centro
Introducción

Sobre el autor


Capítulo XXVI


"Estoy solo", dijo Juan.

"¿Solo?", preguntó admirado el amigo.

"Muy solo."

"Pero si tienes una colección de amantes."

"No le pertenezco a ninguna, ni ninguna me pertenece. Zarpo de unos brazos y atraco en otros. Soy un corsario en un mar de muchachas. Todas las tempestades me desolan. Viajo en un piélago de huracanes, el viento me arrastra. No he tenido valor para abandonar este débil esquife en que naufrago."

"No entiendo."

"Muy simple. La gente me ve siempre acompañado. Parezco la felicidad. Pero cuando me registro el corazón, nadie me espera en él."

"Pero no hay que comprometer el corazón."

"Sí, porque vas navegando y te sorprende la tormenta. Sales a enfrentarla y entonces te cuidas más, ya no por ti, sino porque tienes a alguien que te espera. En noches apacibles, tendido sobre cubierta, te pones a mirar las estrellas, y como nunca le has regalado ninguna a una muchacha para que la habite y tú puedas conversar con ella en la distancia, todas las estrellas están vacías para ti y responden a nombres que tú no les pusiste. Y te pasas la vida navegando guiado por estrellas que son tuyas nada más que cuando las necesitas. ¿Entiendes?"

"Sinceramente, no."

"Qué lástima. Ya quisiera yo tener tu suerte."

¿La suerte? La burbuja de la suerte estalló en una añoranza. Se deshizo en suspiros. Sus habitantes se dedicaban a sembrar campos enteros de esperas. Lo aplazaban todo hasta que la Rueda de la Fortuna fuera favorable. Nunca decidieron plantar una orquídea, pero gastaron sus vidas aspirando a la mariposa de sus pétalos. Nunca determinaron juntarse, pero soñaron siempre conque el azar los juntaría. Y aún frente a la inminencia del estallido final creyeron que la armonía de la música universal del Niño del Pífano cesaría y les brindaría una nueva oportunidad.

Enmanuel se estremeció frente a tanto derrumbe. ¿Cómo no se daban cuenta de que todo dependía de una decisión primaria y luego, de la consagración, de la entrega? Quiso él intentar el salto mortal que le correspondía, mas el Niño del Pífano lo alertó de su apresuramiento. No era el segundo de acometerlo. No le permitió dejarse arrastrar por temores ajenos. Lo obligó a registrarse el corazón para comprobar si ya le había puesto nombre a una estrella, si ya alguien lo esperaba allí.

La Troyana se había detenido sobre el relámpago. Hubo como un momento de inacción. La ilusión entera se detuvo y ése fue el tiempo justo en que Enmanuel pudo ver la explosión de la miríada de pompas en que se tornaban las dos notas breves, apasionadas, pulcras, del Niño del Pífano. La actividad regresó al universo cuando Enmanuel, ávidos los ojos, palpitante el cuerpo, comenzó a presenciar los estallidos, y supo que los conceptos, sobre todo si ajenos, eran como pompas muy frágiles frente a la necesidad de crear una burbuja que resistiera todas las embestidas y todas las tentaciones. Una inexpugnable y cierta que fuera residencia de lo valioso y de lo eterno.


Capítulo Veinticinco

Capítulo Veintisiete




SECCIONES EN CUBANET

prensa independiente . prensa internacional . news . prensa oficial . centro
búsquedas . archivos . suscripciones . cartas . debates . opiniones . documentos
cuba fotos . pinturas . anillas de tabaco . enlaces . correo electrónico
agro-cooperativas . bibliotecas independientes . movimiento sindical independiente

CubaNet