LA HABANA, Cuba.- Tom Wolfe, que es uno de mis autores preferidos, me ha disgustado bastante con uno de sus más recientes libros, Back to Blood (Little, Brown and Company, Hachette Book Group, New York, 2012).
Mi disgusto no es de carácter literario, que el padre del Nuevo Periodismo no ha perdido fuelle en su escritura, sino que se debe a la forma en que refleja en el libro a los cubanos de Miami, particularmente a los de Hialeah: incultos, intolerantes, ansiosos por imitar a los norteamericanos WASP (personas de origen anglosajón y de religión protestante). Nada que ver con las características de la mayoría de los cubanos que traté durante mi reciente estancia en Miami. Gente noble, emprendedora, orgullosa de su identidad.
Los protagonistas de la novela, Néstor Camacho y su ex novia, la casquivana enfermera Magdalena, y los cubanos de su entorno, resultan caricaturescos.
El forzudo –gracias al ¡Ñooo Qué Gym!- Camacho va de un escándalo a otro en su labor como policía. Primero, en una hazaña acrobática, baja del mástil de un velero, a más de 70 pies de altura, a un anticastrista que busca asilo en territorio norteamericano. Pero, ante la posibilidad de que el tipo sea devuelto a Cuba, el joven policía se busca la animadversión de sus compatriotas, incluida su familia, quienes lo consideran un traidor a los suyos. Luego, durante la captura de un traficante de drogas, es filmado en un video cuando casi que asfixia al delincuente mientras profiere una catarata de insultos racistas, lo que provoca que lo suspendan por un tiempo, para evitar una revuelta racial en protesta por la violencia policial.
Según se infiere de lo narrado por Wolfe, dicha violencia se debe a que la mayoría de los policías de origen cubano de Miami son de modo más o menos consciente, abusivos y racistas con los afroamericanos.
En cuanto a Magdalena, en pos del éxito a lo ‘american way’, de la cama de un siquiatra de pornoadictos a la de un oligarca ruso, no pierde las oportunidades de hacer papelazos.
Evidentemente Tom Wolfe, al tratar de los cubano-americanos, se metió en un tema que conoce poco, mal y de oídas. Este desconocimiento se evidencia, entre otras cosas, en la pésima utilización de las frases en español, las alusiones a santos que no son conocidos ni en los centros espirituales de Guanabacoa y las referencias a “la caja china”, que hasta donde sé, es un instrumento de percusión y no un asador de puercos.
Al parecer, Wolfe fue muy mal asesorado por la periodista Ann Louise Bardach, a quien él reconoce –sabrá Dios basado en qué- como “una autoridad sobre la Cuba fidelista y sus nexos con Miami”.
Tampoco salen bien parados en la novela los haitianos y los rusos de Miami. Los haitianos, representados por un profesor y su hija de piel muy clara, que quieren pasar por blancos y franceses, y el hijo a punto de descarriarse, un adolescente que habla una mezcla de creole y slang-gangsta-rapero y copia los modales de los pandilleros afroamericanos de Liberty City. Los rusos de Sunny Isles y Hallandale, mafiosos, timadores y alcohólicos, parecen escapados de un libro de Dostoievsky.
A Wolfe, que siempre ha sido un agudo observador social, en esta ocasión, al observar a Miami, la ciudad con más residentes extranjeros del mundo, le falló la visión periférica. Se dejó llevar por los prejuicios.
¿Será que Samuel Huntington y Donald Trump, cada cual a su modo, han conseguido influir también hasta en alguien tan brillante como Tom Wolfe?
Back to Blood no está a la altura de otras novelas de Wolfe, como The Bonfire of the Vanities y A Man in Full, que son grandes frescos urbanos de New York y Atlanta, respectivamente. Y es una pena, porque Miami, a la que ya algunos ven como la ciudad norteamericana del futuro, se lo merecía. Y también los cubano-americanos, sin los cuales, pese a lo que puedan decir Tom Wolfe y otros similares, Miami no sería el prodigio que es hoy.