Nefasto,
el cine y la identidad cultural
Víctor Manuel Domínguez, Sindical Press
LA HABANA, Cuba, noviembre (www.cubanet.org) –
Los miles de masoquistas que se deshidratan de satisfacción
cada día en las salas de cine o frente a la pantalla de un
televisor en Cuba, están de pláceme.
Y no porque les hayan anunciado la reposición
número 2000 de filmes como La muerte de un burócrata,
El hombre de Maisinicú o Juan Quinquín en Pueblo Mocho,
sino por la visita a nuestro país del célebre chino
Shin Shon Zhon.
Los cubanos, alejados por decreto de aquel úkase
que nos llevó al aprendizaje del idioma ruso por radio, y
a la indigestión cultural dado el consumo excesivo de películas
purgantes de la talla de El Osito Misha se orinó en un tanque
alemán, Katiuska la tetona descuartizó una escuadra
teutona, y Los koljosianos sobrecumplieron el plan de un pepino
por ruso en el país de los soviets, entre otras, ahora descubrimos
nuestra ascendencia china.
Ante un fenómeno así, nada mejor que
llenar los cuatro canales de la televisión cubana con una
programación china, siempre que se respeten los espacios
sádico-humorísticos de la Mesa Redonda, el Noticiero
Nacional de Televisión y Lo mejor de TeleSur.
Para incrementar este proyecto cultural, el Instituto
Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), y su
similar de China (Tan Khan Xon), firmaron un convenio que incluyó
una visita de asesoramiento del reputero cineasta.
Chin Chon Zhon, precedido de una hilarante fama por
mostrar los componentes culturales que mulatizan a un chino o chinarizan
a un cubano en filmes como Gruñidos y patadas en el tren
de planchado de la calle Zanja, y sobre todo, El cerezo que se enamoró
de una pendenciera en Shaolín, llegó a Cuba con muchas
ideas y materiales para trabajar.
Cargado de kilómetros de cintas vírgenes
y tablas señoronas para apuntalar las pocas salas que funcionan
en el país, mientras llegan las bufandas, las alfombras,
las proyecciones, las luces, los urinarios y otras boberías
ausentes de nuestros cines, Chin Chon Zhon ha convocado un casting
para realizar la cooproducción chino-cubana del filme El
arroz frito y el plátano burro que se hizo mariquita, dignos
exponentes de la fusión de ambas culturas.
Con un guión escrito a dos manos entre el
isleño Cornelio Mente Fu y el pekinés Ta Tos Tao,
Chi Cho Zhon se propone hacer un recorrido costumbrista que incluya
la mandarria, el mamón, la lectura del Tao y la historia
del bicitaxi, para demostrar que los cubanos desde hace cincuenta
años llevamos un chino muerto sobre los hombros.
Plena de suspenso por causas de un apagón,
falta de agua, rotura del proyector o insuficiencia en el presupuesto,
El arroz frito y el plátano felipita, es una especie de cine
dentro del cine, que a fuerza de meter una cajita dentro de otra
cajita china empequeñece la trama hasta no quedar en na,
sólo en un sueño.
Sin embargo, ya el público agradece este intento
de sustituir el oso siberiano por el dragón de Shangai, la
cortina de hierro por la Muralla China, así como las momias
del Museo del Kremilin por los malandrines del Palacio del Pueblo,
en Pekín.
Todos estamos felices con la avalancha de historias
sobre perritas pekinesas, mandarines y culíes que nos llegan
enlatados desde esa milenaria nación, como muestra innegable
de que las perretas, los mamones y las nalgonas de nuestra isla,
tienen más de chino que de carabalí.
Si miles de cubanos sufrieron un infarto de dicha
ante las pantallas de cine y televisión por tantos vladimires
y matriuskas, ahora reventará de felicidad 24 veces por segundo
alimentado por tantos maosetunes y dragones.
Eso se los aseguro yo, Nefasto “El emperador”.
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