MIAMI, Florida, agosto, 173.203.82.38 – El tema de los conflictos humanos en la sociedad cubana es una zona de oscuridad y silencio. Parece que la clave de lo que se define como “violencia doméstica” no está precisamente en la poca autoestima femenina o masculina, sino más bien en el nivel de frustraciones acumuladas en aquella sociedad.
Existen, entre otros, dos aspectos que han incidido negativamente en la estabilidad de la familia cubana:
1) La mayoría de las parejas recién casadas conviven con los padres de uno de los cónyuges por no tener su propia vivienda. 2) Los núcleos familiares, tanto urbanos como rurales, se hallan en condiciones de hacinamiento.
Estos dos factores, unidos a otros de naturaleza extra familiar, completan el cuadro de violencia interpretada no sólo como el acto de golpear. Hay violencia en el alcoholismo, el desempleo, la incapacidad para solucionar las más elementales necesidades personales y domésticas mediante el trabajo honrado así como en las ausencias prolongadas del hogar por razones de estudio o empleo, entre otras.
La violencia no es sólo una categoría física, es también una condición moral, una abrupta e inexplicable ruptura de los tradicionales patrones familiares. La familia cubana está sumida en un estado de frustraciones y desgajamientos que van más allá de las diferencias biológicas o generacionales: el fenómeno es aún más profundo. Transita por la prostitución, las violaciones o abusos sexuales, los hijos que golpean a los padres y rencores que estallan por conflictos de infidelidades conyugales.
Existen familias en las que el padre es un oficial de la policía y la madre una destacada pedagoga, ambos militantes del Partido Comunista. No obstante, uno de los hijos está en la cárcel por un robo con violencia, una hija ejerce el ingrato oficio de “jinetera”, y un tercero está literalmente obsesionado por emigrar o ya lo logró. Y a todo ello se suman las discordias provocadas por enfoques ideológicos divergentes.
El totalitarismo político genera una desintegración familiar que altera los tradicionales roles de la familia y favorecen el maltrato moral, creando una estructura de violencia, rivalidades y egoísmos.
El sistema de racionamiento de los alimentos, con más de cincuenta años de implantado, ha estimulado riñas entre familiares y ha llegado incluso al homicidio porque, además de inmoral, es ridículo que una familia de cinco personas reciba un litro de detergente cada tres meses o dos libras de galletas al mes.
La situación de la mujer cubana y de la familia que ella simboliza y encabeza no difiere mucho de la mujer y la familia universales con la que pretenden compararla. Personalmente prefiero concentrarse en la mujer cubana, porque detrás de las estadísticas hay siempre un ser humano. De nada sirve saber que en Hong Kong hay 100 mil prostitutas o cientos de niños abandonados en las calles de Sao Paolo. Tampoco quiero resignarme ante la noticia de que en Nueva York se comete un delito cada 45 minutos.
¿Qué ocurre realmente con la mujer cubana?
Los esfuerzos emprendidos por y para ella se han realizado a través de instituciones dirigidas y financiadas por el Estado. En Cuba la mujer no dispone de las vías ni los medios independientes que diseñen y promuevan políticas de género desde una perspectiva no ideologizada. Toda la práctica social está en función de la política, pero casi nada en función de la vida. No existe una legislación específica que prevea situaciones concretas relacionadas con la mujer y sus derechos. En el ámbito de las relaciones laborales hay retrocesos, estancamientos y amenazas hacia el futuro. A pesar de que ha crecido la participación femenina en el mercado laboral, es notable la ausencia de la mujer en posiciones ejecutivas y de liderazgo.
En el contexto familiar la mujer cubana enfrenta el desabastecimiento del mercado, la desintegración, la inflación, las frustraciones de los hijos y la apatía del esposo, entre los insolubles y abrumadores problemas hogareños, a los que se añaden las interrupciones del servicio eléctrico, la falta de dinero, las irregularidades en el suministro de agua, el temor a una enfermedad por la escasez de medicinas, etc. El temor va a ser siempre una variante de la discriminación, tal vez la más cruel, junto a la impotencia.
La mujer necesita independencia real e integral no sólo a nivel físico, sino además mental e intelectual. Necesita espacios amplios y plurales de participación social y profesional. Necesita normas democráticas de realización personal. Y necesita libertad para elegir la educación que desee para sus hijos e incluso el color de la pintura que prefiere para su casa o el alimento que pondrá a la mesa.
La ausencia de estas posibilidades crea un estado de falsa adaptación ante la inmóvil realidad socioeconómica que no significa en modo alguno que la mujer cubana sea feliz. La adaptación jamás será sinónimo de felicidad.
A todo lo dicho se agrega el problema habitacional. La mujer cubana no trabaja porque su salario satisfaga sus necesidades, lo hace sólo como una forma de evadir los conflictos del hogar.
Recuerdo una encuesta realizada en el verano de 1999 por el Instituto Cubano de Estudios Socio-Laborales Independientes a 392 mujeres y ajustada a las características de una sociedad cerrada como la cubana, donde solamente el tres por ciento de las encuestadas admitió que su salario era aceptable y a la pregunta de por qué trabajaba, el 11% respondió que lo hacía por realización profesional; el 25% contestó que trabajaba en lugares muy atractivos que ofrecían ventajas extra salariales, y el 64% declaró que para alejarse de los conflictos de convivencia, aunque fuera sólo por 8 ó 10 horas diarias.
En ese sondeo, el 20% admitió vivir con una pareja alcohólica algo que toleraba por no tener una vivienda propia. El 64% de la muestra fue víctima, al menos una vez, de actos de maltrato físico en el hogar. Al preguntarles por qué lo sufrían, manifestaron que por no tener otro lugar donde vivir y no disponer de una institución donde denunciar la violencia doméstica.
El 34% eran madres solteras con más de un hijo menor de 16 años de edad. El 43% estaba desempleada desde al menos un mes antes de la encuesta. El 18% había sido castigado por diferentes delitos. El 9% confesó haber ejercido la prostitución al menos en una ocasión, como una forma de mantener a sus hijos, y las solteras para poder ayudarse a ellas mismas y a sus familiares.
Esta encuesta se realizó en la ciudad de La Habana y el 90% de la muestra procedía de otras ciudades. Al preguntarles por qué habían emigrado la respuesta mayoritaria fue que lo habían hecho para mejorar su situación económica y lograr cierta independencia, pues a pesar de sus múltiples problemas la capital posee ciertos atractivos ausentes en otras localidades del país.
El 47% declaró tener al menos un familiar en la cárcel, y el 28% en el exilio. El 43% confesó no estar satisfecha con la influencia que reciben sus hijos en las escuelas y en el medio social, como también expresó disconformidad con los planes de estudio. El 36% se mostró en contra del conocido programa Escuela al Campo.
Aquella encuesta reveló cuatro grupos de disconformidades:
1) discrepancia ante la situación económica y social;
2) frustraciones personales y familiares;
3) incapacidad para resolver individual o colectivamente los conflictos, e
4) inseguridad en el porvenir.
Muchas mujeres cubanas entre 25 y 50 años de edad, en pleno desarrollo de sus facultades intelectuales y físicas, habitan en Cuba el alucinante mundo que la escritora Zoé Valdés definió como “la nada cotidiana”, sumidas en el qué pasará mañana, inquietas ante las necesidades propias y las de sus hijos, tratando de encontrar respuestas a preguntas sin respuestas y haciendo un extraordinario esfuerzo por mantener la frágil armonía del hogar.
Existe una marcada animosidad, una ausencia de relaciones familiares basadas en el respeto a la autoridad paterna o materna, algo que produce un total desinterés por la educación de los más jóvenes. Hasta la visita de un pariente o un amigo se convierte en un motivo de decepción al no poder brindarles una taza de café o un refresco.
Teóricamente la mujer cubana constituye la principal conquista de la utopía socialista, exenta de las tribulaciones atribuidas a mujeres de otras latitudes. Pero las realidades diarias superan siempre las fantasías. La visión de la mujer cubana en muchas partes del planeta por su proverbial gentileza no significa en modo alguno que esa virtud sea auténtica, porque detrás de cada rostro sonriente se puede ocultar una insatisfacción material y moral que se redimensiona ante la codiciada presencia de un turista extranjero.
La mujer cubana ha sido despojada gradualmente de sus atributos y hay en ella mucho más de pérdidas que de conquistas. El ejercicio de la plena igualdad entre los sexos, la promoción de una política de género y la preservación de los valores éticos y profesionales de la mujer no pueden ser una estrategia ideológica ni la contraposición a un machismo recurrente. Eso significaría una vulgar venganza.