Cary Torres Vila.
El Nuevo
Herald, febrero 18, 2003.
Santander -- Me había preparado para escribir un artículo de
opinión, para combatir la propaganda y el cinismo del régimen de
La Habana al declarar el carácter ''profundamente democrático, la
transparencia y seriedad'' del proceso electoral cubano, la supuesta influencia
de la Oficina de Intereses de los Estados Unidos de América en la
presencia y existencia de un número limitado de disidentes en el país
(parece que sólo se refería el señor comandante a los
organizados), pero consideré más sensato dar en primicia un
fragmento de mi libro Las caras de mi locura, en que se da testimonio de la
presión que se ejerce sobre los ciudadanos, el temor a que viven
sometidos en su vida diaria y, en particular, durante las ''democráticas''
elecciones de la dictadura de Fidel Castro.
Tocaron a la puerta, ''Buenos días'', era el presidente del CDR. ''¿Usted
es María Caridad Torres Vila?'' ''Cómo si no lo supiera...'', pensé
al mismo tiempo que asentí con un leve movimiento de cabeza. ''Son las
once de la mañana y usted no ha ido a votar'', apuntó, señalando
el reloj como un padre autoritario. ''Yo no voto''. ''¿Cómo?'', dijo
como queriéndose cerciorar de que había oído bien. ''Ha
escuchado correctamente. Yo no voto''. Dio media vuelta y se dirigió a la
escalera, hizo un gesto de duda y volvió. ''Si no le es molestia, ¿me
pudiese explicar por qué no vota?'' Pudiese haberle dicho a aquel hombre
que yo no participaba en farsas electorales, que consideraba eso parte del circo
romano que era la Asamblea del Poder Popular y muchas cosas más, pero
decidí darle una mejor respuesta: ''Me acojo al margen que da la
constitución. En Cuba el voto no es obligatorio desde el punto de vista
constitucional, es un derecho que se puede ejercer o no. Si fuera obligatorio,
entonces pagaría la multa, pero no votaría de todas formas''. ''¡Oiga!,
en Cuba no se multa a nadie por no votar'', arremetió con deseos de
buscar una confrontación. "Siento que no me haya comprendido. ¡Ah!
No quiero que me molesten con nada relacionado con las elecciones, el Poder
Popular ni nada por el estilo. Hasta luego''.
Eran las elecciones de la primera mitad de 1993. Ante la profunda crisis y
el cuestionamiento internacional, el gobierno castrista necesitaba legitimarse
en el poder, se habían gastado cuantiosos recursos en propaganda, en
meetings de altos dirigentes con sus electores, muchos de los cuales vivían
en La Habana y saldrían electos en las provincias. Había temor por
parte de las autoridades a perder las elecciones en la capital: una amiga mía,
presidenta de un colegio electoral y militante comunista me reveló que en
una reunión habían hablado sobre el asunto y dijeron que si en La
Habana había que ganarlas a punta de pistola, se ganarían de todas
formas.
La novedad de esas elecciones era la introducción de una votación
única, que abarcaba a todos los candidatos y el gran despliegue propagandístico
de un ''Voten por todos''. Con posterioridad al show electoral estuvo en mi casa
una parienta, que vivía en el distrito José Martí de
Santiago de Cuba, circunscripción por la cual se había presentado
Fidel Castro. Cuando empezó a gusanear le pregunté cómo había
votado en las finalizadas elecciones. ''¡Ay!, ¿cómo va a ser?
Por todos'', declaró con acento santiaguero. ''¡Ah! Entonces en esta
casa no puedes hablar mal de Fidel Castro ni de su gobierno''. Me miró
con ojos desorbitados, no podía dar crédito a lo que estaba
escuchando. ''Tú tuviste la oportunidad'', continué, ''de no
asistir a las elecciones, de anular tu boleta, de no votar por Fidel. Pero, no,
como ser irracional le diste tu voto, lo legitimaste en el poder. Ahora vienes a
quejarte. No, eso lo tenías que haber expresado en la urna o no haber
participado en una farsa. Ese tipo de incongruencia es inadmisible''. ''Pero,
bueno, no iba a resolver nada no yendo y me iba a marcar. Aquí todo va a
seguir igual. Una golondrina no hace verano.'' "Hubieses salvado tu
dignidad. Es fácil refugiarse en refranes y dejar solos a los que se
atreven a mantener una actitud cívica''...
Recuerden que tras la aplastante victoria electoral de mayo de 1989, con el
94.95% de los votos en las elecciones municipales, se derrumbó la
dictadura germanooriental de Erick Honecker en octubre de ese mismo año,
y arrastró consigo el muro de Berlín.
Recuerden, tras la enésima reelección de Nicolás
Ceaucescu, tras multitudinarias manifestaciones de ''alegría popular'',
unos días más tarde el dictador rumano fue derrocado por los
mismos que ''voluntariamente'' le apoyaban y vitoreaban.
La historia siempre se repite.
Economista y escritora cubana, ex profesora de la Universidad de La Habana,
reside en España. |