BARACOA, Cuba, agosto (173.203.82.38) – Un día del último verano del siglo XX, estaba atascado al sur de la Sierra Maestra, en un lugar remoto entre el mar y la montaña conocido como Ocujal del Turquino. Era viernes y para más desgracia la carretera estaba literalmente cerrada, pues los comisarios locales celebraban el cumpleaños del dictador repartiendo alcohol barato y poniendo música para que los guajiros se divirtieran.
Con el sol del mediodía sobre su cabeza, en la costa del Mar Caribe oriental comprendió que Dios aprieta pero no ahoga, y recibió entre sonrisas y asombro uno de sus milagros. Esta vez con coche y pasaporte francés. Las turistas se dirigían a Santiago de Cuba, una de las paradas que merecía la ruta a Baracoa, la ciudad primada de Cuba. Y gracias a su buena acción del día, al caer la noche el auto entraba por Marimón y unos minutos después se despedía en el Paseo Martí, cerca de la Fábrica Bacardí.
Guantánamo está más cerca de lo que se dice y la ciudad muestra un esplendor republicano, con formidables edificios y amplias calles. Pero con el reloj a la derecha, a las once de la mañana pasaba por San Antonio del Sur e Imías, custodiados por las hermosas terrazas marinas, y ya viajaba por La Farola, una carretera construida como balcón a las lomas de la Sierra del Purial, cuya construcción fue un empeño difícil y que, cuando hay buen tiempo, regala excelentes paisajes de montaña.
Era de tarde. Un torrencial aguacero hizo más lento el descenso y el viajero apenas supo que llegaba a Nuestra Señora de la Asunción de Baracoa, o simplemente Baracoa, la primera villa, la primera capital que tuvo la isla, luego del encuentro de las dos culturas.
Como cualquier municipio cubano de finales de siglo XX, es un lugar muy pobre. En todo el pueblo no había en conjunto más de diez automóviles, camiones todoterrenos, motos y camiones juntos. Apenas se veía televisión. Los televisores que había eran rusos, en blanco y negro. Los apagones estaban a la orden, y solo se notaban islotes de prosperidad en las casas rentadas a turistas extranjeros. Por entonces no había en la ciudad ómnibus chinos Yutong, ni se vendían los televisores Panda, los refrigeradores Haier y mucho menos existía estabilidad en el suministro eléctrico. Tampoco las tormentas habían destrozado la ciudad, como sucedió años más tarde.
Era paradisiaco, matizado por el verde follaje y el intenso azul del mar donde jugaban los delfines. Resaltaba la blancura grisácea de las construcciones y la tez morena de los baracoenses. La meseta conocida como el Yunque, y la pequeña bahía en forma de bolsa perfecta, con tres barcos atracados y dos más hundidos, completaban la perfecta e inolvidable imagen bucólica.
Pasó un día, dos, tres. Había que regresar. Los recuerdos se apretaron en un formidable disco duro, que pone sobre la mesa las imágenes del hotel de La rusa, la Cruz de Colon, el malecón, y sobre todo, mujeres y hombres, tan serviciales como humildes.
Hoy, 15 de agosto, se conmemora el V Centenario de la fundación de la ciudad primada de Cuba, Nuestra Señora de la Asunción de Baracoa, por el Adelantado Don Diego Velázquez.
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