El califa y los poetas
Enrique Patterson, El
Nuevo Herald, 9 de abril de 2005.
La historia de cómo se ha ido erosionando
la estafa del mito libertario de la revolución
cubana en los sectores intelectuales y de izquierda
democrática en Occidente pudiera periodizarse
a partir de las crisis político-ideológicas
del castrismo generalmente simbolizadas --y acaso
no por casualidad-- alrededor de la persecución,
la demonización y/o del encarcelamiento
de un poeta: Heberto Padilla, María Elena
Cruz Varela y Raúl Rivero.
Sectores que en los años sesenta vieron
ingenuamente en el castrismo una alternativa al
stalinismo soviético en el terreno de los
derechos humanos y la política cultural,
y que pusieron en juego su prestigio para defender
un proyecto que se estrenó en el poder
con un aquelarre de fusilamientos, replantearon
su posición al comprobar que aquella violencia
no era achacable al periodo de euforia de las
revoluciones sino que, como norma, el poder revolucionario
daba un tratamiento policíaco a conflictos
de índole político-ideológica.
Heberto Padilla era un intelectual aislado cuya
crítica --en un momento en que la ciudadanía
aún tenía esperanzas-- no podía
estremecer los cimientos del régimen. Al
contrario, la existencia de intelectuales como
Padilla podía haberse usado para apuntalar
la imagen ''democrática'' con que el castrismo
quería ser visto en el exterior y, además,
hubiera posibilitado una beneficiosa polémica
interna contra el anquilosamiento que se veía
venir. Lanzar toda la fuerza del estado contra
los versos y el poeta --apenas conocido por la
mayoría de la población-- daba a
entender o la debilidad de un proyecto que se
anunciaba como ideológicamente superior
y/o el hecho de que el estado se medía
de igual a igual con los creadores literarios.
Puede que ambas cosas.
Como resultado, además de la pérdida
de prestigio en la primera línea de los
intelectuales de Occidente y la institucionalización
del miedo entre los intelectuales del patio, Padilla
comenzó a ser visto como un héroe
trágico y romántico que confrontaba
la fuerza del estado con sus versos crítico-burlescos,
cívicamente, sin armas, con sus palabras
y sus manos limpias. A la heroicidad del pistolero
revolucionario antepuso el pensamiento crítico,
el civismo y una mordacidad contra el poder sustentada
en la irredenta soledad del poeta, abriéndole
un boquete al casco de la ideología castrista.
El boquete se amplió cuando la poeta María
Elena Cruz Varela y otros diez intelectuales reconocidos
(Manuel Granados, Manuel Díaz Martínez,
Raúl Rivero y otros) estuvieron dispuestos
a enarbolar sus plumas para pedir reformas económico-políticas
en el marco de una carta crítica a la gestión
del régimen. La acción, ya colectiva,
dio un paso más. Contrapuso el valor cívico
de un grupo de intelectuales que se oponen a un
estado en extremo represivo alzando su voz, a
lo Gandhi, en lugar de asaltar un cuartel para
matar compatriotas. Cruz Varela, en la misma dirección,
dio un paso más y saltó a la política
opositora pública y no violenta, una línea
nunca antes cruzada por un intelectual del patio.
En el machismo-leninismo cubano es lícito
que Mariana Grajales (la madre de la patria) envíe
a sus hijos a morir, pero impensable que se decida
a liderar un proceso político. Pero ademáa,
la Varela aunaba la condición de poeta.
Quien se siente ''heredero'' de Martí no
puede permitir el reto de que un poeta enarbole
un discurso cívico.
Tanto Padilla --absolutamente solo-- como Cruz
Varela --ya en el marco de colectivos políticos--
confrontan al estado, le hablan con valentía,
pero desde la perspectiva del que está
abajo y reta a las alturas. Raúl Rivero
simboliza la tercera etapa. Rivero, lo mismo como
poeta que como ciudadano, se proyecta hacia la
horizontalidad de la sociedad civil en vez de
hacia la verticalidad del enfrentamiento político.
En la prensa independiente, un movimiento nada
minoritario, terminó con el monopolio de
la voz que ostentaba el castrismo. Su poesía
y sus crónicas periodísticas se
enfocan en lo que le ocurre y cómo vive
y piensa el cubano común. Si el régimen
sale mal parado en esos textos, es porque el periodista
y el poeta han asumido un compromiso con la vida
palpable en su entorno en lugar de asumir o polemizar
con la ciencia ficción que la prensa oficial
propone. Rivero no se enfrenta al poder. Es el
poder quien se le enfrenta, resentido de que el
poeta lo ignore desde la convicción de
que el ejercicio de la libertad de pensamiento
y palabra no puede depender de permisos sino de
que su ejercicio resulta condición inalienable
del ser ciudadano.
La saña del poder ha ido in crescendo
desde Padilla hasta Rivero en la medida en que
la voz se ha ido agrandado para hacerse múltiple.
Si contra Rivero ha sido mayor se debe a que con
su actitud demuestra que ''el califa'' ya no es
un referente político ni histórico.
En definitiva un poeta y un ciudadano libre que
no haga política competitiva no tiene por
qué --un político está obligado
a hacerlo-- ensuciarse las manos o enturbiar su
autonomía dirigiéndose a un déspota.
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