MIAMI, Estados Unidos. – Yoaxis Marcheco Suárez describió en su blog Isla Interior una Cuba desde las arterias, desconocida por los turistas, obviada por algunos gobiernos e instituciones en el mundo, un “país silenciado por algunos hombres, pero conocido y apreciado por Dios”, escribió.
A la altura de la primera década del siglo XXI creía que ese pedazo de tierra en el mar Caribe comenzaba a susurrar, y del susurro, predijo, pasaría al grito, a la protesta, a la palabra indignada.
Sus crónicas nacían isla adentro, no solo por la referencia espacial de Taguayabón, un pueblo “del interior” donde vivía, sino también desde Marcheco misma, desde la isla que es cada individuo y que el colectivismo socialista había tratado de anegar.
“En medio de tanto mar y tanta asfixia interior y siguiendo el ejemplo de buenos cubanos que en la misma boca de la fiera decidieron aplastar sus ataduras y abrir sus labios y corazones para expresarse, es que decido sobreponerme a todo miedo para romper la abrumadora insularidad y escapar de manera virtual al mundo físicamente desconocido”, escribió en el primer texto del blog.
Era el boom de esas plataformas que, usadas por creadores independientes, empezaban a desnudar con visiones personalísimas, autodidactas, sin los arreos de la censura estatal, una Cuba compleja y descarnada. Marcheco lo hacía desde la fe cristiana y el natural anhelo de libertad asociado.
El costo de ello fue el exilio junto a su esposo, Mario Félix Lleonart, y las dos hijas del matrimonio. En Estados Unidos publicó más de un libro, completó su máster en Teología en la Facultad de Estudios Teológicos de Miami, y el doctorado en Ministerio en el MidWestern Baptist Theological Seminary. También continuó su activismo, convocando y participando en movilizaciones frente a la embajada del régimen cubano en Estados Unidos. Se volvió tan incómoda para el Gobierno de La Habana, que el canciller Bruno Rodríguez Parrilla los acusó a ella y a Lleonart, en 2020, de promover un ataque armado contra ese edificio en Washington D.C.
―¿Cómo era ser cristiano en las décadas de 1980 y 1990?
―Nací en 1973 y conocí a Cristo cuando era una niña. Fue una hermana de la iglesia metodista de Mayarí, en Holguín, la que me habló de Él por primera vez. El nombre de aquella mujer era María Pepa, o al menos así la conocían todos los vecinos, una persona llena de compasión y pasión por los perdidos.
Su casa quedaba justo al lado de la escuela primaria donde estudié del primer al tercer grado. Su patio colindaba con el de la escuela. María Pepa aprovechaba el horario de receso para hablarle a los niños de Cristo, fue así que le expresé mi deseo de conocer la Biblia.
A partir de ese momento no falté a una sola cita con la que fue mi primera maestra de Escuela Dominical. Cada domingo, cuando ella regresaba del servicio, yo iba a su casa y allí recibía la lección que ella le había impartido a otros niños en la iglesia.
En aquel momento congregarse podía tener serias repercusiones en la vida de las personas, ya fuera en sus trabajos o para continuar los estudios. Quienes sostenían su fe públicamente, por ejemplo, eran impedidos de entrar a las universidades y eran verificados en los Comités de Defensa de la Revolución (CDR) por la Policía política constantemente.
Por esa razón mis padres me dejaban ir a casa de María Pepa, pero no a la iglesia. La primera vez que puse un pie en la iglesia metodista de mi pueblo natal fue siendo una adolescente. Recuerdo ese día como uno de los más felices de mi vida.
No puedo olvidar a Raúl Parra Delgado, uno de mis compañeros de aula que era creyente y predicaba el Evangelio a los otros muchachos sin temor. Fue él quien me inspiró a ir al templo para tomar allí las lecciones bíblicas que durante años recibí en casa de María Pepa. Luego, en el año 1992, el dictador Fidel Castro proclamó el carácter laico del Estado. Mi asistencia frecuente al templo no tuvo repercusión para mi entrada a la universidad después, en esa década.
―¿Cómo se conocieron Mario Félix y tú? ¿En ese momento coincidían en las ideas sobre el estado de cosas en Cuba?
―Nos conocimos en la Universidad de La Habana, ambos estudiábamos la misma carrera, Información Científico Técnica y Bibliotecología, actualmente llamada Ciencias de la Información. Para ser más exacta, conocí a Mario en 1995; el Período Especial arreciaba por entonces y los estudiantes pasábamos mucha hambre y otras necesidades. Era muy duro estudiar en aquellas condiciones.
En mi caso particular mis ojos críticos al sistema se abrieron gracias a mi interacción con una prima que había nacido y se había criado en La Habana. Conocí a través de ella a un grupo de jóvenes que hablaban entre ellos las cosas como eran. Fue allí la primera vez que oí a alguien decir “Abajo Fidel”. Ese fue el momento en el que definí algo que ya venía sintiendo desde que era una adolescente y había comenzado a tener conciencia de la realidad que me circundaba: era anticomunista.
Me empecé a sentir feliz si los comunistas no me enrolaban en sus cosas, fui apática a cuanta actividad se me convocaba en la facultad, sentía orgullo de ser reconocida como “gusana”.
Junto a dos amigas de la universidad fundé un partido, eso fue antes de conocer a Mario, lo bautizamos como el Partido Locomista, o sea, de los locos. Era una especie de parodia al Partido Comunista. Por eso fuimos cuestionadas y llamadas a contar por la Federación Estudiantil Universitaria.
Nuestro partido era bastante ingenuo. Lo que hacíamos era leer poemas y cantar. Teníamos un idioma inspirado en el latín con el que hablábamos entre nosotras sin correr el riesgo de que otros entendieran, éramos como las ovejas negras de nuestro grupo universitario. Así lo dijo hace unos días una de esas amigas mientras rememorábamos aquellos años. Nos dimos el lujo de ejercitar nuestra libertad en un mundo lleno de censura y de control.
También llevaba conmigo, desde los inicios del preuniversitario, el recuerdo de un maestro de Marxismo que conocí en un concurso donde él era jurado. Estoy segura de que si ya no lo era, en ese maestro estaba emergiendo un opositor con todas las de la ley.
Aquel hombre me preguntó cómo yo actuaría sí veía a un grupo de personas protestando en las calles. Adolescente al fin y sin entender muy bien la naturaleza de la pregunta, respondí que se suponía (y fíjate que usé el verbo suponer y hago énfasis en eso porque lo que quiero decir es que yo no estaba segura de mi respuesta), que las calles en Cuba eran solo de los revolucionarios. El maestro, con una tranquilidad asombrosa me dijo: “Bueno, las calles en Cuba deberían ser de todos los cubanos, ¿no te parece?”.
Y ahí me dejó eso que en Cuba le dicen “el bichito”. Una inquietud en la conciencia que no me abandonó más hasta el día de hoy.
Así que cuando conocí a Mario, ya yo era una anticomunista de las que huía de todo compromiso con el régimen. Recuerdo que me escondí de Ricardo Alarcón y su pandilla, por ejemplo, cuando aquellas elecciones donde había que participar y obligatoriamente votar por todos, y el entonces presidente de la Asamblea del Poder Popular fue personalmente a buscar a los estudiantes que se quedaban en sus pisos en la Residencia Estudiantil de F y 3ra., en La Habana. Me rehusé a participar de ese espectáculo y no me cansé de criticarlo.
Afortunadamente Mario también estaba claro de sus ideas, tampoco era comunista, creo que eso lo recibió de su familia.
―¿Cuándo y cómo te vinculas a la oposición?
―A la oposición como tal me vinculé abiertamente a partir del 2009, aunque ya antes había firmado el Proyecto Varela, en el 2002. Mario era uno de los recolectores de firmas, así que de solo oír en qué consistía aquella iniciativa liderada por Oswaldo Payá, firmé.
No creo que lo firmé midiendo las posibles consecuencias, como tampoco medí las consecuencias cuando en ese mismo año me escabullí, por decirlo de algún modo, y no fui a firmar aquella declaración del carácter irrevocable del socialismo en Cuba, que no era más que una respuesta burda al Proyecto Varela que había logrado colectar la cantidad de firmas necesarias para presentar su propuesta de un plebiscito al Parlamento. ¡Y qué digo las necesarias! Recolectó mucho más de las necesarias.
Imagínate la aberración de querer imponer el socialismo por la eternidad. Yo espero que muy pronto podamos eliminar ese absurdo instituyendo un sistema verdaderamente democrático en nuestro país.
―¿Y después del Proyecto Varela?
―Mis primeros referentes de la oposición, además de Payá, fueron Reinaldo Escobar y su esposa, Yoani Sánchez, a quienes recibí en mi casa en septiembre del 2009.
Por esa visita perdí mi empleo, y a partir de ahí tuve que enfrentar muchas otras dificultades, incluso en la Iglesia. Así que me dije que si ya el tigre había comenzado a recibir sus rayas, pues una más no era importante.
Comencé a escribir en mi blog Isla Interior, en el blog Religión en Revolución, en Cubano Confesante, en las revistas Convivencia y La Rosa Blanca, en el diario digital CubaNet. Participé en la Academia de Yoani Sánchez, que ofrecía un espacio en su casa para enseñarnos a tuitear a ciegas desde un teléfono celular súper arcaico, con teclas que tenían más de una función.
No se me olvida que para marcar las letras había que apretar varias veces alguna de las teclas. Igual, yo era feliz con mi telefonito, por ahí emití mis primeros mensajes al mundo exterior. Tampoco olvido que ese primer telefonito lo pusieron en mis manos mis amigos el reverendo Ricardo Santiago y Katia, un matrimonio con el que compartimos más de una aventura en esos primeros años de actividad “contrarrevolucionaria”.
Tampoco olvido que la primera laptop de mi propiedad la gané en un concurso que mis amigos Idabell y Armando Añel lanzaron en Twitter y que consistía en escribir en solo 140 caracteres lo que uno quería para Cuba. Aquella máquina fue muy útil para mi activismo y terminó en manos de la Policía política cuando en el 2014 nos detuvieron a Mario y a mí en una céntrica calle de Camajuaní. Nos condujeron a la estación de la Policía y nos quitaron nuestras computadoras. No las devolvieron nunca más.
A pesar de todo lo que me vino encima desde que di mi primer paso como opositora abierta al régimen, no he parado en mis ansias de expresarme y ser libre, y de apoyar a quienes luchan a mi lado.
Quiero decirte que esos primeros años de mi caminar en la oposición fueron únicos. Había una armonía tremenda entre los opositores conocidos. Recuerdo verlos a todos en Estado de Sats, o en la sala de Yoani y Reinaldo Escobar. Las iniciativas llovían.
Pude conocer a varios presos políticos de la Primavera Negra como Félix Navarro, José Daniel Ferrer, a quien también tuve el honor de recibir en mi casa y el privilegio de dormir en la de él y su familia, en Santiago de Cuba… A Ángel Moya, Eduardo Díaz Fleitas, Iván Hernández Carrillo, tantos…
Tuve también el privilegio de conocer a varias Damas de Blanco, o viajar a Pinar del Río a la sede del think tank Convivencia. No acabaría de contarlo todo en una entrevista.
―¿Por qué y cuándo nace la idea de crear el Instituto Patmos?
―El instituto Patmos se fundó el dos de febrero de 2013 en la Iglesia Bautista Ebenezer de Taguayabón, de la que Mario fue pastor durante varios años, hasta el 2016 cuando salimos definitivamente de Cuba.
La presentación del Instituto se llevó a cabo durante el culto especial de celebración de los 74 años de la iglesia. Para estos cultos de aniversario el templo se llenaba de gente, a pesar incluso de la persecución que la Policía política había iniciado en nuestra contra y en contra de quienes se acercaran a nosotros.
Esa noche no había un solo banco vacío. Estaban presentes también varios pastores de iglesias vecinas que habían ido a celebrar junto a nosotros el acontecimiento, y participaron algunos opositores de la provincia. Fue una noche verdaderamente interesante y desafiante.
Entre los fundadores debo destacar al sacerdote Félix Ben Castilla, que entonces era miembro de una denominación independiente y no reconocida por el régimen. La idea de ponerle al Instituto el nombre de Patmos fue de él.
El Instituto ha tenido, desde sus inicios, el objetivo de realizar foros de discusión o debates en los que han participado personas de diferentes credos e ideas. En aquellos primeros tiempos de creado se celebraron varios. Unos que recuerdo muy bien fueron dos en los que el opositor y activista Oscar Elías Biscet participó como panelista.
El primero de esos foros se llevó a cabo en el Seminario Bautista Luis Manuel González Peña, en la ciudad de Santa Clara, del que tanto Mario como yo fuimos profesores. Recuerdo que el doctor Biscet defendió su posición creacionista frente a otras opiniones diferentes.
Poco tiempo después se celebró un foro cuyo tema de debate era el derecho a la vida y en este Biscet argumentó en contra del aborto. Este último foro se realizó en la Iglesia Católica de los Capuchinos en Santa Clara. Aquel día fue intenso, porque la Policía política rodeó la iglesia y luego “tomaron medidas” en contra de uno de los curas, que tuvo que terminar yéndose de Cuba.
Pero Patmos no solo era eso, es mucho más. Una de las tareas más importantes que lleva a cabo, por no decir la más importante, es la de monitorear la situación de la libertad religiosa en Cuba, investigar los casos de violación de ese derecho por parte del régimen, documentarlos e informarlos a las entidades internacionales pertinentes.
Fíjate que es adecuado aclarar que Patmos no solo defiende y vela por la libertad de los cristianos cubanos, sino que lucha por que el derecho a la libertad religiosa sea respetado para todos, sin importar cuál sea la religión. Aquí están incluidos los ateos.
―En tu caso, ¿cuáles fueron los momentos y experiencias más álgidas en tu resistencia contra el régimen socialista?
―Fueron varios. Trato de pensar poco en eso, aunque no dejo de entender que es importante no olvidar ninguno.
El más álgido de todos los momentos fue aquel Domingo de Resurrección, el 20 de marzo de 2016, el mismo día que el entonces presidente de Estados Unidos, Barack Obama, aterrizaba en Cuba.
Llevábamos varios días con la iglesia rodeada por oficiales de la Policía política, sin poder salir. Patrullas, jeeps, hombres vestidos de civil. Esto pasaba cada vez que llegaba alguna visita importante o se celebraba alguna fecha significativa.
Ese día, después de la escuela dominical, Mario decidió ejercer su derecho a la libertad de movimiento, a salir de la casa. Yo lo seguí con mi celular en mano para documentar lo que intuíamos que iba a pasar. Nuestra hija, Rachel, que entonces tenía ocho años, estaba al lado mío. Cuando los militares se le lanzaron encima a Mario para inmovilizarlo y montarlo en la patrulla, ella comenzó a llorar.
Fue terrible para mí tratar de calmarla y, a la vez, seguir filmando aquella escena. Te digo algo: he visto ese video solo una vez. A Mario se lo llevaron detenido para una estación de policías, pero a mí me detuvieron en mi propia casa bajo constante vigilancia y mi celular estuvo bloqueado, sin acceso a internet o llamadas, durante los tres días que Obama estuvo en la Isla.
Pude sacar el video con la ayuda de un hermano de la iglesia. Él lo llevó en una memoria flash a Leonardo Rodríguez Alonso, miembro del Instituto Patmos, quien se encargó de enviarlo a Martí Noticias y, de esa manera, fue dado a conocer al mundo.
―Como líder cristiana, ¿crees que hay conexiones entre la lucha por la libertad y tu fe?
―En primer lugar, luchar contra la opresión de un dictador nunca se va a contraponer a Dios.
Él nos hizo libres. No hay nada ni nadie que tenga el derecho a usurpar esa libertad que el Dios soberano nos otorgó a todos. Luchar por la libertad de Cuba es procurar la justicia, y la Palabra de Dios nos manda a procurar la justicia. Es dar voz a los acallados y defenderlos, es como ayudar a esos pequeños a los que Jesús hace alusión en los Evangelios.
No veo ninguna contradicción entre mi fe y mi lucha por la libertad de Cuba, todo lo contrario. Estoy segura de que Dios es el primero que quiere a Cuba libre de un sistema decadente y opresivo. Eso sí, Dios quiere que contemos con Él para esa lucha, que lo pongamos al frente de todas las batallas. Ojalá todos los cubanos logren entender eso.
―¿Hubo algún evento específico que marcara un antes y un después en la decisión de salir de Cuba al exilio en 2016?
―Creo que aquel Domingo de Resurrección del que te hablé fue el detonante principal. Para serte honesta, una de las cosas que más me marcó fue ver a tantas personas del pueblo mirando, como espectadores de una película cuya trama les era ajena. Nadie se inmutó ante lo que le estaban haciendo a Mario.
Luego, aquellos días de soledad casi total en mi casa, rodeada por una decena de policías. Después, lo habitual: mucha gente del pueblo dejaba de mirarnos y de saludarnos. El miedo siempre ha sido un arma en las manos del castrismo.
Pero lo que realmente nos hizo valorar el salir al exilio fue nuestra hija Rachel. Mario sometió esta decisión a votación en familia y Rachel, sin pensarlo dos veces, con una determinación asombrosa, dijo que teníamos que irnos. Era imposible no escuchar aquella voz y obedecerla.
―¿Cómo describirías la experiencia de mantener la red del Instituto Patmos viva en el país, estando ustedes fuera de la Isla?
―Ha sido una satisfacción saber que, aunque nos fuimos de Cuba físicamente, espiritualmente seguimos en ella. Mantener ese contacto con los de adentro nos ha permitido compensar nuestra salida, no hemos dejado de ser útiles, ni hemos dejado de luchar por la libertad de todos los cubanos.
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