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Introducción

Sobre el autor

Capítulo XLV


No creo en grupos. Todos son iguales: mucho discurso, pero el fin es el mismo, agarrar el mazo. Después que se tiene el poder, a cagar albañiles, que se acabó la mezcla. El poder se ejerce, y se ejerce contra todo el que se oponga. Esa es la ley natural. Las demás leyes las inventa el hombre para tratar de organizar el desorden, y crean, en verdad, más desorden, porque con ello crean también la necesidad de burlar las leyes. Así, que a hacer campañita con otros. Mi grupo son mis amigos, y son mis amigos por razones más fuertes que los intereses políticos. El que quiera el poder, que se faje por él. No lo critico. Cada hombre viene al mundo con su afán. El que quiera ser político, que lo sea; el que quiera ser marinero, que navegue; el que quiera ser poeta, que sueñe; el que quiera ser maricón, que se vista de marquesa, pero que no me joda. Esa es la otra ley natural. No jodas a nadie para que no te jodan. Si te joden, rebélate hasta las últimas consecuencias. Si no te joden, no jodas a nadie. Respetar es la manera de bronquear. Cada vez que oigo a unos denostando de los otros, trato de ver por qué lo hacen, y siempre descubro lo mismo: están tratando de arrimar la brasa a su sardina. En la oposición hay tres tipos de gente: los resentidos, aquellos que alguna vez tuvieron el mazo y lo disfrutaron y lo perdieron y ahora se sienten despojados de lo que en realidad nunca les perteneció; los que nunca tuvieron el mazo por razones de pura convivencia y conveniencia social, no reunían las condiciones para detentarlo; los que llegaron tarde, los más jóvenes, que se creen en el derecho de relevar, además, porque se lo prometieron desde que eran niños y que no lo tienen y ven en los mayores una obstinación en mantener el mazo. Así la cosa no veo en ninguno el honroso y elevado deseo de que la patria se dignifique con el tesón de todo un pueblo. Yo, por lo menos, lo que quiero es trabajar en paz. Me importa un pito la opinión que tenga el bastardo sobre mí. Me importan dos pitos lo que piense el loco sobre mí, y por último, me importan tres pitos lo que crea el zurdo. Simplemente, como Glendor, me recago en las seriedades de los que no andan buscando más que el poder. Yo, para incorporarme a alguna causa, tendría que estar convencido de que sus ideales son verdaderamente altruistas. Ya se le ha dado demasiado por el culo a la humanidad. A estas alturas de la vida no se puede andar con discursitos pendejos. Desde la democracia ateniense hasta la democracia socialista se ha hablado demasiado. ¿Creerán que la gente es comemierda? Allá cada cual con su guerra y sus ambiciones. Primero, mucha promesa y mucha belleza futura. Después, la realidad económica del mundo divide en bloque, según el capital, el desarrollo tecnológico y los intereses comerciales, a cada área, y se vuelve a la misma rutina, unos mamando del poder y otros mamándosela. Pues yo me la mamo desde ahora, y así me voy acostumbrando. Creo en mi trabajo. Creo en una sociedad basada en el trabajo. Creo en un mundo a partir del trabajo. No tengo alma de héroe ni de político. Soy un hombre bien simple, y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito. A mi trabajo acudo, con mi dinero pago el traje que me cubre y la mansión que habito. ¡Qué clase de mansión! Una gaveta dormitorio en el solar vertical de Alamar, la ciudad del futuro.

Capítulo Cuarenta y Cuatro

Capítulo Cuarenta y Seis





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