MIAMI, Florida, julio, 173.203.82.38 -El artículo Las restricciones de Arnaldo M Fernández, publicado en el blog de Emilio Ichikawa el pasado 11 de julio, acerca de la conveniencia de apoyar los recientes esfuerzos de los legisladores de origen cubano para restablecer las medidas sobre los viajes a Cuba del segundo período presidencial de George W. Bush, ha logrado que finalmente me decida a escribir estas notas provisionales sobre un tema que parece amenazar con ser eterno.
El meollo del análisis del autor- y que toma como argumento a favor de la limitación de los viajes de los cubano-americanos a nuestro país- es que existe una incongruencia en el comportamiento de los recientes refugiados de acogerse a la Ley de Ajuste Cubano y al año regresar a Cuba. El Sr Fernández al parecer no logra comprender que la condición de perseguido potencial amenaza a cualquier cubano acogido a dicha ley que regrese a su país. Ser residente en los EE.UU no libra de tal peligro, ni siquiera si se es ciudadano norteamericano (ejemplo, Alan Gross). Así que, jurídicamente, el argumento de si se regresa no se está en riesgo como para ser considerado un refugiado no me parece precisamente sustancioso. ¿Acaso no regresó un periodista independiente el pasado año y murió a manos de los guardafronteras? El exilio cubano tal vez es el único de todos los experimentados en la historia cubana que se propone criminalizar el riesgoso hecho de regresar al país. Habría que recordar al Sr Fernández que Heredia y Martí regresaron a Cuba (este último en 1879). Y es una idea bien reduccionista pensar que visitar el país donde se tienen padres o abuelos es hacer turismo. Ya sé que la mayoría de los que regresan en estos viajes nunca manifestaron abiertas críticas al gobierno castrista, antes o después de su llegada a los EE.UU pero no por eso la minoría debe ser privada conjuntamente con la mayoría del derecho a visitar a su país. Por otra parte, si la voluntad de los legisladores cubanoamericanos es impedir que lleguen recursos para la represión a través de los viajes debieran entonces garantizar que los familiares de los exiliados obtengan visas para ir a los EE.UU. Han planteado tal arista del problema los legisladores cubanoamericanos?
Médicos, opositores, emigrantes ilegales y desertores en general han sido privados por el gobierno cubano de la posibilidad de regresar al país. Otros, sin embargo, lo han logrado a pesar de estar acogidos a la Ley de Ajuste Cubano. Ahora bien, ¿por qué estos últimos fueron considerados con derecho a acogerse a dicha Ley? Existe una razón bien sencilla. En caso de regresar hubieran sido relegados a los más bajos planos sociales. En caso de tener alguna posición administrativa la hubiesen perdido. Esta discriminación que sufren muchos cubanos (éstos ni siquiera han intentado abandonar ilegalmente el país) no se incluye como motivo para aplicar al programa de refugiados de la SINA es ignorada por el análisis de Fernández. El gobierno de Clinton quiso resolver este escollo haciendo firmar a Fidel Castro un “compromiso” – uno más – de no discriminar a los emigrantes ilegales detectados en alta mar. Cualquiera conoce el destino de los que se ven repatriados por el servicio de guardacostas de los EE.UU. ¿Alguien ha sabido de los deportistas capturados en el intento de salir del país? Clinton, sin embargo, nunca pensó en aquellos que llegaban por otra vía a los EE.UU.
Fernández expone, además que la disidencia se cocina en su propia salsa con el fin de descalificar el intento de potenciar los llamados contactos de pueblo a pueblo a través de dichos viajes. No es la primera vez que el sr Fernández nos regala una afirmación tan taxativa como ésta. Evidentemente, si no es la disidencia interna la que alumbrará el futuro democrático de Cuba: ¿Que alternativa pudiera proveernos el Sr Fernández? Un embargo más sofisticado que el actual? Le recuerdo al Sr Fernández las ideas de Vaclac Havel y Nicolai Berdaiev (pudiera añadir Ortega y Gasset y precursoramente incluir a Joseph de Maistre) en torno a cómo puede una sociedad salir de su condición totalitaria. Las presiones – militares, económicas etc. – solo logran alimentar el mito nacionalista de la patria en peligro (o desangrar una nación en una peligrosa guerra civil), como el exilio monárquico el extremismo de los revolucionarios franceses. Nuestro exilio histórico al parecer, no aprende de las lecciones del pasado: no lee a Joseph de Maistre, ni a Berdiaiev, ni siquiera al cercano Havel. La historia demuestra cuán poco logran las restauraciones impuestas por la fuerza.