CUBANET .INDEPENDIENTE

11 de enero, 2002


La fuerza de las convicciones (I)

Héctor Maseda, Grupo Decoro

LA HABANA, enero (www.cubanet.org) - Osmundo Alonso Romero no era comunista. Defender este principio lo llevó a desafiar al régimen castrista desde el principio. La respuesta gubernamental a sus actos patrióticos lo obligaron a realizar acciones de alta peligrosidad y a experimentar vivencias poco comunes para un adolescente de apenas 15 años.

Alonso Romero se integró al proscrito Movimiento de Recuperación Revolucionaria (MRR) en la ciudad de Matanzas a finales de 1964. Sus primeras misiones consistieron en suministrar ropas y medicinas a varios de los grupos armados que operaban en el Escambray, cordillera perteneciente a la antigua provincia de Las Villas.

"Las reuniones -nos dice Romero-, se efectuaban clandestinamente en Matanzas. Yo integraba una célula de tres personas. El jefe era Apolonio Mazio (ahora en el exilio), mi padre (ya fallecido), y yo. Los tres trabajábamos como enlaces entre el MRR y el movimiento guerrillero que operaba en la provincia central. Apolonio establecía los contactos en La Habana, recibía las órdenes y los demás las cumplíamos. Los alijos se entregaban a miembros del MRR que vivían en las ciudades de Trinidad y Sancti Spíritus. Estas personas eran las encargadas de hacerlos llegar a su destino. Ese trabajo lo comenzó a realizar el MRR en 1962 y se mantuvo hasta 1965, época en que las operaciones antiguerrilleras llevadas a cabo por el gobierno -gigantescos cercos militares formados por miles de hombres, destierro forzoso de los campesinos de la región (que en su mayoría ofrecían apoyo logísticos a los insurgentes)- y la ausencia de pertrechos de guerra y boca enviados desde el exterior, hicieron imposible la supervivencia de la guerrilla".

En el año 1965, el ejército anticastrista en Las Villas, como fuerza, ya era historia. Muchos grupos habían sido aniquilados cuando se vieron obligados a combatir en condiciones muy adversas. Otros resultaron capturados por encontrarse heridos o indefensos. Cientos de estos últimos se vieron sometidos a juicios en tribunales sumarísimos que, por regla general, los condenaban a muerte por el simple hecho -decían los jueces- de haberse alzado en el Escambray. Apenas algunas decenas conservaron sus vidas a cambio de cumplir enormes condenas en las cárceles del régimen cubano.

"Sólo unos pocos -señala Alonso Romero- lograron evadir la furia y el odio incontrolados del régimen y escapar de aquel macizo montañoso que se había convertido en una suerte de ratonera gigante. Evacuar a los ex guerrilleros que aún estaban vivos y libres, aunque perseguidos como alimañas y escondidos donde podían, constituiría una de las tareas principales para el MRR en aquel tiempo. El movimiento creó ese año un mecanismo de rescate y fuga integrado por varios equipos operativos, cuya misión consistió en sacar fuera del país a los insurrectos sobrevivientes. Mi padre Apolonio y yo integramos el grupo que operó hasta 1966 en la bahía de Matanzas".

"El sistema -agrega Romero- funcionaba de la forma siguiente: el MRR avisaba que había un grupo de ex combatientes (siempre inferior a cinco) listo para abandonar el territorio nacional. Estas personas se encontraban escondidas en casas de seguridad que poseía el movimiento en cualquier parte del país, y esperaban nuestro aviso. Los contactos inter provinciales los hacía Apolonio. Mi padre respondía por la compra de la lancha, definía el punto de embarque dentro o fuera de la bahía, recibía a los pasajeros y les brindaba un buen refugio. Además, garantizaba su seguridad personal, recogía la lancha y dirigía la salida clandestina hasta un punto en el mar donde no corrieran peligro de ser interceptados por tropas gubernamentales. Yo era el encargado de traer los víveres. Les servía de enlace con el resto de grupo de apoyo, los llevaba por los farallones hasta el punto de embarque en la costa y vigilaba que no fuesen sorprendidos por las patrullas terrestres del ejército. Comprada la lancha y decididos los detalles del viaje, mi padre enviaba un mensaje en clave de que todo estaba listo. Éste traía a los viajeros para que la operación se realizara según los planes. De esta manera tan sencilla, pero eficaz, logramos salvarle la vida a unos cien insurgentes que viajaron hacia Centroamérica. A unas 15 ó 20 millas de la costa, otro barco de mayor calado los recogía. Casi siempre la operación se realizaba en una noche. Excepcionalmente tuvimos necesidad de extender la estancia de nuestros navegantes por más de un día. Cuando esto ocurría, no los manteníamos en las casas de la costa, sino que los escondíamos en sitios seleccionados en los mismos acantilados".

Estos movimientos no estuvieron exentos de riesgos. En una ocasión, la patrulla militar que recorre la costa hizo contacto con los evadidos, ya en la embarcación. Osmundo pudo avisarles. No obstante, se generalizó el tiroteo y él resultó herido. Salir airoso de esa prueba no resulto fácil. Tuvo que hacer gala de su ingeniosidad, fortaleza física y conocimiento de la zona.


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