LA HABANA, Cuba, julio (173.203.82.38) – Un amigo de la adolescencia que viajó recientemente de La Habana a Guantánamo en busca de documentos de archivo, me cuenta sus impresiones de esa ciudad, la última cabecera provincial de Cuba, de mayor población y tamaño que el antiguo y exótico pueblo de Baracoa, “una especie de limbo turístico en armonía con las montañas, las aguas, el coco y el café”.
Ante las evidentes contradicciones de la vida urbana, marcada por coches con caballos que sustituyen a los ómnibus y usan las calles como letrina pública, el amigo confiesa que “ir a Guantánamo o Santiago de Cuba es como viajar a Haití; aquello es tan arcaico como Haití, salvo en el comercio, el flujo marítimo y las prácticas del vudú de los vecinos negros del sur”.
Al pedirle que fundamente su parecer, recuerda que ha transitado por Holguín. “más dominicano que haitiano”; Santiago de Cuba, Bayamo, Manzanillo y Las Tunas. Advierte que en dichos pueblos hay avances en la restauración del casco urbano, las tiendas en divisas y objetos de interés turístico como hoteles, museos, casas de la trova y sitios peculiares destinados al asombro de los visitantes, “pero, al que viene de La Habana todo le parece epidérmico, pura fachada para atraer incautos”.
Aunque el amigo es huésped del escepticismo, conversó con el historiador de la ciudad y otros intelectuales de Guantánamo interesados en el rescate de la memoria cultural, por lo cual visitó el Museo Provincial –antigua y única cárcel del pueblo-, la Casa del Changüí en la Loma del Chivo, al frente de la Tumba Francesa, el Centro de las artes plásticas, que exhibía proyectos arquitectónicos de Colombia, y el sorprendente zoológico de piedra en Yateras; además de pasear por dos barrios contrapuestos: el desvencijado Sur, y el Caribe, en el norte, donde radican las oficinas del gobierno y el partido único, el enorme hospital Agustino Neto, un hotel moderno y edificios de los años sesenta y ochenta que certifican las huellas de la revolución de 1959.
Insiste que Guantánamo es Haití “porque avanza del presente al pasado, como si los esclavos que derrotaron a los franceses en 1791 trasvolaron a la zona e impusieron sus visiones pre modernas de la vida. Coches con caballos en vez de ómnibus y taxis en medio de la ciudad; conectada con los municipios montañosos mediante camiones de 1945 o 1950, en vez de trenes rápidos y autos ligeros”.
“El asombro es palpable en el centro de Guantánamo y en su periferia. Del hotel Washington sólo quedan las ruinas para tomar cervezas, mientras que el Brasil y el Martí siguen en reparación. El bellísimo cine América fue convertido en parqueo de bicicletas, y al Luque le cambiaron el nombre por Huambo; en tanto el Luisa ahora es un teatro, y el viejo cinematógrafo destechado cambió de funciones”.
“Sorprende al que llega –dice el amigo- la cantidad de campesinos que abandonan las montañas y se asientan en el Sur, los Cocos y Confluentes, donde los caballos forman parte del paisaje y viven en los patios de las casas, cual perros domésticos en espera del carretón”.
Según el visitante, “la gente del extremo oriente de Cuba siguen siendo afables, sobreviven del salario y el invento, se quejan de los precios y evaden la política, juegan a la bolita antes de comprar el pan, apuestan sus ilusiones y esperanzas a las remesas enviadas por los familiares de Miami y La Habana, y enfrentan los problemas de cada día con un toque de humor y un trago de ron.