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10 de marzo de 2009
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De lo sublime a lo ridículo

Laritza Diversent

LA HABANA, Cuba, marzo (www.cubanet.org) - La solidaridad es un término muy utilizado para caracterizar al pueblo cubano. Sin embargo, esa percepción se pierde cuando usted se monta en un ómnibus del transporte urbano. Sí, un metro bus, desde el P-1 hasta el P-16, incluyendo el P-C. No hay que ser muy observador para notar que se ha perdido la sensibilidad.  

Lo primero que ve es una masa arrolladora de personas para subir o bajar de la guagua, sin reparar en embarazadas o ancianos. Un señor que mira al otro extremo de la calle, a través del cristal, para no ver la mujer embarazada junto a él que lleva un niño en brazos. Un padre cuando le avisa a su hijo adolescente para que tome el puesto donde está a punto de sentarse una viejita. Alguien que se molesta cuando un impedido le pide el asiento.

El conductor, mientras tanto, acelera en las curvas, como si transportara ganado. La consecuencia es una discusión porque una persona no se aguantó bien y cayó encima de otra. La bronca puede comenzar por un pisotón o empujón.  

En las peleas interviene casi siempre el chofer. A menudo detiene el ómnibus fuera de la parada. Entonces se suceden los golpes en la parte superior  de las puertas. Llueven las ofensas y las invitaciones a fajarse.  

En una parada se deben cuidar bien la billetera, el bolso, la cadena, la manilla y el reloj. Puede que no se dé cuenta cuando los pierda. Si es mujer y está en medio del tumulto, procure no molestarse si siente el roce de “algo”.

-La situación está mala, señora, no se moleste, bájese y tome un taxi si no le gusta que la toquen.

Dice la gente en la calle que un rato en una parada de guaguas es como ver la película del sábado: lenguaje de adultos, violencia y sexo. Un viaje de una hora, de pie, en una guagua, no es cosa de juego. Exaspera que le pisen el callo a uno cuando se va pensando en lo que se va a cocinar esa noche, o en que le falta el jabón para bañarte. Uno anda de mal humor cuando no tiene dinero para sustituir los zapatos rotos con que el niño va a la escuela. 

La mar de problemas que afrontan los cubanos en su cotidianidad se refleja en nuestra decadencia colectiva. Es una ironía que la nación que más ayuda los “desposeídos del mundo”, una nación libre de analfabetismo, esté regresando a la barbarie. Es ir de lo sublime a lo ridículo.

laritzadiversent@yahoo.es 
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