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Llamado urgente para solucionar la crisis de la agricultura cubana


por Reynaldo Hernández, Presidente de la Alianza Nacional de Agricultores Independientes de Cuba

GUANTANAMO, agosto - La agricultura cubana que antes del triunfo de la revolución autoabastecía la población de la isla --donde muchos renglones hasta se exportaban-- sufrió un duro golpe con la política desacertada que puso en práctica el gobierno revolucionario. Si nos remontamos a la etapa antes de 1959 y la comparamos con ésta, podemos ver claramente la gran diferencia.

Situándonos en la época anterior, no es un secreto para nadie que en todo el país la abundancia de productos del agro para satisfacer las necesidades de la familia cubana era una realidad indiscutible. Pero aquella abundancia se apoyaba en la propiedad privada y en la economía de mercado. Es de sobra conocido que en aquella época había diferentes formas de poseer y hacer producir la tierra, desde propietarios, arrendatarios, partidarios, etc., etc.

Se producía porque el agricultor era dueño de su producción, podía ponerle precios y determinar su mercado. Existían algunos renglones donde se cometían ciertas irregularidades, como el caso del tabaco, cuyo precio era fijado por los mercaderes y se podía hacer muy poco para tratar de cambiarlos. Pero el precio se correspondía con el costo de la vida en aquel entonces. En los demás renglones las cosas eran totalmente diferentes, por ejemplo la gran abundancia de productos no permitía que subieran los precios pues al estar abarrotados los mercados los precios de los mismos bajaban.

Igual sucedía con el consumo de carne. La población podía consumir la que deseaba, de ave, res, cerdo, etc., a precios asequibles para la gran mayoría. Todo esto salía de nuestra agricultura que estaba al máximo de explotación, con el 80 % de la población radicada en la zona rural, donde se autoabastecía y servía de sostén a la ciudad.

Los problemas que existían fueron abordados en el programa del Moncada, donde Fidel Castro prometió resolverlos, de forma tal que se beneficiaran tanto los productores como los consumidores, no con una política que desalentara y acabara con la producción.

¿Qué pasó? ¿Acaso Cuba no es la misma de antes? ¿Por qué no se produce lo suficiente como para garantizar el mínimo del consumo que sus habitantes necesitan, siendo un país cuya agricultura produce los 12 meses del año? ¿Por qué el hambre acosa al pueblo cubano? ¿Dónde están los sueños de Fidel en La Historia me Absolverá y en la Sierra Maestra cuando tenía los mercados abarrotados de productos agrícolas?

Esos sueños se han convertido en una larga e interminable pesadilla. Para sacar la agricultura cubana del abismo en que ha caído en resumen se necesita una sola cosa: rectificar los errores cometidos durante estas casi cuatro décadas con la ineficiencia de una agricultura estatal que no ha sido capaz de garantizar el abastecimiento de la población.

Junto con la revolución llegó una supuesta reforma agraria en la que apenas se entregó la tierra, la que quedó en manos del estado, y la producción se centralizó bajo su control. En manos del gobierno quedaron todas las decisiones, tanto en la producción estatal como privada, haciendo depender a todos de su voluntad. El gobierno fija precios que hacen al campesino cada vez más pobre, penaliza el sacrificio de ganado mayor, presiona de distintas formas al campesino individual, obligándolo a emigrar hacia las ciudades en busca de nuevos horizontes abandonando en forma aparentemente voluntaria sus tierras, que de inmediato se convertían en patrimonio del gobierno. Esta fue una manera sutil de llevarlos a la colectivización o a trabajar como obreros en granjas estatales, que se ofrecían como la forma superior de producción agrícola y se presentaban como una mejora sustancial para la familia campesina en cuanto a vivienda, servicio eléctrico y demás condiciones de una vida semi urbana, pero al final todas estas intenciones resultaron un rotundo fracaso.

La política del gobierno fue una estrategia bien trazada. Por un lado entregó pequeños islotes de tierra a los que la trabajaban como colonos, arrendatarios, precaristas, etc., mientras que por el otro, con una intención bien marcada, empezó a quitarla. La tierra tenía que ser propiedad estatal, nadie podía estar fuera de esa medida y aplicó la política de tierra arrasada.

El futuro hombre nuevo podía ver algo bueno en el capitalismo, y para evitarlo había que reformarlo todo. Las lecherías en buen estado fueron destruidas, los molinos de viento y pozos artesianos fueron abandonados junto al sistema de tuberías y bebederos. Toda una verdadera infraestructura agrícola heredada el pasado fue desmantelada, porque el hombre nuevo tenía que haberlo logrado por la revolución, no como herencia del pasado.

Así ocurrió en todas las ramas de la agricultura, y aquello provocó la caída de la producción. La intervención de todas las tierras al que tenía más de cinco caballerías fue un gran error. Existía un potencial de producción y eficiencia en los propietarios cuya cantidad de tierra oscilaba entre 5 y l5 caballerías. Estas fincas estaban bien atendidas y a toda capacidad de producción, y todo desapareció a pasar a manos estatales.

Todo hace indicar que se debió intervenir los grandes latifundios con tal de poner las tierras a disposición de los que realmente la trabajaran, pero no las pequeñas propiedades, que constituían la base donde se apoyaba el desarrollo de la agricultura cubana.

Se reafirmó el monocultivo y la caña de azúcar se convirtió en la reina, centrándose en ésta todo esfuerzo y olvidando los demás renglones agrícolas, que rápidamente empezaron a desaparecer. Se centró la atención en la industrialización del país, sin percatarse que el desarrollo de Cuba se apoya en la agricultura, pues es un país agrícola por excelencia.

Se hicieron fábricas de todos tipos, para entonces tener que importar la materia prima, cosa ésta que la hacía incosteable. ¿Por qué esos recursos gastados en la industria no se destinaron a la agricultura? Es cierto que desde el desaparecido campo socialista, en especial de la Unión Soviética, se trajo gran cantidad de equipos e implementos para trabajar la tierra, que se pusieron en manos de empresas agrícolas del estado, pero con el mal uso que le dieron no rindieron el efecto deseado en la producción.

Resulta innegable la ineficiencia de la agricultura estatal, acentuada ahora por la escasez de recursos. Ante esta dramática situación cabe una sola pregunta: ¿Qué se puede hacer? Siempre y cuando el gobierno tenga voluntad para ello, se puede poner en práctica un plan de rescate para la agricultura, que tome en cuenta, como elemento fundamental, al hombre, que es el que puede hacer producir la tierra y realizar con la mayor urgencia posible profundas reformas en la agricultura entre las cuales yo recomiendo:

Reformar la ley sobre la propiedad para que el productor sienta realmente ser el dueño de la tierra y de la producción que obtenga de ella.

Hacer una nueva legislación para repartir la tierra y ponerla en manos de aquellos que quieran trabajarla, sin que medie ningún tipo de condicionamiento a no ser el pago de los impuestos, los cuales deben ser razonables. En pocas palabras, una nueva reforma agraria.

Repartir las tierras estatales de los complejos azucareros, cooperativas de producción agropecuarias y unidades básicas de producción cooperativas, que hasta ahora han demostrado ser incosteables.

Las tierras no deben entregarse bajos el concepto que se está haciendo hoy, donde el individuo como usufructuario no puede desarrollar libremente el cultivo, convirtiéndose en un siervo del estado, que está obligado a entregar tres cuartas partes de su cosecha, y de no hacerlo pierde el derecho a la tierra.

Despolitizar las actividades agropecuarias, y que el único derecho sobre la tierra se establezca a partir del trabajo que se realice en la misma, de igual forma para todos los insumos y beneficios crediticios, etc.

Liberalizar el comercio de los productos agrícolas, sólo sujeto al pago de contribuciones tributarias razonables, donde el productor pueda vender su cosecha a quien quiera y en cualquier parte del país, incluida la posibilidad de vender directamente a corporaciones de empresas extranjeras, incluyendo el turismo.

Que desaparezca el estado como intermediario en el comercio de la producción agrícola, así como se eliminen cuantas trabas burocráticas pongan freno al buen funcionamiento de esta actividad. Que su función sea la de comprar como un cliente más, donde el campesino sea el que ponga precio a sus productos de acuerdo a las leyes del mercado.

Dar luz verde a cuantos proyectos de organización agrícola surjan en el país, sólo sujeto a los intereses y propósitos de los organizadores, apoyados con los recursos que el estado tenga a su alcance, sin limitar su capacidad de gestión ante instituciones internacionales en busca de apoyo económico, material y financiero, ya que esta iniciativa de las cooperativas independientes constituye la vanguardia en el despegue de la agricultura cubana hacia un próspero y floreciente desarrollo.

Dotar a los productores agrícolas con la cantidad de 2 a 5 caballerías de tierra en correspondencia con la disponibilidad de fuerza de trabajo, de manera que se pueda garantizar la máxima explotación de las tierras entregadas. Para ello es preciso disponer de la libre contratación de fuerza de trabajo con el propósito de que el agricultor pueda contratar trabajadores y con ello facilitar la creación de empleos, donde el trabajador agrícola reciba un salario justo y razonable.

Despenalizar el sacrificio de ganado mayor, que sólo quede sujeto a las regulaciones higiénico-sanitarias, eliminando el decreto ley 225, que conspira contra el desarrollo de la masa ganadera en Cuba.

Reconocer a la Alianza Nacional de Agricultores Independientes de Cuba como genuina representación del movimiento campesino independiente cubano, para junto al gobierno encontrar una salida a la crisis alimentaria que sufre el pueblo.

Liberar las fuerzas productivas de la sociedad en general, donde el cubano pueda desarrollar su talento, creatividad y laboriosidad sin ningún tipo de condicionamiento, donde el enriquecimiento mediante el esfuerzo del trabajo no constituya un agravante que impida el desarrollo de esta idea, ya que si se enriquece el hombre en estas condiciones, también se enriquece y desarrolla el país.

Este documento es un llamado a la reflexión, para que urgentemente se tomen las medidas necesarias para resolver la crisis alimentaria que sufre el país. No es hora de experimentar una u otra medida por parte del gobierno, como el fortalecimiento del sector campesino a través de las cooperativas de créditos y servicios.

Hay que emprender las reformas requeridas para incentivar al hombre en el trabajo. Con medidas cosméticas no se resuelve el problema, hay que ir a la profundidad del asunto, con hechos concretos no con vanas palabrerías que se quedan en salones de reuniones con aire acondicionado y asientos reclinables y no llegan al surco donde está el agricultor de sol a sol trabajando, sin nada en el presente y sin esperanzas en el futuro.

Este llamado lleva el sentir del campesino cubano, que desde su óptica quiere aportar soluciones y evitar un verdadero desastre. Queda muy poco tiempo, hay que hacer las cosas con prisa, Cuba está a la puerta de una hambruna y el gobierno cubano no debe permanecer de espaldas a esa triste realidad. Lo que no se haga hoy será el lamento de mañana.

Dado en Bejuqueras de Filipinas, municipio Niceto Pérez, Guantánamo, a los 22 días del mes de julio de 1998.

Reynaldo Hernández Pérez

Presidente de la ANAIC



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