PRENSA INTERNACIONAL
Febrero 24, 2004

El hombre admirable

Luis Gómez y Amador. El Nuevo Herald, 24 de febrero de 2004.

La visión más humana, profunda e inspiradora que jamás ser humano tuvo para su patria en la historia universal fue la visión martiana de una Cuba libre. En mi larga vida entre libros, movido siempre por una curiosidad intelectual insaciable, nunca cayó en mis manos algo parecido o semejante a esa visión de Martí para una Cuba libre, independiente, democrática y republicana. Y por eso la creo única e inmejorable, bella y extraordinaria para su tiempo histórico. Y aun para hoy día, en casi todos sus aspectos.

Por eso Cuba con Martí es uno de los países más afortunados del globo: porque nació en Cuba, en fecha oportuna para su obra redentora; la sintió vibrar en su alma y corazón con el grito de Yara de 1868, apenas siendo un niño; porque a su libertad le dedicó el resto de su vida; y con su genio político, su fe inquebrantable en el destino libre de su patria, sus innumerables sacrificios personales y familiares, su pobreza extrema y dolorosa, y con la magia de su palabra y de su pluma de oro fue capaz de poner en marcha lo que parecía imposible, en menos de tres años: el grito de guerra independentista del 24 de febrero de 1895. Y con los que llamó a las armas fue, también, a la guerra, por honor, por dignidad, por hombría y por decencia. Volvió a su patria el 11 de abril de 1895 de la que había estado desterrado dos veces, contrariando los deseos de los generales Máximo Gómez y Antonio Maceo, que lo querían en Nueva York para recaudar fondos y comprar armas.

A pesar de sufrir frecuentemente de bronquitis agudas que le hacían perder la voz y lo obligaban a guardar cama (como su padre y luego su hijo), y padecer de un tumor duro y crónico en un testículo (sarcocele) que lo mortificaba grandemente (se lo aliviaban en la manigua con grasa de puerco sin sal sobre una hoja de tomate o zarza para cubrir la boca del tumor); durmiendo a veces en una cueva, si la encontraban, o a la intemperie, sobre hojas secas o en su hamaca bajo árboles; caminando calzado con alpargatas, que jamás había usado, entre montañas y lluvias torrenciales casi diarias, a veces con el fango que le llegaba hasta la rodilla; comiendo lo que surgía en la marcha a base de alimentos guajiros a los que no estaba acostumbrado, y a deshoras; y cargado, anotó en su diario "con mi rifle (le escribió a María Mantilla, su ahijada, no su hija, como se cree erróneamente), mi machete y mi revólver a la cintura, a un hombro una cartera con cien cápsulas, al otro, en un gran tubo, los mapas de Cuba, y a la espalda mi mochila, con sus dos arrobas de medicinas, y ropa y hamaca y frazada y libros y al pecho tu retrato (¡Qué bonito final!)''.

Sin quejarse jamás, sin dar un paso atrás, gozoso siempre de pisar su tierra querida, de sentir los amaneceres entre palmas en medio de la manigua salvaje y pura. Y por todo eso, comentó el generalísimo Gómez: ''Nos admiramos los viejos guerreros, acostumbrados a estas rudezas, de la resistencia de Martí, que nos acompaña sin flojera de ninguna especie, por estas escarpadísimas montañas''. Fueron 38 días de Playitas a Dos Ríos; nada menos que 375 kms., de los cuales hizo a pie 161. Y cuando le pidió Gómez que se quedara en resguardo en el campamento mambí, cuando salía a galope para combatir a una columna española, Martí, montado en su caballo Bocanao (regalo de José Maceo) y acompañado del joven Angel de la Guardia, fue en busca de él, erró el camino y situado por casualidad frente a los fusileros del coronel Sandoval, escondidos tras una cerca de púas, tres tiros lo derrumbaron del caballo, entregando así su alma a Dios, su glorioso ejemplo a los cubanos y su cuerpo a la tierra que lo vio nacer. Es totalmente falso que se siga diciendo que se lanzó contra los soldados españoles buscando así su muerte voluntaria. Jamás Martí hubiera hecho eso, yendo acompañado de un muchacho que correría la misma suerte. Al fundar el Partido Revolucionario Cubano el 10 de octubre de 1892 en Nueva York, fijó en sus bases la urgencia de trabajar por la ''creación de una república justa y abierta, una en el territorio, en el derecho, en el trabajo y en la cordialidad, levantada con todos y para el bien de todos''. Aspiraba para Cuba a la independencia total, libre de influencias foráneas, o amarraduras a ningún poder extranjero. Y a la creación de una república absolutamente democrática. Y añadía que la revolución independentista era para crear ''un pueblo nuevo y de sincera democracia, capaz de vencer por el orden del trabajo real y el equilibrio de las fuerzas sociales los peligros de la libertad repentina en una sociedad compuesta para la esclavitud.'' ''No es rico el pueblo donde hay algunos hombres ricos, sino aquél donde cada uno tiene un poco de riqueza. En economía política y en buen gobierno, distribuir es hacer venturosos''. Cuba tendrá casa para mucho hombre bueno, equilibrio para los problemas sociales, y raíz para una república que más que de disputas y de nombres debe ser empresa y de trabajo''. Pidió que el trabajo se limitara a ocho horas diarias. Predicaba que el obrero ''tenía derecho a la huelga, el derecho a la organización sindical, y el derecho a la defensa del pan'' y añadía: "El derecho del obrero no puede ser nunca el odio al capital: es la armonía, la conciliación, el acercamiento común de uno y otro''.

Martí, dentro del sistema empresarial libre, propugnaba el desarrollo de industrias ''propias y originales [...] derivadas de la agricultura y de la minería, de nuestra tierra, que tenga en ella su fuente de materias primas [...] Comete suicidio un pueblo el día en que fía su subsistencia a un solo fruto [...] Debiera ser capítulo de nuestro evangelio agrícola la diversidad y abundancia de los cultivos menores [...] El pueblo que quiera ser libre, sea libre en negocios''. Como dice Jorge Castellanos en su libro 24 de febrero de 1895, que recomiendo al lector, el programa político de Martí se puede resumir de esta manera: ''Independentismo. Antiimperialismo. Republicanismo. Democracia. Derechos civiles y políticos. Libre empresa. Igualdad racial. Reconocimiento de los derechos obreros. Reforma agraria. Fomento industrial. Diversificación productiva. Equilibrio del comercio exterior. Unidad popular revolucionaria. Política exterior independiente. Libre y humano internacionalismo para ayudar a mantener la paz universal''. No dejó, pues, nada que decir en el tintero sobre su visión para la república que deseaba para Cuba. No en vano el Herald de Nueva York, por primera vez en la historia, lo llamó ''Apóstol'' de Cuba, cuando supo de su muerte en Dos Ríos y "envuelto en vaporoso velo se adentró en la inmortalidad''.

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