LA HABANA, Cuba.- A los cubanos que no quieren caldo, Copa Airlines le da tres tazas, parodiando el refrán. Qué hijo del Remeneo, Las Tumbas, El Pedregal, Bollo Manso, La Mosquera o Muela Quieta, entre otros barrios diseminados por toda la geografía nacional, podría imaginar que, a miles de pies de altura, escucharía la historia natal de Fidel y Raúl Castro Ruz.
Hastiados de ver y escuchar cada día del año —por más de medio siglo—, en múltiples ocasiones, a cualquier hora y en todos los formatos de los medios informativos de la nación, a los gobernantes del país, muchos pensaron que allá en lo alto, sobre las nubes, podrían escapar de tan repetitiva visión, que a pocos estimula y a muchos hace padecer.
Sin embargo, o gracias a él, las imágenes de los hermanos Castro durante su infancia y adolescencia en su natal Birán, provincia Holguín, nos llegan a través de un documental que, cortesía de Copa —¿o copas? —, se proyecta durante la travesía La Habana-Panamá, como un recordatorio de que aún estamos rodeados del clientelismo internacional
Fuga en cadenas
Para muchos cubanos, salir del país es como una fuga en cadenas si se tiene que regresar, aunque al menos les sirve para cargar “las pilas”, antes de volver a encerrarse en la realidad. La letanía ideológica gubernamental, el descontrol, las carencias, el escepticismo social, y el triunfalismo político como telón de fondo de una puesta en escena de Esperando a Godot —el futuro— hacen de cada viaje una singular evasión.
Pero saber que ni en las nubes logren alejarse de los estruendos propagandísticos, las fanfarrias políticas, la carnavalización ideológica y otras polvaredas poscomunistas que nublan los derrumbes cotidianos de la revolución, provoca en no pocos viajeros cierta decepción, algo de recelo, y una impotencia visceral que ni allá en lo alto pueden eludir.
La moda Cuba
El problema radica, según analistas de salón, ideólogos de solar, politólogos de almendrón, tanques pensantes de un agromercado estatal y otros especialistas de la historiografía popular revolucionaria, en que Cuba y sus líderes están de moda. Es decir, que abrir las tupidas venas de la nación a timbiriches, maniseros y turistas, es algo chic.
También, aseguran otros desde una necrófila y parabólica visión, Cuba se mueve, y esto es como abrir una tumba cerrada a cal y canto y extraer el cadáver aún intacto de la población, después de más de cinco décadas de luto nacional. Además, las ruinas de La Habana nada tienen que envidiar a las de Pompeya, las prostitutas cubanas a las de un puticlub en Madrid, ni el tabaco o el ron a lo que se produce en nuestra aldea global.
De ahí que el encuentro en el cielo, aún en vida, entre los gobernantes cubanos y parte de la población, sea para la mayoría de los viajeros otro círculo del Infierno de Dante, en tiempos de vuelos a Marte, terrorismo, refugiados, huelgas de hambre y reguetón. Según algunos, nada se puede hacer, salvo quedarse fuera, cerrar los ojos o aplaudir.
Cuenta una viajera que: “cuando abrió los ojos; todavía el dinosaurio estaba allí”, sin la brevedad cimera del cuento de Augusto Monterroso. “No lo podía creer, señaló. Pensé que soñaba, o que me había dormido en un butacón del aeropuerto José Martí, pero no. Me encontraba a 36 mil pies de altura, según el capitán, y allí estaban Raúl y Fidel.
Otra de las sorprendidas con la aparición, dijo que “ni en el cielo los cubanos podemos descansar de la pesadilla de la revolución. Temo morir, y que allí donde me envíe Dios, encuentre un comité, una oficoda, una cola para comprar papas, un consultorio sin medicinas ni médicos o un DiTú. Ver para creer. Hasta en la sopa nos sale esta visión.
De acuerdo con la opinión expresada por un viajero al arribar al aeropuerto de Tocumen, en Panamá, es hora de adaptarse a los cambios económicos del país y olvidarse de sus líderes y su ambición de protagonismo y poder: “Si durante cincuenta años fui uno del montón siendo profesional, ahora como mula me va de lo mejor”.
Según él, sus viajes a Panamá, Guyana y Puerto España, le hicieron comprender que existe otra forma de vivir, y que, con espejitos, gangarrias y otros abalorios que importa en mochilas, maletines, maletas y cuanto sirva para cargar, con que los cubanos sueñan, se emperifollan y se sienten dueños de la última moda y de poder, el escapa del ciclón.
Por su parte, una “mulita” muy joven y agraciada, expresó: “Ustedes los viejos cogen lucha con todo. Si no quieren ver a Raúl ni a Fidel, ni escuchar los ecos de la revolución, cierren los ojos, tápense los oídos y confórmense con viajar, que para los cubanos es la máxima ambición. Mientras ellos vivan, no se puede hacer más”.
Para los miles de cubanos que se aglomeran, forman líos, se quedan, son mal mirados o se mueven rápidos y furiosos por la escena internacional —Quito, Trinidad y Tobago, San José, Colombia y Moscú— el futuro está fuera de la Isla, y el presente mejor es entrar y salir del país. La moda Cuba los deja indiferentes. La vida de sus líderes también.
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