaba un buen refugio. Además,
garantizaba su seguridad personal, recogía la lancha y dirigía la
salida clandestina hasta un punto en el mar donde no corrieran peligro de ser
interceptados por tropas gubernamentales. Yo era el encargado de traer los víveres.
Les servía de enlace con el resto de grupo de apoyo, los llevaba por los
farallones hasta el punto de embarque en la costa y vigilaba que no fuesen
sorprendidos por las patrullas terrestres del ejército. Comprada la
lancha y decididos los detalles del viaje, mi padre enviaba un mensaje en clave
de que todo estaba listo. Éste traía a los viajeros para que la
operación se realizara según los planes. De esta manera tan
sencilla, pero eficaz, logramos salvarle la vida a unos cien insurgentes que
viajaron hacia Centroamérica. A unas 15 ó 20 millas de la costa,
otro barco de mayor calado los recogía. Casi siempre la operación
se realizaba en una noche. Excepcionalmente tuvimos necesidad de extender la
estancia de nuestros navegantes por más de un día. Cuando esto
ocurría, no los manteníamos en las casas de la costa, sino que los
escondíamos en sitios seleccionados en los mismos acantilados".
Estos movimientos no estuvieron exentos de riesgos. En una ocasión,
la patrulla militar que recorre la costa hizo contacto con los evadidos, ya en
la embarcación. Osmundo pudo avisarles. No obstante, se generalizó
el tiroteo y él resultó herido. Salir airoso de esa prueba no
resulto fácil. Tuvo que hacer gala de su ingeniosidad, fortaleza física
y conocimiento de la zona.
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