LA HABANA, Cuba, agosto (173.203.82.38) – Hace unos días los cubanos festejamos el aniversario 116 del nacimiento del más universal de nuestros músicos: Ernesto Lecuona.
Tanto en la composición como en la interpretación pianística, Lecuona abarcó un gran abanico de géneros musicales, entre los cuales destacan la canción romántica, las danzas afrocubanas, el teatro lírico, la guajira y la canción española. Su brillantez en este último género fue tal, que cualquiera podría afirmar que se trataba realmente de un autor ibérico.
Se cuenta que durante una visita del rey Juan Carlos de Borbón a China, los anfitriones quisieron homenajear al monarca con una selección de música española. Y entre las melodías escuchadas estuvo la Malagueña de Lecuona.
Este músico no simpatizó con el sistema comunista establecido en nuestra patria y muy temprano, en 1960, abandonó la isla para radicarse en Tampa, Estados Unidos. Murió en 1963, durante una visita a Tenerife, Islas Canarias, donde su padre había nacido.
Lecuona pidió que sus restos no fueran repatriados a Cuba mientras Fidel Castro permaneciera en el poder, y aún descansan en el cementerio de Gate of Heaven, en Hawthorne, Nueva York. Una petición de esa índole hubiese bastado para que las autoridades cubanas condenaran al ostracismo a este hijo de la villa de Guanabacoa, como hicieron con otros músicos y artistas que abandonaron la isla en desacuerdo con el castrismo.
Sin embargo, Lecuona fue una excepción. No pudieron ignorarlo, ya que, sencillamente, sin él no habría música cubana en el siglo XX.
No obstante, era una espinita que tenía clavada el régimen, y que seguramente influyó a la hora de elegir al mejor intérprete y compositor de la centuria. El intérprete más destacado, por unanimidad, fue Beny Moré. Pero en el momento de escoger al mejor compositor, la cultura oficialista optó por una solución salomónica: un empate entre Lecuona y el trovador Silvio Rodríguez. Nadie duda de que Silvio sea un buen compositor, pero de ahí a compararlo con el autor de Siboney, la Comparsa y María la O, ni pensarlo. Ese lauro debió ser solo para Lecuona.
Un día coincidí en la Biblioteca Nacional con el ya fallecido musicólogo Helio Orovio, autor de un importante diccionario de la música cubana. Comoquiera que mantenía con él cierto grado de confianza, aproveché para preguntarle acerca de dicha selección. Orovio, tras comprobar que nadie nos escuchaba, me confesó que, al enterarse de la noticia, telefoneó a uno de los miembros del jurado que escogió a los laureados para averiguar si se trataba de una broma. Tal había sido la magnitud del desaguisado.