MIAMI, Estados Unidos.- La aparición sorpresiva de Fidel Castro en una escuela tras su última reflexión ‘El hermano Obama’ parece responder más a quienes dudan de la autoría del escrito que a otro tipo de acto demostrativo. No obstante el sello personal del Comandante es apreciable en el contenido del artículo enfocado a una parte medular del discurso pronunciado por Barack Obama en el Gran Teatro de La Habana ‘Alicia Alonso’.
La conquista española, la muerte de Martí en Dos Ríos, la participación militar del ejército cubano en Angola, incluyendo cierto episodio sobre el aborto del plan nuclear sudafricano y la parte que en ello tomó Cuba, así como una pincelada sobre turismo e inversiones capitalistas, preceden al tema que anuncia el titular. Todo para rebatir las palabras que han servido de motivación a indignadas protestas, unas más comedidas, otras realmente ofensivas, pero todas en consonancia con la idea inmovilista del régimen.
Conviene citar las palabras de Obama que tanto impacto causaron: “Es hora ya de olvidarnos del pasado, dejemos el pasado, miremos el futuro, mirémoslo juntos, un futuro de esperanza. Y no va a ser fácil, va a haber retos, y a esos vamos a darle tiempo; pero mi estadía aquí me da más esperanzas de lo que podemos hacer juntos como amigos, como familia, como vecinos, juntos”. ¿Acaso estas frases del visitante merecen tal crispamiento?
El Cardenal Jaime Ortega, en uno de los primeros pronunciamientos críticos basados en esa parte del discurso de Obama, tomó una frase específica del texto conciliatorio: “Ha llegado el momento de que dejemos atrás el pasado”. Sobre esto Monseñor Ortega apuntó la dificultad a la hora de poner en práctica el sano ejercicio del llamado porque “no se pasa la página y no se deja atrás la historia porque la historia es necesaria y la historia es maestra de la vida, como dijo el pensador griego, y hace falta tenerla siempre presente y sin embargo tenemos que vivir reconciliados”.
Los críticos del discurso de Obama pasan por alto un detalle. Nacido en 1960, de raza negra, raíces humildes, hijo de un emigrante africano y una estadounidense blanca, nieto de un héroe de la guerra de Corea, Barack Obama es el décimo mandatario que gobierna Estados Unidos desde que Cuba y su país entraron en la era del conflicto al que hoy se busca solución y punto final. En ese mismo período de tiempo en la Isla solo ha existido un gobierno cuyos protagonistas continúan hasta hoy en plenitud de poderes sobre el escenario político. ¿Es Obama el responsable de las muertes, políticas y enfrentamientos que han caracterizado este medio siglo de relaciones enfrentadas entre ambos gobiernos?
Claro que la historia no se puede borrar. Menos olvidar. Ella queda escrita para que las futuras generaciones conozcan del pasado y eviten los errores cometidos por sus antecesores. Memoria que debe leerse con enfoque constructivo y libertad de análisis ante hechos e informaciones. Pero dejar atrás el pasado, pasar página, no significa el olvido de la historia y lo que en ella ha ocurrido. Otra cosa es que las palabras de Obama sean tomadas para desviar el efecto de su impacto. Para ello nada mejor que remitirlas a renuncias de glorias, derechos, o logros alcanzados en ciertos aspectos. Una manera de atrincherarse en el tiempo haciendo que cualquier actitud que busque relajar tensiones sea apreciada cuando menos como sospechosa. Una contradicción con lo que se está verificando en las conversaciones de paz entre guerrillas y gobierno colombiano en la misma capital cubana, donde entre otras cosas se habla de pasar página a un pasado que recoge miles de muertos, cientos de desaparecidos, violaciones de todo tipo, gente desplazada e inocentes lisiados por la guerra.
¿Por qué los cubanos tendrían que albergar mayor rencor hacia las palabras de un presidente que se comprometió a dar un giro completo a las relaciones con Cuba en plena campaña de postulación? Para manifestar su desacuerdo con la política de embargo no esperó a última hora, cuando le queda poco para terminar su presidencia, como asegura cierto periodista cubano –tan negro como Obama– que usó un desafortunado titular para referirse al mandatario norteamericano. La postura sincera del entonces candidato demócrata pudo haberle costado los votos de quienes, en la otra orilla, tampoco entienden eso de pasar página, en consonancia con el castrismo militante.
El líder demócrata no solo restableció los nexos entre dos gobiernos contrapuestos, sino que abrió el camino de reconciliación a un pueblo dividido. Las reacciones de Castro y sus seguidores no tienen otra razón que el temor ante lo que ya suena inevitable. Es la mejor evidencia del reto que dejó planteada la oportuna visita del Presidente norteamericano al que no se le debe reprochar por no hacer “exigencias” mayores a su contraparte cubana. Una acción que hubiera servido de mejor pretexto al régimen para presentar a un Obama injerencista. Una propuesta que deja un mal sabor de quienes la piden y que tienen el deber de asumir el rol fundamental para promover y conducir los cambios necesarios.
Los cubanos nunca renunciarán a esa gloria que les ha marcado el destino de haber nacido en esa Isla asombrosa enclavada entre el Caribe y el Atlántico, llave del Golfo y puente entre continentes. País de razas mezcladas, pleno de cantos, bailes y alegrías, con esa innata actitud para afrontar problemas, resolver, inventar de donde no hay, de superarse, de ser generosos, solidarios y acogedores. Esa gracia se la debemos a nuestros antepasados que forjaron una patria grande, soñada sin exclusiones ni discriminaciones. Es el mismo sueño que alienta a millones de cubanos en la Isla, en Estados Unidos y en decenas de países donde se reparten los emigrados de esta etapa. Todos en su mayoría apuestan por la esperanza de reconstruir lazos y puentes dejando a un lado el rencor que divide y mata. Para lograr eso muchas veces hay que pasar página.