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En un parque de La Habana

Valentina Cueto

LA HABANA, Cuba, marzo (www.cubanet.org) - Espaciadas en el tiempo para permitir su correcta asimilación, la plana mayor del gobierno comenzó a aplicar, sutil y escalonadamente, un conjunto de medidas restrictivas para enfrentar los efectos de la crisis económica mundial que caracteriza los tiempos actuales.

Aunque la tranquilidad reina, estamos sentados sobre un polvorín, sin saber cuándo estallará. Lo que el cubano piensa y siente pondría “los pelos de punta” si pudiera expresarlo abiertamente. Pensamientos de incertidumbre acerca de un futuro dudoso, la pérdida de aquellas “dádivas” otorgadas por un Estado que proclamaba su voluntad de poner al hombre en primer lugar, las administraciones de los centros laborales “apretando la tuerca” —se acabó aquello de “nosotros hacemos como que trabajamos y ellos hacen como si pagaran”— son una pequeña muestra de las drásticas medidas que se aplican, un día sí y otro también, al ya desgastado pueblo de Cuba.

Todo apunta al derrumbamiento de una estructura cincuentenaria a la que este pueblo se había acostumbrado, para bien o para mal. La enajenación como válvula de escape es la actitud que prevalece entre de mis compatriotas, aunque cada cual tenga su estilo…

El “Parque del pescao” -tranquilo paraje emplazado en el reparto Casino Deportivo del municipio Cerro de la capital- ha devenido escenario donde se muestran, a plena luz del día, comportamientos enajenados que evidencian el sentir de quienes se preocupan —pero no se ocupan— por las medidas, cada vez más severas, que se aplican a nuestra población.

Este lugar de recreo al que aún acuden los niños que residen en sus alrededores, cuenta en la actualidad con una venduta donde grupos de ciudadanos —incluso mujeres— se emborrachan con el barato y peligroso ron “salta pa’tras” desde las primeras horas de la mañana. Después, como dicen, salen a luchar por la vida -que la muerte está segura-, enajenados de tal modo que lo mismo les da morir que matar.

La antigua capilla, privada de la imagen de la virgen, es ahora el retrete público donde los transeúntes hacen sus necesidades, ante la carencia de instalaciones sanitarias.

A pesar de todo, el parque infantil sigue siendo visitado por algunos padres con sus hijos, parejas de enamorados y ancianos solitarios. Pero, en vez de alegría y esperanza, sus rostros sólo reflejan tristeza y preocupación. Un pez de un rojo escandaloso y aspecto burlón preside el escenario, con su boca siempre abierta, como si quisiera devorarnos.



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