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Jueves, Marzo 12, 2009
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La Villa Panamericana

Miguel Iturria Savón

LA HABANA, Cuba, marzo (www.cubanet.org) - El viernes 6 de marzo fui a la Villa Panamericana a una gestión personal. Al llegar a la entrada vi a un grupo de mujeres frente al aparta-hotel Costa Azul. Pensé que las damas hacían cola por un champú o un perfume rebajado de precio. Pero no, una mujer otoñal, listado en manos, llamaba a las delegadas provinciales al Congreso de la Federación de Mujeres Cubanas que se alojaban allí. Otras señoras forcejeaban en el colindante hotel Panamericano. Algunas miraban las artesanías que vendían en el Prado o curioseaban en los comercios instalados en la planta baja de las edificaciones del reparto.

La Villa Panamericana es una mini ciudad rodeada de instalaciones deportivas. Fue inaugurada en 1991. Está situada entre la Vía Monumental y la costa norte, a dos kilómetros de los modernos edificios de La Habana del Este, a igual distancia del poblado de Cojímar, conectada con ambos por la carretera que bordea la costa. Su privilegiada posición geográfica eleva su atractivo, acentuado por un conjunto habitacional de 3 y 4 plantas, que combinan el color blanco con el marrón de los ladrillos, en un intento por superar la horrible uniformidad constructiva del reparto Alamar, modelo urbano del socialismo repetido en otros puntos del paisaje insular.

Hay cierta movilidad arquitectónica en los edificios de la Villa Panamericana, cuyos balcones con cristales, las escaleras interiores, los comercios y oficinas y algunos detalles exteriores empalman con el Prado central arbolado y con los espacios diseñados a ambos lados de esa artería, encabezada por dos hoteles para turistas extranjeros pues, inicialmente, fue concebida como albergue de los atletas de los XI Juegos Panamericanos, celebrados en La Habana en 1991.

Al recorrer la Villa el viernes pasado me sorprendió la limpieza de sus calles, la diversidad de productos en las shopping, el buen funcionamiento de la Taberna, la Parrillada y el surtido de comidas en los kioscos de moneda nacional. En la Taberna conversé con tres jóvenes que tomaban cerveza y hablaban de mujeres. Uno de ellos le comentó al dependiente que no sabía qué hacer, pues el secretario del sindicato le había entregado una pitusa (pantalón vaquero), un pulóver y un par de zapatos para que asistiera al acto de bienvenida a las delegadas del congreso femenino, pero él no estaba “para eso”.

-Nada, asere, si el tipo te descarga o te pide la ropa, le inventas un cuento y le pones 5 dólares en el bolsillo. A él le exigen, pero es comprensivo. Yo no voy a nada de eso pero le tumbo la coba.

Al terminar la segunda cerveza bajé por el Prado. Al final entré en la galería Mariano Rodríguez, antesala del taller poligráfico. Esperé después a una amiga impuntual en el parque de la izquierda, entre bancos y matas de coco. Descubrí entonces el enorme parqueo techado de la derecha, sin autos y con la cerca en el piso, como si no se usara desde que se fueron los deportistas en 1991.

Mi amiga le puso fin a mi estancia en la Villa Panamericana, la mini ciudad del este de La Habana. 

 

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Fotos de Nury A. Rodríguez
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