No te
conozco, querida
Ramón Díaz-Marzo
LA HABANA VIEJA, marzo / www.cubanet.org - Anoche me senté en la
plazoleta de Don Francisco de Albear, arquitecto español que construyó
el primer sistema de distribución del agua en la Habana Vieja. La
plazoleta se encuentra a un costado del restaurante "El Floridita". Es
un lugar oscuro, iluminado por las luces de locales que la rodean. En la
semipenumbra, sentado en los bordes de dientes de perro que conforman sus
canteros, observaba el ir y venir de los compatriotas dedicados al jineterismo.
De repente una mujer hermosa se sentó a mi lado como una novia que
encuentra a su novio.
- Perdone que me siente tan cerca de usted -dijo la jinetera. Ellos no se
atreverán a molestarme estando a su lado.
- Ellos... ¿quiénes son ellos?
- La policía.
- Si vienen a preguntarme si te conozco diré que no -le dije acordándome
de un viejo incidente.
Terminando de decir esto un policía se acerco y le pidió a la
muchacha su identificación. Ella se incorporó y le entregó
al policía un viejo carnet de identidad en forma de libro.
Mientras el guardia revisaba el carnet, la invitó a seguirlo. Ambos
caminaron hasta una esquina del parquecito, donde los aguardaba un patrullero
con más muchachas en el interior del vehículo rodeado de policías.
¿Qué habría ocurrido si yo le hubiera dicho al policía
que la joven venía conmigo? Remontémonos a los años 80 del
siglo pasado. Escuchen esta anécdota personal.
En los años 80 yo me ganaba la vida en la playa de muy diversas
maneras. Antes de descubrir el arte de la fotografía, fui vendedor de
caramelos. Un día terminé temprano la venta y estuve bañándome
en la playa. A la caída de la tarde ya había salido del agua y me
encontraba vestido, con una bola de pesos en el bolsillo. Me sentí lo
suficientemente hambriento como para pagarme una buena cena en un lujoso
restaurante a pocos metros del mar. Pero antes quise contemplar la caída
de la tarde desde una acera culebreante que todos los habaneros conocen y está
construida a pocos metros del mar.
Dos muchachas se me acercaron y me dijeron que les hiciera la "pala".
En Cuba la palabra "pala" viene a ser algo parecido al cavalier francés.
Me explicaron que tenían un asunto de amor con un extranjero. Les respondí
que no había problemas, que mis planes se reducían a cenar en el
lujoso restaurante.
A los pocos minutos, un señor entrado en años se detuvo a
contemplar el mar. Las muchachas permanecían junto a mí, y el
extranjero, lentamente, se fue acercando. No sé por qué aquella
escena parecía una película de espionaje o tráfico de
drogas.
Cuando el extranjero estuvo junto a las muchachas comenzó a
chapurrear su inglés. Yo no entendía nada, pero las muchachas me
dijeron que el extranjero nos invitaba a cenar.
Dije que aceptaría la invitación a condición de que le
explicaran al extranjero que yo no las conocía. Las alegres muchachas
sonrieron y me dijeron que no me preocupara.
Sentados ya en una de las mesas del lujoso restaurante el extranjero de vez
en cuando me sostenía la mirada y me decía algo en su inglés
chapurreado. Evidentemente se trataba de un europeo.
Yo tenía esa noche buen apetito y mientras devoraba unos sabrosos
mariscos movía mi cabeza en señal de aprobación. Pero era más
el tiempo que el extranjero hablaba con las muchachas, y a mí me pareció
una excelente idea, con tal de que me dejaran comer.
Una vez terminada la cena consulté mi reloj. En mis planes ya tenía
que estar en La Habana. Comuniqué a las muchachas mi intención de
marcharme. Ella quisieron retenerme. Yo insistí en que debía
marcharme.
El extranjero les habló a las muchachas señalándome a mí,
y puso una cara que no me gustó. Presintiendo que había metido la
pata llamé al camarero y le dije que sacara la cuenta de mi consumo
personal. Delante del extranjero y las muchachas y el camarero deposité
sobre la mesa el importe de mi cuenta.
Recuerdo la palidez de las muchachas mientras yo hacía los
preparativos para marcharme.
Cuando salí del restaurante me dirigí hasta la parada de ómnibus.
Entonces vi con horror que las muchachas, sin el extranjero, también venían
tras de mí.
Llegaron junto a mí sin decirme nada, pero se apretujaron a mi lado
como si de mí dependiera su salvación.
Inesperadamente un auto Lada dio un frenazo ante la parada. Dos individuos
vestidos de civil se apearon del coche y tomaron por los brazos a las muchachas
y las obligaron a entrar al auto delante de todas las personas que permanecían
en la parada. Cuando aquel coche se alejaba del lugar otro auto frenó, y
desde su interior otros dos individuos se bajaron y llegando ante mí me
mostraron un carnet que en la oscuridad no pude ver, y me conminaron a que los
acompañara.
Dentro del auto los policías me estuvieron preguntando si conocía
a las muchachas. Y mientras iba yo con aquellos sujetos dando vueltas por toda
la zona playera de Santa María, a todo cuanto me preguntaban tenía
inevitablemente que decirles que no sabía de qué me estaban
hablando. Finalmente el auto se dirigió hasta la Unidad de la Policía
de Guanabo, y allí me dejaron detenido.
A las 12 de la noche le pregunté al oficial de guardia de qué
se me acusaba. El oficial de guardia me dijo que sobre mi caso nada sabía.
Los que me habían traído sólo le habían dicho que me
mantuviera dentro del cuartel hasta nueva orden.
Una de las señales que me permitió comprender que mi caso no
era tan grave fue el hecho de que los tipos del Lada me habían devuelto
mis documentos de identificación, y no me habían registrado, y el
bolón de pesos que me había ganado vendiendo caramelos permanecía
en mi bolsillo. Entonces yo mismo le dije al oficial de guardia que me
introdujera en uno de los calabozos para dormir, aunque la cama fuera de
cemento. El oficial de guardia hizo lo que le pedí. Pero no calculé
que los calabozos de Guanabo tuvieran unas aberturas practicadas en la pared por
donde penetraba el frío viento del norte. De manera que a la hora de
estar intentando dormir sobre una cama de cemento me incorporé y comencé
a gritarle al oficial de guardia que me sacara de allí. Pero mi voz no
llegaba hasta él, o se hizo el sordo. Así que las horas que
faltaban para el amanecer tuve que sufrirlas con un frío que no me
permitió dormir en toda la noche.
Sin embargo, en algún momento me quedé dormido, y fui
despertado a las 9 de la mañana por otro oficial de guardia que abrió
la reja y me comunicó que estaba en libertad.
Ahora mis lectores de Internet comprenderán por qué anoche,
cuando la muchacha llegó y se sentó a mi lado buscando protección
de la policía lo primero que hice fue decirle que si me preguntaban por
ella tendría que decir la verdad: "No te conozco, querida".
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