La vorágine
Frank Correa
LA HABANA, Cuba, marzo (www.cubanet.org) - Hace unos días, cuando regresaba de navegar por Internet, me encontré a un extranjero perdido en el paradero de autobuses del municipio Playa. Era latinoamericano, aindiado. Aunque distaba mucho de los bolivianos, ecuatorianos, chilenos, venezolanos, que se ven casi siempre en la parada de la 420, ruta que los lleva hasta la Escuela Latinoamericana de Medicina, en el poblado costero Baracoa.
Vestía ropas nuevas. Llevaba una carpeta de cuero bajo el brazo. Daba vueltas por los alrededores del paradero sin saber qué rumbo tomar. Sostenía en la mano un papel con una dirección: recinto ferial Pabexpo. Estaba invitado para participar en el Congreso de Informática Cuba 2009.
Como iba en esa dirección, le dije que podíamos hacer el trayecto a pie. Nos presentamos. Él acababa de llegar a Cuba, era proyectista de un sistema que adelantaría algo en la computación. Abrió la carpeta, me mostró con orgullo un disco donde guardaba su invento. Para no ser menos, le dije que era periodista. Le regalé una crónica acabada de publicar en CubaNet. Leyó apresuradamente mientras avanzábamos por Quinta Avenida.
-¿Escribes contra el gobierno?
-Contra lo mal hecho.
Guardó la crónica junto al disco. Me dijo que era peruano. Debía inscribirse para participar en el Congreso. Estaba preocupado porque no sabía cuánto le iba a costar inscribirse. Con el cambio de dólares a pesos cubanos convertibles, comprendió que los precios en Cuba estaban disparados y no le alcanzaría para mucho. Para colmo, en la casa donde se fue a hospedar los dueños le exigieron una cifra que era prácticamente su presupuesto para los cuatro días que duraba el congreso.
-Y lo primero para mí es exponer -dijo.
Le pregunté por qué tenía que pagar una inscripción si era invitado. Además, iba a presentar un invento para el bien común. En todo caso lo sensato era que le pagaran a él, hasta el hospedaje.
Estuvo de acuerdo con mi razonamiento, pero se mostró confundido. Me dijo que un tal Juan Esprintas, del comité organizador, le había enviado varios correos invitándolo. Sacó sus ahorros para pagar los gastos de emigración y los pasajes de Cubana de Aviación. El señor Espringas no fue a buscarlo al aeropuerto. Pensaba encontrarlo en las inscripciones.
Cuando llegamos a Pabexpo nos dijeron que el congreso se celebraba allí, pero las inscripciones eran en el Palacio de las Convenciones. Me interesó conocer el final del cuento. Desandamos el trayecto en dirección al paradero. Entre recovecos y postas militares llegamos al Palacio de las Convenciones. Nos señalaron una oficina, con un buró en la puerta. Nos atendió una funcionaria. El peruano preguntó el precio de la inscripción.
-Trescientos pesos convertibles.
Le explicó a la funcionaria que era invitado extranjero y ponente. Sin hacerle caso, la funcionaria repitió:
-Trescientos cuc.
-¿Y para ver al señor Espringas?
Todos en la oficina se voltearon a mirarlo. Me pareció que se esforzaban por no reír. La funcionaria se encogió de hombros. El peruano se sintió desconcertado, y salió a la calle. Pensé que se iba a caer. .
-¿Qué pasa?
-Eso es exactamente todo lo que tengo, 300 cuc -me dijo-, y eso mismo me han pedido los dueños del hospedaje. Si participio en el congreso no duermo. Si duermo, no puedo hacer más nada en este país.
Miró a su alrededor, la abundancia de postas militares lo enmarañó más. Pidió mi opinión. Le dije sin ambages que había sido víctima de una estafa. De una forma o de otra sus trescientos cuc se quedarían en Cuba. Estuvo de acuerdo. Se sentó en el contén de la acera, angustiado. Apretó la cartera fuertemente y sentí el disco quebrarse. Siempre me preguntaré qué adelanto técnico en el campo de la informática contenía.
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