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Las maras cubanas

Leafar Pérez. 

LA HABANA, Cuba, abril ( www.cubanet.org) - Son hijos decepcionados de la revolución cubana. Consecuencia directa de casi dos décadas de Período Especial. Son el resultado del grave deterioro de las condiciones económicas y sociales de la nación, y del agotamiento de un discurso político que ya no cautiva ni alienta. Se refugian en la violencia, las drogas y el robo como modos de subsistencia. Son las maras cubanas. 

Este fenómeno surgió en Los Ángeles, y se extendió por Centroamérica, principalmente en El Salvador, en la última década del siglo pasado. En ese país  la palabra mara ha sido empleada para calificar a grupos de personas que realizan actividades unidas por un sentido de pertenencia a una institución, comunidad o actividad. Pero en los últimos tiempos ser marero ha devenido sinónimo de delincuente común. 

La Mara Salvatrucha se hizo famosa debido a que sus miembros realizan acciones violentas. Golpizas, asaltos a mano armada, decapitaciones y violaciones constantes de la ley, obligaron a sucesivos gobiernos salvadoreños a extremar las medidas penales contra sus integrantes. A pesar de la lucha constante de la policía contra sus integrantes, las pandillas se han extendido a otros países de la región, convirtiéndose en un peligroso problema social.  

Las condiciones que originaron su creación y difusión son muy similares a las de la Cuba de hoy. A pesar de la censura, cada día crecen los rumores sobre asaltos, robos a viviendas y centros comerciales, asesinatos y golpizas que emprenden grupos de jóvenes, a veces adolescentes, asociados en pandillas. 
 
Actualmente han aumentado los índices de pobreza que acentúan las diferencias sociales. Son muchos los jóvenes que viven en barrios pobres, ciudadelas y asentamientos precarios ubicados en la periferia de la capital. Casi todos están entre los doce y los veinticinco años. Les tocó vivir la etapa más crítica de estos años de carencias materiales y morales. Su única esperanza es sobrevivir, y para eso hay que ser fuertes, sin importar cómo y a qué costo. 

Aunque es un fenómeno poco estudiado, Luis Arroyo, sociólogo que ha estado observándolo, opina que aunque tiene menos de una década de haber aparecido, poco a poco va ganando fuerza el fenómeno marero dentro de Cuba. Estos jóvenes se solidarizan entre ellos, se protegen y lucen como una tribu. Sus ritos de iniciación tienen rasgos mágicos del panteón afrocubano y símbolos satánicos, que son el punto de partida para una nueva identidad personal y social. Consumen pastillas con alcohol para enajenarse de la realidad. Desarrollan sus propios valores, costumbres, hábitos, normas y lenguaje propios. Para conseguir dinero no dudan en asaltar y robar, y ya son una preocupación para la sociedad. 

Muchos estudian de día. Por la noche se reúnen para ajustar cuentas con otros grupos rivales, lanzar piedras a los ómnibus y cometer sus fechorías. La violencia juvenil encuentra su máxima expresión en las maras, producto de una subcultura urbana, donde la pobreza campea por su respeto.
 
Si este fenómeno continuara extendiéndose, las incipientes maras pudieran convertirse en un serio problema para la nación.