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Paredón

Frank Correa

LA HABANA, Cuba, marzo (www.cubanet.org) - Paloma Pérez regresó de España hace poco, cuando no soportó vivir más en ese país. El español que se la había llevado gastó un dineral en trámites de emigración, y la acomodó en un apartamento en Madrid, pero a Paloma dejaron de interesarles los euros, el auto, las propiedades, y regresó a La Habana.

Tanto  la embajada española como la  cubana se extrañaron de la decisión, le hacían numerosas preguntas, y la joven solo contestaba que quería regresar a su patria.

Como no tenía el carné de identidad, ni el cambio de dirección para estar en La Habana, pues es natural de Santiago de Cuba, sólo el pasaporte, un jefe de sector de la policía del municipio Playa la llamó a la estación para interrogarla. Observó largo rato el pasaporte  como si  fuese una cosa mala, luego mandó a encerrarla en un calabozo para deportarla después a Santiago de Cuba.

Paloma Pérez estuvo una semana en una mazmorra, su vestido Givenchy fue contaminado con olores inmundos, lloraba abrazada a los barrotes, preguntando constantemente si regresar a su patria era un delito.

Con ella en la celda había siete jineteras capturadas in fraganti, esperando también ser deportadas a sus provincias. Tomaban el apresamiento a la ligera, decían en broma que aprovecharían el viaje gratis para  ver a sus familias y  luego regresar  a La Habana, a seguir  “luchando los pesos convertibles para mantener al familión”.  

A Paloma Pérez aquella situación le pareció absurda, y juraba que no había cometido delito alguno para estar presa. Una compañera de calabozo le dijo, burlándose:

-¡A ti debían fusilarte… por regresar!




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