Junio 29, 2001
La intolerancia de la cultura cubana
Víctor Manuel Domínguez, Lux Info Press
LA HABANA, junio - El dilatado proyecto socialista cubano ha tenido en su
largo peregrinar hacia la nada a una fiel compañera de viaje: la
intolerancia.
Sensible al arte y la literatura, atraída fundamentalmente por el
pensamiento libre y cuestionador, implacable contra las obras que intenten
burlar su eficacia en desaparecer lo diferente, la intolerancia se ha convertido
en una enfermedad demoledora para la diversidad cultural cubana.
Wole Soyinka, el brujo nigeriano premio Nobel de Literatura en 1986, expresó
en la Casa de las Américas de La Habana que siempre que ataca el virus de
la intolerancia, los chivos expiatorios en primera línea son los
fabricantes de cultura, y entre los primeros llamados a desaparecer, las artes
nacionales que desafían el status quo. De acuerdo con ello, los síntomas
que ha presentado en la isla este germen perturbador de libertades responden
enteramente al diagnóstico universal.
Este virus, vestido de hada madrina en el mismo año 1959, bajo el
pretexto de defender la pureza de una revolución naciente prohibió
la proyección del documental "PM", de los realizadores Sabá
Cabrera Infante y Orlando Jiménez, en un rito inicial que aumentaría
su número de víctimas a lo largo del nuevo proceso, y que
convertido en "palabras a los intelectuales" sentó las bases de
la marginación por obras, ideas y expresiones, al encerrar estos
conceptos en un nicho de ambigüedades donde reza el epitafio "Dentro
de la revolución todo, contra la revolución, nada", que aún
cuando cumple cuarenta años en estos días se encuentra vigente.
Más adelante, disfrazado del término "parametración",
especie de medidor de cualidades patrias que más o menos establecía
la confiabilidad al régimen a partir de inclinaciones sexuales, porte y
aspecto personal y proyección ideológica, entre otras barbaridades
nacidas por cesárea durante la celebración del Primer Concurso de
Educación y Cultura, condenó al ostracismo y al exilio a
intelectuales como Antón Arrufat y César López, entre los
uncidos a las sombras del quinquenio gris en un país que se pintaba rojo,
y a Heberto Padilla y Reynaldo Arenas, entre los dejados "fuera del juego",
"antes del alba" de una diáspora desgarradora y definitiva.
Envuelto en subterfugios y utilizado en violatorias medidas de coerción
o abiertamente restrictivas, el virus de la intolerancia sigue cobrando víctimas
en el momento actual.
La manipulación de las masas populares para agredir a través
de actos políticos a intelectuales que no comulgan con el régimen,
así como el empleo de las capas pensantes en cobardes proyectos
descalificadores de quienes deciden abandonar sus filas, son ejemplos de que la
intolerancia, asumiendo posturas de acuerdo a la envergadura del hecho y según
el contexto donde se realice, sigue siendo un instrumento contra la libertad de
pensamiento y expresión de la cultura cubana.
Prohibir desde la autorización, amañar conceptos por medio de
un cantinflismo leguleyo que donde dice sí, es no, y viceversa, son parte
de una guerra política contra el levantamiento de las individualidades
que ha sustentado su eficacia en el dominio de los medios de comunicación
y en la facultad de marginar a través del uso de la fuerza, el engaño
o el castigo a todos los que disienten.
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