La
culpa la tiene el totí
Lucas Garve, Fundación por la Libertad de
Expresión
LA HABANA, Cuba, noviembre (www.cubanet.org) - Arturo fue a montar
tras de mí en una camioneta Ford de 1950. Por no bajar la
cabeza ni doblarse lo suficiente, se golpeó con el borde
del techo del vehículo. Entonces, para escapar de la risa
de los demás pasajeros exclamó que la culpa del golpe
la tenía el presidente Bush. Y así ocurre frecuentemente:
cada mal paso que damos la culpa la carga otro.
En Cuba conocemos bien el asunto. Si las galletas
de sal que venden racionadas son tan duras que no hay quien le meta
el diente, la culpa la tiene el imperialismo. Si un apagón
no me deja ver la emisión de la telenovela, la culpa la carga
el mismo imperialismo. Si la esquina de la calle está ocupada
por un montón de basura y las moscas revolotean sobre ella,
la culpa es de quien tú sabes: del imperialismo.
Si Juanita llega tarde al trabajo, con toda parsimonia
descarga su pereza en el imperialismo, por aquello de que el transporte
está pésimo porque no hay suficientes ómnibus
cada mañana a causa del bloqueo del imperialismo. Y sigue
su camino hacia su puesto de trabajo sin ninguna pena.
Lo que sí es una pena en Latinoamérica
es que todavía carguemos con la monserga de echarle la culpa
a otro para ocultar nuestras faltas. Una costumbre que nos viene
de no sé dónde, pero no acabamos de despojarnos de
ella.
El buen tino y la franqueza caracterizaron al presidente
español José Luis Rodríguez Zapatero en la
sesión plenaria de la 17ma. Cumbre Iberoamericana transmitida
por los dos canales principales de la televisión cubana el
domingo 11.
Zapatero opinó que hay que ocuparse más
en hallar soluciones reales en concordancia con las posibilidades
de cada cual y no perder el tiempo en echarle la culpa del atraso
y la pobreza de Latinoamérica al imperialismo y los europeos.
De inmediato la riposta, con el ímpetu del
látigo de Doña Bárbara, no se hizo esperar
en boca de dos mandatarios presentes, y el guirigay daba pena. Pena
porque me di cuenta de que a estas alturas del siglo XXI, todavía
la obra de Domingo Faustino Sarmiento, Civilización y barbarie,
sigue rondando las mentes de algunos americanos del sur. Pena por
los recursos inmensos que se gastan en políticas encaminadas
al fracaso en países que navegan por el desabastecimiento
cotidiano. Pena por constatar cómo el pasado aún lastra
y sirve para abrirse las venas y desangrarse en improperios dirigidos
al más pinto de la paloma, cuando lo que hace falta es mirar
al futuro y elegir el camino más directo al desarrollo para
no quedarse atrás en los avances tecnológicos. Pena
por observar el pataleo del caudillismo ante las estocadas de la
modernidad y la democracia real. Pena por no aceptar la verdad del
otro con tolerancia y racionalidad.
Hace unos días un vecino me detuvo para transmitirme
una conclusión que rondaba su mente. Razonó que en
los años 60 e incluso en los 70, ciertos países del
Asia ni soñaban en despegar económicamente, mientras
en Cuba, sembraban café en aquel dispendioso cordón
cafetalero de La Habana, luego en la prometedora zafra de los 10
millones, el plan lechero, la siembra de pangola, el plan arrocero
del sur, los planes citrícolas, etc. Movilizaciones de miles
de cubanos se sucedían una tras otra hacia los campos los
domingos. Entonces en aquellos tiempos, él, joven todavía,
empeñaba sus fuerzas en lo que sería el luminoso futuro
prometido.
Ahora, luego de cumplidos los 60 años, se
pregunta para qué sirvieron y a qué condujeron aquellos
planes en los que participó con empeño juvenil, si
no hay prácticamente producción azucarera, ni leche
de vaca, y la carne de res es un recuerdo lejano. Aquel joven, ya
viejo, no tiene agua corriente en su casa, y todavía le dicen
que hay que cambiarlo todo. Y aquellos países perdidos en
el último confín de Asia, hoy son reconocidos como
potencias económicas.
Pero la culpa la tiene el imperialismo, y
el día que no exista el imperialismo, la tendrán aquellos
que un senil burócrata señale con un dedo deformado
por la artritis. O el totí.
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