LA HABANA, Cuba, julio (173.203.82.38) – El próximo 22 de agosto la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) cumplirá 50 años. A esa edad, que suelen llamar la media rueda, a pesar de que significa un poco más del viaje de los humanos por la vida, o al menos por su parte más activa y divertida, la mayoría de las personas, sobre todo los que llegan en mejor forma, aseguran estar “enteros”, aunque empiecen a sentir achaques y palpar limitaciones que hacen dudar de tal plenitud. A la UNEAC le pasa algo similar, sólo que digan lo que digan los comisarios que la dirigen, el desgaste y las mataduras son cada vez más evidentes.
En realidad, en sus 50 años de existencia, la UNEAC tiene poco que exhibir que valga la pena. Y no es para menos. Medio siglo de aberrantes políticas culturales que se iniciaron con la advertencia del Máximo Líder a los creadores y artistas de que “contra la revolución, ningún derecho” han generado en Cuba un medio intelectual donde imperan el miedo, la simulación el doble discurso y la desvergüenza.
En su último congreso, de tantas quejas, pareció que se iba a acabar el mundo. Hasta se habló de racismo y se creó una comisión al efecto. Nada para preocuparse. Oportunamente advirtieron desde las alturas que aquello no era la perestroika ni nada que fuera un poco más allá de un rato de catarsis.
Los salones, jardines y pasillos de la casona de la UNEAC en El Vedado han sido el escenario ideal para la envidia, los chismes y las delaciones. También para los panfletos y las declaraciones viles que se firman sin leer, con manos temblequeantes y cansadas de aplaudir.
El régimen reclutó sus comisarios culturales entre oportunistas y mediocres para implementar sus políticas culturales, y utilizarlos en el mangoneo de los jurados de los premios, las revistas, las editoriales, la radio, la TV y los viajes al exterior, en detrimento de sus naturales adversarios: las personas inteligentes.
Pero también a intelectuales talentosos chantajeó o compró con premios nacionales para que olvidaran el Decenio Gris y comprendieran la utilidad de esforzarse en aplaudir y firmar cuanto documento el régimen les ponga delante.
Lo que debía ser un sindicato de escritores y artistas, funciona como todos los demás sindicatos del país: cumple precisas orientaciones “de arriba” a través de su presidente, el genuflexo Miguel Barnet, y el ministro de Cultura Abel Prieto, pelado y con barba por delante, melenudo por detrás, moderado y ortodoxo, según las circunstancias.
Talentos aparte y salvo algunas excepciones, de tanta indignidad, más que un Parnaso, la UNEAC recuerda la Corte de los Milagros: Nancy Morejón que no quiere ni que le recuerden que alguna vez estuvo en Ediciones El Puente, Silvio Rodríguez, que aunque se queje del inmovilismo y proponga prescindir de la letra r de la palabra revolución, se ufana de ser oficialista, el gutural Kcho y su pincel.
La comparsa repite el estribillo sin abochornarse; los comparseros aplauden que dan gusto, en reñida emulación de focas, a ver quién lo hace más y mejor. Y siempre alguien toma nota acerca de los que se muestran apáticos y escribe su correspondiente informe a Seguridad del Estado.