LA HABANA, Cuba.- Por estos días varios medios reflejan la noticia de la “desarticulación”, por parte del Ministerio del Interior, de varias redes de delincuentes que robaban saldo de las cuentas de Nauta de los usuarios de ETECSA. A vuelo de pájaro se puede pensar que se trata de un hecho normal y positivo —no niego que lo sea—, pero vale la pena hacerle algunas incisiones a este “operativo” para analizar un poco más algunas de sus causas y posibles efectos.
Lo novedoso en verdad no es que un grupo de muchachos se robe algo, pues a lo largo de toda la historia de la humanidad el robo ha estado y estará presente, adaptándose con cada época y poniendo en práctica siempre métodos nuevos de operar. Lo verdaderamente preocupante es la facilidad con que se les puede robar o estafar a los usuarios cubanos. Debilidad que viene dada por la falta de cultura informática, sobre todo a la hora de lidiar con Internet.
Las absurdas condiciones en que los internautas cubanos se ven obligados a navegar les impiden desarrollar adecuadamente la pericia básica que ya tiene incorporada un niño de cinco años en un país bien conectado. Llegamos con más de 20 años de atraso a la era digital y ni siquiera estamos entrando por la puerta principal sino que a duras penas se abren rendijas por las que muy pocos cubanos pueden asomarse al mundo digital durante unos pocos minutos al día.
Contrario a otros tipos de conocimientos, que pueden adquirirse mediante lecturas o charlas impartidas por expertos, el manejo adecuado y seguro de Internet solo puede ser resultado de aquello que los informáticos suelen llamar “horas-nalga”, o sea, tiempo suficiente explorando el ciberespacio y familiarizándose una a una con cada herramienta disponible para acceder a información o a los millones de servicios de todo tipo que se ofrecen en la red.
La vista, los dedos y el cerebro se sincronizan de tal forma que puedes navegar a alta velocidad consiguiendo respuestas a tus necesidades o simplemente disfrutando del paseo por ese infinito laberinto de saberes y misterios que esperan detrás de cada clic para develarse a los internautas más osados. Esos que saben muy bien cuando una web no es segura para introducir una tarjeta de crédito, o cuando algún listillo te quiere pescar de bobo con un correo que anuncia el “gran premio” que del aire te has ganado.
Y es que Internet es un paquete completo, que no puede tomarse en partes o seleccionar de él lo que quieres que la gente vea, y filtrar todas las “amenazas” que pueda contener. Los usuarios necesitan crear por su propia experiencia los “anticuerpos” necesarios para reconocer y reaccionar ante el peligro. Ningún estado, censor o policía puede sustituirnos en esa responsabilidad. En todo caso lo que no se puede perder de vista es que la sociedades que llevan más de una década interconectadas han experimentado avances sin precedentes en todos los sectores de la economía, la ciencia, la educación, la participación ciudadana, la conciencia colectiva y el diálogo sobre problemas comunes.
Nada de esto puede ser comparado ni con la peor estadística de hackeos o cualquier tipo de delitos asociados a Internet. A nadie se le ocurriría prescindir de la mayor conectividad posible y de la más alta calidad por miedo a los “malos” que utilizarán las redes para sus fechorías.
La era digital requiere a la vez de cuerpos de seguridad especializados en éstas áreas o más bien, que todos los órganos de control posean una adecuada preparación para enfrentar los crímenes que se cometan usando las redes como plataforma. Este es el costo a pagar en cada país por dar el salto del siglo XX al XXI.
Lo que no sería sano es seguir satanizando, obstaculizando y distorsionando el sentido y el uso de Internet apoyándose en el pretexto de la “seguridad nacional”, en primer lugar, y ahora, con los hechos recientes, la “seguridad de los usuarios”. Se trata de dos discusiones distintas que requieren respuestas distintas. Una es sobre la conectividad y sus efectos generales, imprescindibles e impostergables, y la otra sobre la seguridad en un entorno globalizado, de lo cual hay mucho que hablar, pero hasta para hablar y discutir sobre ese y otros temas necesitamos antes estar plenamente conectados.
Digo esto porque sospecho que Iroel Sánchez y su equipo de hombres grises deben estar ya haciendo un programa para desinformar aún más a los ciudadanos y a las autoridades y propiciar una nueva cacería de brujas contra los “nanostation”, las redes cableadas de los barrios y todo lo que con tanto esfuerzo e ingenio han construido los cubanos para conectarse aunque sea localmente.
Ninguna de estas preocupaciones tendría sentido si en Cuba pudieran operar libremente las compañías que hoy le brindan este servicio a todo el continente, en modalidades mucho más económicas y con calidades y garantías infinitamente superiores. La mayor vulnerabilidad a la que estamos sometidos es precisamente la forma obsoleta en la que opera el monopolio estatal de las telecomunicaciones y la mayor estafa la constituyen sus estratosféricos precios. Estos procederes constituyen crímenes contra toda la nación y debe ser el pueblo entero el que reclame justicia.
Los verdaderos capos que se benefician de la desesperación de los cubanos que ellos mismos causan, no están en los parques Wi-fi vendiendo tarjetas o conectando por la izquierda, sino en confortables oficinas, tomando decisiones por nosotros.