La funesta amnistía
Este discurso fue pronunciado
ante la Cámara de Representantes de la
República de Cuba en el año 1955
por el Dr. Rafael L. Díaz-Balart, contra
la ley que amnistió a Fidel Castro y demás
asaltantes del Cuartel Moncada, cuando habían
cumplido solamente dos años de cárcel,
y después de haber sido condenados por
un tribunal civil.
Rafael L. Díaz-Balart,
El
Nuevo Herald, 10 de mayo de 2005.
Señor presidente y señores representantes:
he pedido la palabra para explicar mi voto, porque
deseo hacer constar ante mis compañeros
legisladores, ante el pueblo de Cuba y ante la
historia mi opinión y mi actitud en relación
con la amnistía que esta Cámara
acaba de aprobar y contra la cual me he manifestado
tan reiterada y enérgicamente.
No me han convencido en lo más mínimo
los argumentos de la casi totalidad de esta Cámara
en favor de esa amnistía. Quede bien claro
que soy partidario decidido de toda medida en
favor de la paz y la fraternidad entre todos los
cubanos, de cualquier partido político
o de ningún partido, partidarios o adversarios
del gobierno. Y en ese espíritu sería
igualmente partidario decidido de esta amnistía
o de cualquier otra amnistía. Pero una
amnistía debe ser un instrumento de pacificación
y de fraternidad; debe formar parte de un proceso
de desarme moral de las pasiones y de los odios;
debe ser una pieza en el engranaje de unas reglas
de juego bien definidas, aceptadas, directa o
indirectamente, por los distintos protagonistas
del proceso que se esté viviendo en una
nación.
Y esta amnistía que acabamos de votar
desgraciadamente es todo lo contrario. Fidel Castro
y su grupo han declarado reiterada y airadamente,
desde la cómoda cárcel en que se
encuentran, que solamente saldrán de esa
cárcel para continuar preparando nuevos
hechos violentos, para continuar utilizando todos
los medios en la búsqueda del poder total
a que aspiran. Se han negado a participar en todo
proceso de pacificación y amenazan por
igual a los miembros del gobierno que a los de
la oposición que deseen caminos de paz,
que trabajen en favor de soluciones electorales
y democráticas, que pongan en manos del
pueblo cubano la solución del actual drama
que vive nuestra patria.
Ellos no quieren paz. No quieren solución
nacional de tipo alguno, no quieren democracia
ni elecciones ni confraternidad. Fidel Castro
y su grupo solamente quieren una cosa: el poder,
pero el poder total. Y quieren lograrlo por caminos
de violencia, para que ese poder total les permita
destruir definitivamente todo vestigio de Constitución
y de ley en Cuba para instaurar la más
cruel, la más bárbara tiranía,
una tiranía que enseñaría
al pueblo el verdadero significado de lo que es
la tiranía, un régimen totalitario,
inescrupuloso, ladrón y asesino que sería
muy difícil de derrocar, por lo menos en
veinte años.
Porque Fidel Castro no es más que un psicópata
fascista, que solamente podría pactar desde
el poder con las fuerzas del comunismo internacional
porque ya el fascismo fue derrotado en la Segunda
Guerra Mundial, y solamente el comunismo le daría
a Fidel el ropaje pseudoideológico para
asesinar, robar, violar impunemente todos los
derechos y para destruir en forma definitiva todo
el acervo espiritual, histórico, moral
y jurídico de nuestra república.
Desgraciadamente hay quienes, desde nuestro propio
gobierno, tampoco desean soluciones democráticas
y electorales, porque saben que no pueden ser
electos, ni concejales en el más pequeño
de nuestros municipios. Pero no quiero cansar
más a mis compañeros representantes.
La opinión pública del país
ha sido movilizada en favor de esta amnistía.
Y los principales jerarcas de nuestro gobierno
no han tenido la claridad y la firmeza necesarias
para ver y para decidir lo más conveniente
al Presidente, al gobierno y, sobre todo, a Cuba.
Creo que están haciéndole un flaco
servicio al presidente Batista sus ministros y
consejeros que no han sabido mantenerse firmes
frente a las presiones de la prensa, la radio
y la televisión.
Creo que esta amnistía, tan imprudentemente
aprobada, traerá días, muchos días
de luto, de dolor, de sangre y de miseria al pueblo
cubano, aunque ese propio pueblo no lo vea así
en estos momentos.
Pido a Dios que la mayoría de ese pueblo
y la mayoría de mis compañeros representantes
aquí presentes sean los que tengan la razón.
Pido a Dios que sea yo el que esté equivocado.
|