www.cubanet.org
CubaNet no reclama exclusividad de sus colaboradores, y autoriza la reproducción de este material, siempre que se le reconozca como fuente y su autor.
 

El agujero negro

Víctor Manuel Domínguez, Sindical Press

LA HABANA, Cuba, julio (www.cubanet.org) - En Cuba nada se ajusta más a la caracterización de los tres monitos de la fábula que un delegado del Poder Popular. Si uno de los titíes era sordo, el otro mudo, y el tercero ciego, la mayoría de los delegados que deben canalizar o resolver  las peticiones de sus electores en cada circunscripción, padecen de estos tres males.

Según dice el refrán: no hay peor sordo que el que no quiere oír, mudo como el que no quiere hablar y ciego como el que no quiere ver. Ya sea porque no tienen poder de decisión, recursos que ofrecer, o no les importe la situación de sus electores, los delegados llegan y se van sin que se enteren la escuela, el solar, la guarapera ni la bodega del barrio.

Son miles los ejemplos a lo largo de la isla que avalan esta situación. Reuniones van y reuniones vienen y todo sigue igual. O peor.  No importan las denuncias en periódicos ni en cuanto papel aguante una mínima queja o un grito de desesperación en busca de mejoras antes del desastre total. ¿Los delegados? Llegan y se van.

Según denuncian los vecinos de un edificio enclavado en la calle Rayo 71, entre Zanja y Salud, Centro Habana, llevan cinco años tratando de llamar la atención del delegado de la zona. Pero de nada sirve. El delegado de turno no escucha que las 18 familias que habitan el inmueble sortean cada día un agujero negro que puede ser fatal.

Provocado por un derrumbe en uno de los pasillos del segundo piso de la instalación, el agujero alcanza cinco metros de diámetro y alrededor de dos de profundidad. Sin embargo, el delegado no quiere hablar sobre el problema, tira curvas, hace señas desde lejos, se escabulle hasta la rendición de cuentas mensual, donde todo concluye en un “lo elevaremos al nivel superior”

Mucho menos se digna  ir a ver cómo el inmueble se deteriora, el agujero se agranda, y el miedo crece entre los inquilinos que duermen con un ojo abierto y otro cerrado para que no los coja desprevenidos el cataplún. Los delegados no ven, escuchan, ni pueden hablar. Son como un elemento de atracción sin posibilidades de hacer nada por la comunidad que los eligió.

Algunos piensan que en lugar de criticarlos se les debía levantar un monumento a la falta del poder de decisión. O tal vez, declararlos mártires del correveidile en las carreras de salto con obstáculos de buró.

Mientras tanto, las 18 familias de Rayo 71 se convencen de que sus gestiones y sueños son arrastrados desde hace cinco años por un agujero negro que no tiene fin.