centro
Introducción

Sobre el autor


Capítulo XLIII


Enmanuel pretendió salvar una pompa que venía renqueando por el aire. Era quizás la más grande de todas. Manaba de ella un quejido perenne. Se desplazaba lastimeramente por la noche. En su interior, como en un coro dantesco, todos pedían un poco de conmiseración. Imploraban la piedad y el milagro. Un cojo de corazón, no de piernas, plañía frente a un tuerto de alma, no de ojos; el tuerto, frente a un manco de espíritu, no de brazos; el manco, frente a un sordo de sueños. Pero todos eran sordos, ninguno oía el padecimiento del otro. Aspiraban tanto a la solución de su dolor que no tenían oídos sino para rogar por la cura propia. Creían que la única dolencia que aquejaba a la ilusión era la individual. Todos eran ciegos para el puñal que zajaba la carne extraña.

"No lograrán salvarse", dijo desesperado Enmanuel. "Si alguno se salva, viaja hacia otra pompa, y luego ni recuerda haber vivido en ésta. Para ellos no cuenta el pasado, el pasado es una cántara de olvido. Nada puede rescatarse del pasado. El tiempo ido no importa; la bondad y la maldad en el pasado no cuentan. Por eso el hombre es impelido a ser bueno o malo cada día. Es el instante lo que vale; lo demás es olvido inevitable. Está obligado siempre a elegir entre el bien y el mal. Sólo que el bien y el mal están en dependencia de la cantidad de amor que se tenga. Primero para sí, y luego para los demás".

Enmanuel quiso salvar la burbuja menesterosa. Sintió que le sobraba amor para tal empresa. La miró con honda ternura, puso todas las fuerzas de su corazón, todas las energías de su alma, toda la bondad de su espíritu, en el intento de protegerla contra el desastre, y en el momento en que creía haberlo logrado, comprendió que el mundo estaba conformado por todas las venturas y tragedias del hombre, y que él, a pesar de su entrega salvadora, no podía vivir para mantener una pompa repleta de calamidades, que una vez curadas pasaban al olvido, porque su destino de salvador estaba establecido en otra burbuja que corría el mismo riesgo de desaparición. Entendió también que la tarea de los redentores la prestablecía esa fuerza superior de la que hablaba el Niño del Pífano y que no dependía de su voluntad, sino del lugar que se ocupara en el orden universal. Comprendió definitivamente que las calamidades del mundo son tantas que harían falta tantos Mesías como seres existen, y que por eso debemos convertirnos en nuestros propios Jesucristos para enfrentar el infortunio o la aventura que nos pertenece, a la que no podemos renunciar actuemos bien o mal.

Puesto a elegir nuevamente, Enmanuel recordó las palabras del Niño del Pífano: "Toda elección supone renuncia". Y fue como soltar un mecanismo de freno. En cuanto cesó su mirada de misericordia por la pompa plañidera, ésta se esfumó en las tinieblas como un quejido reproducido por el eco.


Capítulo Cuarenta y Dos

Capítulo Cuarenta y Cuatro




SECCIONES EN CUBANET

...... NOTICIAS ...... Prensa Independiente | Prensa Internacional | Prensa Gubernamental ......
...... BUSQUEDAS ...... Archivos | Búsquedas | Enlaces ......
...... INDEPENDIENTES ...... Cooperativas Agrícolas | Movimiento Sindical | Bibliotecas | MCL | Ayuno ......
...... DEL LECTOR ...... Cartas | Debate | Opinión ......
...... CULTURA ...... Artes Plásticas | Fotos de Cuba | Anillas de Tabaco ......
...... CUBANET ...... Semanario | Quiénes Somos | Informe 1998 | Correo Eléctronico ......
...... OTROS IDIOMAS ...... Inglés | Alemán | Francés ......