Menoyo
ayuda a Castro y viceversa
Federico Jimenez Losantos. El
Nuevo Herald, agosto 10, 2003.
El anuncio de que Eloy Gutiérrez Menoyo
se queda en La Habana para facilitar el cambio
político es un episodio más en la
poco edificante deriva del que fuera muchos años
preso político a la fuerza y, por lo visto,
pretende seguir siéndolo voluntariamente.
La razón es más coherente desde
un punto de vista psiquiátrico que político:
Menoyo cree que estando al lado de su carcelero
podrá quedarse con la finca-prisión
cubana, siempre que Castro muera antes que él.
Por supuesto, Castro está seguro de enterrar
a Menoyo o, si llegara a molestarlo un poco, sólo
un poco más que a su machacada oposición,
encerrarlo un par de horas y devolverlo a los
Estados Unidos, para mortificarlo.
En ese juego de dos presuntos gatos viejos que
se pretenden sabios, sólo uno tiene uñas;
el otro no pasa de ratón con ínfulas
felinas. Pero a todo loco que se pretende Napoleón
lo que le mortifica no es la realidad, sino, como
es lógico, el comportamiento de Josefina.
No es la primera vez que Menoyo juega a ser la
oposición tolerada de una dictadura, la
castrista, que nunca ha tolerado ninguna oposición.
Ya a mediados de los noventa trató de quedarse
en La Habana y hasta abrió una oficinita
de Cambio Cubano, su partido político personal,
confiando en la tolerancia de su antiguo cómplice
de fechorías terroristas, también
llamadas guerrilleras. Pero en cuanto agotó
las descalificaciones contra la oposición
de Miami o de la propia Cuba, Menoyo sobraba y,
efectivamente, sobró.
Lo mismo que, pese a la buena voluntad de medios
periodísticos y políticos anticastristas,
que se lo perdonan casi todo, sucederá
ahora.
Las declaraciones de Vladimiro Roca o Elizardo
Sánchez, si se miran de cerca, no manifiestan
ninguna esperanza en la tarea de Menoyo como refuerzo
de la oposición interna, masacrada tras
las condenas de Raúl Rivero y la plana
mayor de la disidencia. Lo único que muestran
es una firme desconfianza y una sólida
cautela en la descalificación, algo lógico
dada la desesperada situación en que se
encuentran, que Menoyo difícilmente empeorará.
Pero tampoco la mejorará. Simplemente,
Menoyo vuelve a dejarse utilizar por la dictadura
como si la utilización pudiera ser mutua.
Lo cual denota casi más cara dura que vanidad.
El permiso castrista para esta mascarada es,
por desgracia, una prueba de fuerza de la dictadura,
que tras los fusilamientos y la redada masiva
de disidentes puede también presumir de
la claudicación de la administración
de Estados Unidos en materia de refugiados. Los
últimos que pidieron asilo político
tras atravesar las aguas infestadas de tiburones
fueron devueltos a la isla, donde sus derechos
serán los mismos que les llevaron a huir.
A propósito de este humilde acto de miedo
a Castro por parte del fiero vencedor de Saddam,
la Fundación Cubano Americana --antaño
gran agente electoral de los republicanos-- ha
publicado un patético anuncio en la prensa
miamense pidiéndole más dureza al
presidente aunque aún no sea temporada
electoral, que es cuando los cubanoamericanos
son cortejados por todos los políticos
que, tras las elecciones, los traicionan.
Inútil petición. Está claro
que la represión implacable y la amenaza
de ''marielitos'' siguen siendo herramientas eficaces
para que Castro mantenga un régimen sin
más futuro que el de su persona. Ese futuro
vaciado en pasado y teñido de sangre al
que inútilmente pretende asociarse Menoyo
desde hace muchos, muchos, demasiados años.
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