El
síndrome de la pancarta
Pablo
Alfonso. El Nuevo Herald, junio
25, 2003.
Funcionarios del
gobierno y medios oficiales de prensa continúan
su pregón de una posible invasión norteamericana
a Cuba. Declaraciones, discursos y artículos de
prensa aparecen todos los días con este plato
fuerte como tema recurrente.
A pesar de que Estados
Unidos ha reiterado más de una vez que no contempla
acciones militares contra la isla, la dictadura
cubana no cesa de agitar el fantasma de la invasión.
La ''amenaza'' fue
descubierta por las autoridades del régimen, en
el contexto de la ola represiva desatada contra
los opositores que llevó a prisión a 75 disidentes
y la guerra de Irak. Se trataba de una pancarta
que agitaba un manifestante de la Calle Ocho de
Miami el pasado 29 de marzo. La pancarta proclamaba
que después de Irak le tocaba a Cuba. Poco más
o menos.
Fue todo lo que
necesitó la dictadura para armar la alharaca.
Desde Castro hasta el presidente de la Asamblea
Nacional, Ricardo Alarcón; pasando por el canciller
Pérez Roque, todos se refirieron a la famosa pancarta
como prueba casi inequívoca de "los planes del
imperialismo alentados por la mafia de Miami''.
Quizás esta curiosa
manera de razonar tiene su explicación en las
manifestaciones y marchas que organiza la dictadura.
Sin dudas el manifestante de la Calle Ocho preparó
su propio cartel. No le pidió permiso a nadie.
Fue una iniciativa personal. Todo lo contrario
de lo que sucede en Cuba, donde las pancartas
y las consignas las elabora el gobierno y el Partido
Comunista en el poder.
No hay dudas de
que esas marchas del ''pueblo combatiente'' donde
los manifestantes enarbolan lemas impresos por
el gobierno, carecen de espontaneidad. Es casi
seguro que ninguno de los cientos de miles de
cubanos acarreados para esos desfiles, lleva su
propia pancarta. Todos esperan la orientación
del Partido, lo que diga la dictadura.
Es posible que,
de tanto repetir el método, los propagandista
del régimen, hayan olvidado que en el mundo democrático
los ciudadanos no tienen que esperar las consignas
del gobierno de turno, para manifestar sus opiniones.
Se trata de eso, simplemente: una opinión, no
una política de Estado, como sucede en Cuba.
Lo cierto es que
el síndrome de la pancarta se ha apoderado de
la prensa estatal, la propaganda oficial y el
criterio de los analistas de la dictadura. El
fantasma de la invasión norteamericana recorre
la isla de un extremo a otro.
El pasado viernes
Alarcón recurrió de nuevo al tema. El inefable
presidente del Parlamento abordó el asunto durante
una conferencia pronunciada en la Universidad
de Oriente, en Santiago de Cuba, en la cual aseguró
que '' no debe descartarse una acción militar
contra la Isla''. Por cierto que Alarcón parece
que andaba en campaña, promoviendo por las provincias
orientales la venta de su libro titulado Cuba
y la lucha por la democracia, que él mismo describió
como discursos, conferencia y artículos ''de urgencia'',
que ha elaborado durante los años en que ha estado
al frente de la Asamblea Nacional.
Según el profesor,
Reynaldo Suárez, compilador de los textos de Alarcón,
el libro es "imprescindible para comprender el
sistema político cubano''.
Otro que anda con
el fantasma de la invasión a cuestas es el diputado
y trabajador ideológico Lázaro Barredo, quien
además de su asistencia diaria a la Mesa Redonda
Informativa de la televisión cubana, escribe en
el semanario Trabajadores.
Barredo afirmó el
lunes que Estados Unidos prepara operativos secretos
contra Cuba, y se preguntó: ¿acaso la escalada
de advertencias y amenazas contra nuestro país
no está transitando un camino paralelo a la escalada
diplomática y militar usada por la administración
Bush para justificar su guerra preventiva en Irak
El tono, en extremo
alarmista, de los voceros de la dictadura cubana
provoca una pregunta: ¿Están denunciando una posibilidad
en la que creen o repiten las consignas del dictador,
que acaso sí desea provocar un conflicto con Estados
Unidos?
palfonso@herald.com
|