LA HABANA, Cuba, agosto (173.203.82.38) – En el año 1976, cuando Armando Hart se hizo cargo del Ministerio de Cultura, murió el poeta José Lezama Lima. Entre las tareas apremiantes que el ministro tenía ante sí para tratar de enmendar los desastres del quinquenio gris (1971-1976), se incluía también el esfuerzo institucional para acercar la figura de Lezama al bando de la revolución. No obstante, tal vez para evitar un paso en falso en tan espinoso asunto, un pronunciamiento al respecto tardaría algunos años.
En 1983 el periodista Luis Báez entrevistó a Hart, y el texto apareció, en forma de libro, bajo el título Cambiar las reglas del juego. Esta era una de las preguntas:
-Hay quien afirma que a Lezama lo mantuvieron marginado y aislado. ¿Qué puede usted decir sobre eso?
El ministro invirtió ocho páginas en la respuesta, y sólo en tres de ellas habló directamente de Lezama. Después de su divagación, Hart prefirió obviar los años finales de Lezama, (cuando la correspondencia con su hermana Eloísa mostraba el desencanto del poeta con el castrismo), y se refirió a los sucesos de 1959, momento en que Lezama fue atacado desde las páginas de Lunes de Revolución, y algunos comunistas salieron en su defensa.
Lo más importante para Hart era que Lezama había muerto en Cuba, a diferencia de aquellos que lo ofendieron, quienes en su mayoría habían desertado a las filas del enemigo. No importa que el poeta se quejara de que el gobierno no lo autorizaba a viajar para corresponder a las múltiples invitaciones que recibía, o que en sus años postreros muy pocos escritores se atrevieran a visitarlo, o la prensa nacional le brindara una cobertura insignificante a su deceso, que no se correspondía con su estatura literaria.
En la entrevista Hart alabó el hecho de que el dramaturgo Virgilio Piñera tampoco hubiese abandonado el país, y muriera en la isla en 1979. No importa que a este autor no le publicaran nada en Cuba en los últimos ocho años de su vida, o que no lo invitaran a las actividades oficiales de la Unión de Escritores y Artistas, o que viviera en un perenne sobresalto, pensando en que, debido a su condición de homosexual, pudiera ir a la cárcel como le sucedió a Reinaldo Arenas.
Los conceptos adquirían, en boca del ministro, una nueva dimensión para la cultura oficialista: el exilio era identificado con el deshonor, mientras que la permanencia en la isla, no importa en qué condiciones, asumiría ribetes de patriotismo.