Nefasto
en Havanamiami o Cubanezuela
Víctor Manuel Domínguez, Sindical
Press
LA HABANA, Cuba, noviembre (www.cubanet.org) –
Desde que Trucutú en La Roca secuestró a lomo de dinosaurio
a la bella patagona, Chilladora del Espendrú Arenal, el ser
humano siempre ha pensado en el anexionismo como solución
a sus carencias.
No fue por gusto que Caín eliminó
de un golpe de quijá en la quijá a su hermano Abel.
Cansado de que sus organopónicos y huertos
intensivos no satisficieran la demanda en el mercado del Edén,
Caín supo de mala tinta que en la parcela del paraíso
donde vivía su hermano Abel no sólo había manzanas,
sino también unos pozos negros de maná cuya explotación
a parte de enriquecerlo revolucionarían al mundo. Y ahí
mismo nació la idea del quijadicidio.
Acercándonos más a nuestro tiempo,
después que España cediera Florida a los Estados Unidos
en 1821, el sueño recurrente de Thomas Jefferson y John Quincy
Adamas fue la anexión de cuanto territorio estuviera colocado
a tiro de Winchester de su país, según revelaciones
formuladas por el monje francés Julián Sorel en su
libro “Si me pides la anexión te la doy”.
Y todavía hay más, porque de acuerdo
con algunas notas del referido estudioso y célibe trapense
galo, ya Francisco de Miranda, conocido por “Pancho no cree
en ná”, entre sus soldados tenía pensado que
al emanciparse de la corona española constituiría
con los países liberados una federación.
Pero el plan del precursor de la independencia suramericana
no era el de una federación cualquiera, como la de vendedores
de juegos de yaquis al por mayor, de bullangueros de solar o de
entradas al espectáculo artístico cultural Las ollas
y el baile de las Taínas, que tanto abundan en Cuba.
Sería una federación gobernada por
dos “incas”, que ejercerían el poder ejecutivo
supremo, un “curaca” o administrador local por cada
provincia y un conjunto de “amautas” que legislaría
en la Dieta o Parlamento Imperial.
Pero llegó la parca y los despertó
durmiéndolos para siempre.
No obstante, el bichito de la anexión voluntaria
o por la fuerza mantiene a diazepán limpio a millones de
habitantes en el universo, unos que rezan por el sí, y otros
que afilan machetes preparan lanzas, ultiman los cañones
y alzan parapetos y banderas por el no.
Entre los primeros existe un anexiolítico
cubanoamericano que propuso un proyecto de anexión Havana-Miami,
lo que en su nuevo idioma significa Havamiami.
Es decir, unir a los jugadores de dominó
de Little Havana con los del solar La trompada feliz, así
como unificar las aguas de Miami Beach con las de la playa El Chivo,
incluida a partes iguales la venta de las bebidas Caguín
guantanamera y güisqui escocés, y de Coca-Cola y Najita,
respectivamente.
También propone unir las áreas de
Walt Disney World con las del zoológico de 26, así
como los productos que comercializan las cadenas de tiendas Wal-Mart
con las de Meridiano, y unir las aguas pantanosas de los Everglades
con las de los baches cubanos, incluidos cocodrilos y Aedes Aegiptis.
No hay dudas de que a nuestro anexiolítico
le ha quedado el seso ardiendo, las tripas sonando y la lengua en
un temblor de tanta inteligencia, amor e independencia que destila.
Por otra parte, están los que sueñan
con una Cubanezuela como dejó bien claro Sorel en su libro
“Si me pides la anexión te la doy”.
Estos no sólo piensan llenar de indios araucanos
cuanto edificio e institución se mantengan en pie o funcionando
en la Isla, sino también en convertir un asere en pana, sustituir
el tamal por arepa, las montañas en llanos y el guarapo en
petróleo.
Sueñan, además, con crear el joropo-son,
el tanguito-bembé, el bambuco-salsa, y cuanta combinación
les permita gobernar ambas naciones con una sola mano que destile
petróleo y cañonazos.
Lo cubano quedaría en algo así como
una cubanezolanía desde La Catira se sume a El Mambí,
el alma llanera o El yerberito, y el Caballo Viejo cabalgue por
las alturas de Simpson.
Pero como yo soy un masoquista de campeonato (y
parodiando a Fernando Pessoa) les digo tanto a los que sueñan
con Havamiami o Cubanezuela los siguientes versos:
Los ríos Miami y Orinoco son más bellos
que los que pasan por mi aldea,
pero los ríos Miami y Orinoco no son más bellos
que los que pasan por mi aldea,
porque los ríos Miami y Orinoco no son los ríos que
pasan por mi aldea.
Eso se los aseguro yo, Nefasto “El anexiofóbico”.
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